NAVEGAR
EN EL CUENTO
Antonio
Cáceres Ramírez
Si
bien los antecedentes del cuento en nuestra zona, se
remontan a épocas prehispánicas (con la oralidad como discurso
mayoritario), después de algunos siglos de decantación, todavía
a inicios de la década de los cincuentas, se experimenta la
irrupción de una nueva narrativa que rompe las fronteras monolíticas
del aldeanismo; sin duda, con la importante presencia del autor
de El Cristo Villenas y Los Ingar,
como bien refiere Carlos Toledo Quiñones: Pero es con Zavaleta
con la publicación de El cínico (1948)
que se inicia el género como tal. Publica más
tarde, Los aprendices (1974), Relatos
turbios (1982), Un joven una sombra (1993).
El trabajo que realiza es introduciendo las nuevas técnicas
narrativas de Folkner [Faulkner], Joyce, Wilde, entre
otros (Asterisco Nº 7, 2000). De acuerdo con el
prólogo, éste es el parámetro seleccionante que propone Ayllón.
Autores
consagrados (Zavaleta, Colchado, Ortega y Salinas) comparten
espacio con narradores de contexto regional y nombres nuevos, que
alternan en una dinámica que, sin dejar de mostrarse
interesante, termina conformando un corpus integrador valioso.
Para presentar a los antologados, tomaré como elemento
distintivo el referente temático, y no me arriesgaré a la
posición ingenua, de realizar una clasificación generacional.
En la actualidad esta modalidad ha perdido el prestigio de los años
positivistas como lo afirma Carlos García Bedoya: Es
notoria que la coetaneidad de un grupo de escritores implica que
éstos reciben el impacto de similares circunstancias políticas,
sociales o culturales, que suelen moverse en el mismo ambiente o
recibir la influencia de maestros comunes. Pero no es menos
cierto que frente a estímulos semejantes, diversos individuos
reaccionan de maneras también diversas, e incluso totalmente
contrapuestas: la unidad generacional resulta solo aparente, y
encubre con frecuencia propuestas divergentes, esta
disquisición es aplicable a nuestra realidad tan diversificada
por las múltiples experiencias transculturales que nos ha tocado
vivir en el transcurso de la historia.
Así,
encontramos literatura para infantes con Una rosa blanca, de
Rosa Cerna Guardia; lo andino y lo cosmopolita en La
primera mujer, de Carlos Eduardo Zavaleta; el mundo
andino en sus diversas manifestaciones (por cierto, con disímiles
logros estéticos) es soporte temático en Dios montaña,
Fiesta grande Y Los damnificados, de
los narradores Óscar Colchado, Macedonio Villafán y Román
Obregón, respectivamente; la realidad de la costa es ficcionalizada
con sus tensiones político-sociales ( industrialización,
migración, luchas sindicales, desarraigo, etc.) en Viaje
nocturno de Julio Ortega y Los ataúdes de mi padre
de Antonio Salinas. Dentro de este contexto Dante Lecca y Enrique
Tamay presentan ficciones de calidad menor que exhiben aún
ciertas inocencias en el manejo de las técnicas narrativas.
Mención aparte merece Ítalo Morales con La venganza,
donde desterritorializa el hecho narrado, dando preferencia al
desarrollo psicológico de los personajes y al manejo dosificado
de la tensión, tal como exige el cuento como materia de
ficción.
Si
por un lado resulta saludable la inclusión de Morales, por otro,
pienso que es notoria la ausencia de Olger Melgarejo (Aija, 1949),
quien publicó en octubre de 2002 Mañana a esta hora, texto
con presencia literaria importante. Pero por alguna situación ha
debido quedarse en el puerto (que no se lea del olvido) y con
seguridad que será tripulante firme de una tercera edición de
este navegar en el cuento. Sin duda, el texto arroja saldos
favorables, que confirma la dedicación y la capacidad de trabajo
que despliega Ricardo Ayllón en la difusión de la literatura.
Por tanto, esperemos que esta antología no sea señal de
clausura, sino inaugure muchas antologías más.