En el
verano del 2003 Antón Fabián ganó los Juegos Florales de
"Más
ahondamos en nuestro corazón,
más
ahondamos en el corazón de cualquier ser humano"
Kierkegaard.
SI RESUMIERA EN
UNA FRASE MIS SENTIMIENTOS esta sería una larga e
interminable expresión de gratitud. Hay algo conmovedor en
obtener un premio llamado los Juegos Florales de San Marcos, que
evoquen el nombre del ilustre historiador tacneño Jorge Basadre,
ése excelso héroe intelectual que tanto hizo por la cultura de
nuestro país, y recibirlo en
Nadie merece un premio, la creación
en esencia es siempre colectiva. Quizá quien merece este premio
-apenas un episodio en la historia literaria del país- sea la
generación a la que pertenezco, de creadores que recién se
inician; convencidos de que la creación es un aprendizaje
interminable; aquellos que nunca se cansan de hablar de
literatura; que insisten y perseveran; que decididos, jamás
desertarán; esos que usurpan las vetas del trabajo para llenar
una hojita en blanco: en el rincón solitario de su alma
abandonada; que son conscientes de que nunca se alcanzará a los
maestros, privilegiados con la inmortalidad; que los cuentos,
novelas, en fin escritos hayan ganado o no una premiación no
significa que el reto no siga vigente; que la personalidad cuenta
mucho; que un libro no empieza en su primera palabra, ni termina
en su última página; que la ficción tiene existencia propia y
los personajes viven mas allá de nosotros compitiendo con la
realidad concreta de donde han salido; que el momento más
prometedor de la creación es cuando el personaje reclama su
personalidad genuina y nos desobedece; aquellos que hemos elegido
la literatura como un destino y sabemos que los libros, son seres
maravillosos, encantadores; pero sabemos sobre todo que los
libros no son los hombres, que no son mas que medios para llegar
a ellos; que quien ama a los libros y no ama a la humanidad, es
un fatuo condenado dentro de su propia cárcel humana.
Porque el terreno
en el que tenemos que movernos los escritores o los intentos de
escritores en el Perú es tremendamente terrible, desgarrador,
inédito, ¿no es verdad? El desamparo de la literatura en el
Perú. Huérfana, ignorada, desdeñada por todo tipo de apoyo,
malvive por suerte y conjuro de milagro, amor y perseverancia:
esfuerzos inconfesables que son flores en un desierto. En este
desierto cualquier intención a favor de la creación literaria o
artística debe ser aplaudida contra la barbarie no sólo
política, económica sino también cultural. Todo aquel que sea
invitado a mantener -con una distinción de esta categoría- viva
el alma de nuestro país debe sentirse comprometido.
Así de pronto uno se encuentre
solo y se dé con las dentelladas y las zancadillas de la vida
literaria, los enemigos de la promesa, "las tentaciones del
fracaso", los enemigos de la literatura. Pues no faltará
quien diga: ¡Escribiste, qué te crees Shakespeare, Proust, Chejov,
Amiel, Chateaubriand, Cervantes, Rimbaud! En ese terreno se tiene
que mover uno que recién empieza, en la tragicomedia de este
mundillo literario: infierno mucho más triste, egoísta,
desdichado y miserable de lo que uno imagina, un túnel donde las
almas no pueden ni siquiera mirarse; pero el importante, ya lo
sabemos, es el escritor que escribe y persevera, el escritor
total, ése escritor del amor y la perseverancia que no se deja
vencer ni amilanar ni siquiera por la apreciación que tiene de
sí mismo.
Quiero decir que de
las grandes influencias uno tiene que deshacerse, las verdaderas
influencias son a las cuales no le rendimos culto jamás,
aquellas que nos revelaron que tenemos algo abordable
literariamente, que nos impulsan a avanzar más allá de donde
habíamos sospechado llegar, que nos empujan a escribir,
que nos dan entusiasmo, que nos justifican siempre.
