ARTÍCULO

 

 

La vida infernal de Malcolm Lowry

 

 

Por Guillermo Niño De Guzman

 

Pocas veces se puede aplicar el calificativo de 'infernal' tan justamente como en el caso de Malcolm Lowry, escritor inglés que ha pasado a la historia por una obra maestra y una existencia signada por el demonio del alcohol. Si bien los estudiosos ortodoxos arguyen que lo que cuenta después de todo es el legado literario, en lo que concierne a Lowry resulta casi imposible escindir vida y ficción. Su novela Bajo el volcán (1947) no solo es una de las cimas del género sino uno de los testimonios humanos más desgarradores y conmovedores.

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Sorprende que Lowry pudiera escribir tan bien a pesar del alcohol.

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El Farolito, era una cantina mexicana de mala muerte donde Lowry pasó buena parte de su vida alcohólica. Sin el sacrificio de Margerie Bonner, su segunda esposa, el genio de Lowry no hubiera podido desarrollarse.

 

 

 HOMENAJE

 

Sin duda, el alcohol fue el carburante esencial en su itinerario vital y artístico. Muchas historias alimentan la leyenda de Malcolm Lowry, pero lo cierto es que nunca existió un escritor tan arruinado por su dipsomanía y que sin embargo poseyera el genio y la fuerza para labrar una estupenda obra de arte. Si el alcohol logró destruir la vida del autor británico, no ocurrió lo mismo con su literatura. Lowry es uno de los mayores ejemplos de una vocación llevada al extremo, de su obsesiva pasión por crear un universo de ficción que le permitió transformar a su implacable amo -el alcohol- en un instrumento de redención.

 

Nunca se sabrá con exactitud lo que fue lo que originó su adicción. Nacido en 1909 en el seno de una familia de muy buena posición económica, ningún miembro de aquella tenía inclinación al alcohol. Obviamente, contó con una sólida educación y logró culminar sus estudios -mal que bien—en Cambridge. Algunos biógrafos señalan que se sentía muy culpable por haber inducido a un joven compañero al suicidio; otros alegan que careció del afecto que una sensibilidad tan aguda como la suya pedía a gritos. Por algo el inolvidable cónsul de su novela reclama con frecuencia “No se puede vivir sin amar”.

 

De cualquier manera, el niño rico buscó consuelo para su soledad en los efluvios del alcohol a partir de su adolescencia. Para alguien como Lowry que creía en poderes sobrenaturales que determinan nuestros destinos, el suyo estuvo marcado por la auto-destrucción desde muy temprana edad. Presa de oscuras fuerzas que lo amenazaban y a las que había que aplacar para no ser devorado por ellas, Lowry hizo del alcohol un culto, un filtro para mirar el mundo y una fuente de inspiración, Como dice su biógrafo Gordón Bowker, era un perseguido por las Furias, un condenado por un extraño dios a padecer los sufrimientos más grandes, las penas más terribles.

 

“Y así es como pienso de mí mismo -dice el cónsul Geoffrey Firmin, alter-ego de Lowry-, como un gran explorador que ha descubierto una tierra extraordinaria de la que no puede regresar para dar su conocimiento al mundo: pero el nombre de esta tierra es infierno”. En ese sentido, Bajo el volcán es un descenso al Hades, un viaje dantesco en el que no hay expiación posible. Y Lowry no fue tanto un testigo alucinado por el alcohol sino un visionario al que se le permitió vislumbrar el paraíso antes de ser arrojado a los fuegos del abismo.

 

Tomando como modelo a autores como Melville, Conrad, el noruego Nordahl Grieg y sobre todo el norteamericano Conrad Aiken, el escritor inglés se lanzó a la aventura  desde muy joven. Así se inició en los misterios del mar como un humilde pinche de cocina en un barco mercante cuando tenía 18 años. Pero la experiencia no fue la soñada como lector y tampoco lo dotó de la fuerza necesaria para aquilatar una identidad. Cuando descendió del Ralls Royce de su padre para iniciar la gran aventura de su vida en realidad firmó una sentencia. Su viaje a Oriente se convirtió en una expedición al corazón de las tinieblas de las que no podría liberarse jamás. Una primera novela -la única que publicó en vida aparte de su obra maestra— Ultramarina (1933), de la que renegó después, fue el discreto resultado.

