El patito travesín
 
 
 
Ernesto Cedrón León
a mis hijos Daniel, Ricardo y Vania. 
 
 
 
Un día soleado, con un aire fresco que hacía susurrar débilmente las ramas de los árboles, Mamá Pata llevó a sus seis patitos a nadar al río. Cuando ya se
acercaban a éste, los pequeñuelos corrieron muy contentos, pero la madre les dijo: “Deténganse, niños, debemos tener mucho cuidado, el agua es peligrosa”. 
Todos hicieron caso, menos el más travieso: “¡Detente, Patito Travesín!”. De mala gana, éste al fin se detuvo. 
En la ribera, Mamá Pata y los seis patitos comenzaron a hacer ejercicios  estirando las alitas y el cuello.
Bueno, ya es hora de nadar –dijo Mamá Pata un rato después, como dando la voz de mando. Y Travesín y los demás patitos se pusieron a nadar. 
No se alejen mucho, decía de vez en cuando Mamá Pata. Y así estuvieron un buen rato, cantando y riendo. Se zambullían, se subían sobre la madre y, como
si ella fuera un trampolín, se lanzaban al agua. 
Todo iba bien hasta que no faltó la idea del pequeño Travesín. Sin que nadie se dé cuenta, se alejó río abajo hasta que una corriente lo apartó y, ya sin poder
regresar, tuvo que pedir auxilio.
–¡Travesín, Travesín, auxilio que se ahoga mi hijo! decía alarmada la madre, y se lanzó en su búsqueda mientras que los otros patitos se arremolinaron
temerosos junto a la ribera y veían a su madre perderse entre el agua y las ramas.
Por más que nadaba, Mamá Pata veía cada vez menos a Travesín, que salía y se hundía en la espuma del bravo río, cerca de su desembocadura.
–¡Oh, Dios mío, ayúdame, no dejes que mi traviesito muera! pedía acongojada la desesperada madre.
Cuando todo parecía irremediable, la rama de un árbol atrapó al pequeñín.
–¡Mamá, ayúdame… mamita, aquí estoy! llorando, gritaba el patito.
Mamá Pata no se había dado cuenta de que el patito había sido atrapado por la rama, y cuando ya se alejaba directo a la desembocadura del río, y de seguro
a la muerte, descubrió el pequeño bultito amarillento sacudiéndose entre la espuma y las hojas. Entonces, con su ala izquierda la madre se agarró de la 
bendita rama y abrazó a su  hijo. 
Ya seguros, poco a poco fueron saliendo del cauce del río Santa, porque así se llamaba el río; y la rama era de un árbol llamado hierbasanta. “Coincidencias
de la vida”, pensó Mamá Pata, emprendiendo el retorno hacia el resto de sus hijos, los obedientes patitos que casi se quedan sin mamá por culpa del pequeño 
Travesín.
Cuando llegaron mamá y Travesín, ya los patitos se encontraban sobre la hierba verde, mojada por el goteo del agua de sus cuerpecitos y por las lágrimas de 
sus llantos. Pero, al fin todos se abrazaron, lloraron y rieron felices porque todo había terminado sin mayor problema. Después, Travesín prometió nunca 
más portarse mal. 
Pasaron los años siendo muy felices junto a Mamá Pata, pero también junto a Papá Pato que, estando de viaje, un día llegó y encontró a todos muy bien.
Algunas veces, sobre todo en verano, regresaban al río Santa y se sentían tranquilos escuchando cómo el caudal traía la risa y el canto andino de la gente.
Aunque de cuando en cuando se escuchaba decir a los padres: “¡Travesín, a dónde vas, véngase para acá!...”.
 
 
Ernesto Cedrón León, natural de Cajamarca. Perteneció al Movimiento Cultural “Bellamar” de Chimbote. Es vicerrector de la Universidad Nacional del Santa. 
 
 
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