Toda crítica debe ser forjada como
arte, debe tamizar construyendo. Los críticos producen los
lectores de este país y qué poco han producido, sólo paraísos
de ignorancia y miseria cultural. Uno entonces debe
envalentonarse contra ésos teóricos embrollados con vocación
de eclipse o asesino, censores de pluma biliar intoxicada de
racionalidad, funcionarios del pensar "literario" que
se supone son la criba estética: jactanciosa, pedestre, ignara,
dama de reseñas castrantes.
Bien sabemos, la
literatura triunfa ante la muerte; pero al parecer los dioses no
consienten a no ser de algunas excepciones- que ciertos
críticos deshonren a la misma. Y allí, están vivos, después
de haber fatigado la infamia.
Quizá sea difícil
la comprensión de la indignación que suele provocar el
decaimiento de la literatura; pero los hombres que entiendan y
comprendan lo que esto implica, y, al fin que lleva, asentirán.
Es casi imposible expresar la indignación sin que se nos
denomine amargados, pesimistas o algo por
el estilo. Felizmente
Debemos ir a la
literatura como un Quijote "buscando una dama de quien
enamorarse, porque el caballero andante sin amores es árbol sin
hojas y sin fruto/ y cuerpo sin alma". Ser perseverantes en
la defensa de nuestra vocación. Formar una escuela más allá de
las aulas. Comprender este naufragio de la creación y de la vida,
pues la labor más importante de un escritor será siempre la del
cuidado y mantenimiento del espíritu humano. Esa es nuestra
tarea, la más importante que nos ha tocado vivir. No es fácil
escribir. Cuando más consciente es uno de lo que escribe más
difícil se torna el oficio y uno se percata, en la soledad y en
público, de la falta, la carencia, la orfandad de palabras.
Con una infancia
desarrollada entre un universo de personas abrumadas de recuerdos
de inmigrantes y esplendores de sendos tiempos remotos, siempre
tuve el deseo de ser explorador, como un fugitivo personaje de
esas novelas de aventuras en tierras lejanas, viviendo miles de
experiencias inesperadas, sólo para contarlas. Esto viene sumado
a una anécdota infantil. La realidad, como siempre es más
interesante, y sólo por eso quiero contarles tal como sucedió.
Una noche me escapé al puerto para ver el estertor de las luces
de las barcas chimbotanas allá en la mar. Unos hombres sentados
en unos baúles jugaban a las cartas. La noche, la zozobra
nocturna era una constante. Cuando de pronto un indio como de
unos dos metros saltó de entre las sombras, le dio una puñetada
a uno de ellos, el más indefenso. Supe que éste había perdido
una apuesta. El indio sacó un reluciente cuchillo y ante mis
aterrados ojos de mozuelo agazapado, le dio de puñaladas con una
furia mordaz e infernal. Marché a casa confundido,
identificándome profundamente con el asesino y la víctima: a
ambos les di la razón -allí ya había un escritor en ciernes-;
y se lo conté a mi madre, la persona con quien me he entendido y
mejor comunicación he tenido jamás. Vi al inventor de la muerte
y con ello también comencé a elaborar mis recuerdos, en esa
familia donde todos vivían de los recuerdos, mi primera y gran
influencia literaria. O a esa otra oportunidad cuando vi a un
campesino sentado en una piedra al borde de un camino, allá en
las serranías, que junto a su caballo lloraba porque las espigas
del trigo flameaban de belleza -después comprendí que la
belleza es incomprensible. Pero el momento más decisivo de mi
vida fue aquella tarde de otoño en la que tímidamente confesé
a mi padre que quería ser un escritor mientras éste se
desahogaba dándole firmes golpes a su máquina de escribir, en
su oficina, y, para ahorrarse el esfuerzo insólito de la
indignación, la levantó y la lanzó por los aires y la máquina
voló en pedazos al caer contra el duro piso.
Entonces me
convencí que esto debiera de escribirse y no sólo eso sino que
en mi próxima reencarnación querría ser escritor con esa
obstinación y persistente pasión que caracteriza a los
iniciados.