 

¿Puede alguien llegar a beber tanto? La literatura está plagada de autores alcohólicos y sin embargo nadie parece haber bebido de manera tan compulsiva como Lowry, Quizá la sola excepción sea su amigo de juventud y compañero de juerga, el poeta galés Dylan Thomas, quien falleció luego de batir su propio récord a consumir casi una treintena del  whiskies -puros desde luego- en una hora. Cualquier licor era bueno para Lowry, sea escocés, vino, ginebra, cerveza, tequila o mezcal, e incluso, en situaciones desesperadas, loción para afeitar. La intoxicación y los deliriums tremens lo llevaron continuamente a sanatorios y comisarías. Y todos los tratamientos que su familia y amigos se empeñaron que realizara fueron un completo fracaso.

 

Lo sorprendente es que pudiera escribir a pesar del alcohol. Bajo el volcán es una de las más hermosas y terribles novelas de nuestro tiempo, escrita con notable esmero y plena de un aliento poético que relampaguea en cada frase. Si emocionalmente es capaz de estremecer al lector, su ambiciosa construcción revela una prodigiosa técnica. No es la obra casual de un borracho genial sino el producto de una conciencia artística trabajada con sumo rigor. Su anécdota es simple; refiere el último día de la vida de un cónsul británico atenazado por el alcohol en un pueblo mexicano, al cual llega su esposa para hacer un último intento de salvación. La época es 1938, el fantasma de la guerra de España ronda por ahí y el paisaje mexicano -el escenario fue modelado en base a Cuernavaca, en donde el autor vivió dos temporadas- ofrece una espléndida ambientación. Sin duda, pocos autores extranjeros han logrado dar una visión tan penetrante de México, ese “país con colmillos”, tal como lo calificara D. H. Lawrence a raíz de su estadía ahí.

 

Novela densa, laboriosamente concebida, Bajó el volcán le tomó a Lowry casi diez años ay cuatro versiones distintas. El escritor británico siempre andaba a salto de mata,  perdiendo sus manuscritos entre borrachera y borrachera. Así como le robaron la primera versión de Ultramarina, el borrador inicial de Bajo el volcán fue extraviado y luego recuperado. La segunda versión fue rechazada por varios editores y la tercera casi se quema al incendiarse la cabaña de Lowry en Dollarton, en la Columbia Británica, Canadá. (Ciertamente, su esposa se quemó las manos por salvar el manuscrito pero no pudo rescatar Con lastre hacia el Mar Blanco, otra novela que ya alcanzaba las 2000 páginas). Y, para colmo, la cuarta versión fue publicada después de haber sido rechazada por doce casas editoras en Gran Bretaña y Estados Unidos.

 

 Malcolm Lowry debió luchar contra el infortunio hasta el final de sus días. Rechazado por su familia -la cual prefería enviarle una modesta pensión a tenerlo cerca—, pudo vivir gracias al apoyo de su segunda esposa, Margerie Bonner, mujer complaciente que no vaciló en sacrificarse en favor del genio de Lowry (la primera, Jan Gabrial, era demasiado independiente y lo abandonó al cabo de cuatro años de matrimonio). A los problemas en sus relaciones con las mujeres, hay que añadirle su incapacidad para comunicarse a menos que su amistad estuviera fundada en el alcohol. Tipo solitario y tímido, difícil de socializar, optó por alejarse de las ciudades y vivir en lugares apartados, oscilando entre la bebida y la literatura. Y, por cierto, murió en su ley.

 

En su excepcional biografía, Douglas Day menciona la posibilidad de suicidio, aunque finalmente se concluyera que su muerte fue accidental. Hay sospechas de que ingiriera un cóctel explosivo de ginebra con barbitúricos, pero la autopsia determinó un final menos decoroso: Lowry se ahogó con su propio vómito. Tenía 47 años.

 

Ahora que el mito quedó atrás, podemos volver la página sobre su vida atormentada y sumergirnos una vez más en Bajo el volcán. Es probable que desde Dostoievski no haya surgido otro novelista capaz de adentrarnos en las profundidades del ser humano como Malcom Lowry. Para algunos autores el arte de escribir es una fuente de placer o responde a una necesidad de fabular, para otros -como hemos visto- simplemente es un asunto de vida o muerte.

 

 

 

 

 

 

Muy joven, antes de partir en barco hacia el Oriente, cuando aún guardaba la etiqueta de gentleman inglés.

 

 

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(Selección de Róger E. Antón Fabián)

rogerantonfabian@hotmail.com