LIBERAR UN TEXTO

 

A Ítalo Morales

 

Ricardo Ayllón

 

Tremenda irresponsabilidad consentir a un texto que circule solo, cuánta desvergüenza si no se tiene la certeza plena de que ya abandonó su condición de embrión. Dejarlo circulando por las avenidas sin permitirle ser lo que pudo llegar a ser, sin haberle tanteado las extremidades concluidas, sin cerciorarse de su llanto primitivo en el dulce pesebredel vértigo y la germinación.

¿Pero qué hacer si nos asalta con su repentina determinación de inventarse solo?, ¿si lo que ha decidido es aventurarse en la jungla de la vida y mostrar sin disimulo la palpitante realidad de su textura? Y esto puede ocurrir aun en el ardor de una semana traspasada por la espada encallecida de los designios laborales y en el desamparo de las fatigas hogareñas.

Se acomodará en la matriz de su propio labrado, se apoderará de nuestros pobres nervios entre las ajustadas aristas de una hoja en blanco, y elegirá su propio sentido, uno que brinde identidad y autonomía a la esporádica superficie de su esencia.

¿Entonces cómo prohibirle la vida? ¿Cómo limitar sus facultades si estas son como la argamasa encendida de nuestra tendencia intestina? Sin duda, nuestro texto será el niño engendrado en el policlínico del entusiasmo: tomará conocimiento del mundo acariciando con los dedos un rayo de luz y acabará por despertarse en olor a exudación y delirio.

De ese modo, no nos quedará sino esperar en la seguridad de que si bien transita por el mundo como un liberto, sabrá advertir sus vicios y sus medianías, y reconocerá la vocación indiscutible de su mortandad; no nos quedará sino esperar que vengan los lectores a oliscarle las axilas, se pierdan en sus impúberes resquicios y admitan su tiempo y personalidad para extirparle el fundamento.

Cuánta irresponsabilidad al liberar un texto... pero también cuánta esperanza. Esta crónica que ahora escribo se me derrama como transpiración aglomerada, desborda sus extremidades en el fulgor de cada frase y observa su hechura en el silencio de la complacencia. Estoy escribiendo este texto y no sé si yo lo hago o es él quien me ha dicta la legítima palpitación de sus propósitos.

Ahora que repaso cada una de sus líneas, cada frase recolectada de la nada para hacerse pensamiento escrito, me repliego en el seno de la duda y aguardo en el silencio.

 

 

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