Los personajes
protagónicos de una ficción son siempre reencarnaciones del yo
más recóndito del escritor, hipóstasis del autor y éste
siente que sus personajes son sus hijos, quiere a todos: tanto al
verdugo como al generoso; ama a sus criaturas y se siente tan
intrigado como frente a un ser de carne y hueso. Estos cada vez
se parecen más al creador. Y contra toda creencia el personaje
va pariendo al creador y éste así va obteniendo el rostro de su
obra; pero a la vez el personaje es una prolongación del
escritor. Por ello debemos regresar al autor, a ese concreto ser
humano que está detrás de la creación, para que nos muestre
quien es como ciudadano de su tiempo, y sin el cual la literatura
no existiría.
La literatura no
existiría también sin lectores, claro está. Lo fundamental es
que en el futuro haya lectores. Pero, ¿alguien ha preguntado
alguna vez quienes son los creadores? ¿Qué sueños, valores,
creencias, esperanzas, ideas, frustraciones albergan?
El poeta Paul Valéry,
escribió hacia 1938:
Uno en contrarresto
debe escribir más, eso debe ser aliento para coger pluma y papel
y lanzarse contra los molinos de viento de la desidia literaria.
Regresemos al autor y vayamos a la literatura como se va al amor,
a la vida y a veces a la muerte; vayamos a la lectura, a la
escritura como se va a lo más importante en nuestras vidas.
Recobremos al ser que pudimos ser, escribamos, pues todos los
hombres nacemos poetas.
¿Qué es la
literatura? Todo. Idioma cargado de sentido. La mejor respuesta
ante el infortunio y la frustración. ¿Qué es escribir? Todo.
Escribir es también irrumpir en la vida de los demás.
Proyectarse en una obra, un contacto con otros seres humanos.
Transmitir infatigablemente ese interior que nos otorga el vivir.
¿Qué es la escritura sino un modo, el más efectivo, de
acercarse a los demás y a uno mismo? ¿Qué sería de la vida
sin esos fascinantes seres que nos transmiten narraciones
cautivantes, que nos enriquecen tanto y nos permiten soñar?
¿Qué sería del mundo sin sus creaciones?
Por lo tanto
el hombre o mujer que en su fuero interno sienta esa pasión
embargadora, se pregunte y se responda que sí es un creador, que
sí es un escritor, está obligado a ser responsable (a estar
comprometido) sobre todo ante sí mismo, aunque la palabra
compromiso se haya convertido en una palabrota en nuestro tiempo.
Creo en el poder de
la palabra. La literatura y la palabra no son retrógrados.
Las palabras son acciones; a través de lo que los creadores
literarios escriben no sólo se brinda bienestar, placer sino
también perspectiva, imaginación, ideas, angustias, esperanzas,
testimonios del espíritu de nuestro tiempo, incluso se puede
cambiar la correlación de los hechos históricos.
Hay una
característica que une a los escritores: Que no necesitan de
escuelas, de universidades, de programas para mantenerse vivos,
consubstanciados con sus creaciones, yaciendo entre el polvo de
una biblioteca habrá un remoto lector (no aleccionado; pero
honesto) que los desenterrará y los actualizará y los dará a
luz. Por esa secreta esperanza es que se persiste y persevera
siempre: encontrar a sus lectores a pesar de todas las utopías
del mundo.
Ahora que se habla
del fin de las creaciones literarias y del libro en general
existe una secreta esperanza que surjan escritores en contra del
olvido y atentos a su tradición, que trabajen por construir
mundos infinitos que la dimensión fabuladora del espíritu les
brinda, entonces el porvenir de la literatura estará asegurado.
Quizá deberíamos
considerar como dice Camilo José Cela que Debemos ser más
modestos, y conformarnos con pensar que el escritor no es más
que un ser desdichado e infeliz que nació para
imponer y se quedó varado en el camino....
Podemos quedarnos varados en el camino con nuestro amor y
perseverancia, heridos, pero jamás infelices sino totalmente
felices pues la literatura es lo mejor de nuestras vidas, de la
cual, y para gloria mía, nunca he de salir pues sólo quien
escribe y ficciona existe a la vida. Muchas Gracias.