Ciro
Alegría según Mario Vargas Llosa
(Selección
de Róger E. Antón Fabián)
rogerantonfabian@hotmail.com
A la muerte
de Ciro Alegría en 1967, Mario Vargas Llosa escribió en
exclusiva desde Londres para la revista Caretas este opúsculo en
honor a la obra del escritor huamachuquino llegando a afirmar que
Alegría fue el narrador peruano más original y el promotor de
la moderna narrativa peruana así como el primer novelista
clásico. Concordantes con esa apreciación literaria aquí
reproducimos esa visión de la obra de Alegría quien
conjuntamente con José María Arguedas fue manifestación de la
expresión literaria más sólida de la narrativa regionalista e
indigenista nacional en el siglo recién pasado resistiendo
notablemente el paso del tiempo y sobreviviendo intacta al
naufragio que las nuevas literaturas nos tiene acostumbrados.
Por
Mario Vargas Llosa
LA NOVELA HA
SIDO EN EL PERÚ un género tardío y esporádico. Asomó ya
adelantado el siglo XIX, gracias a un puñado de escritores de
ocasión (había entre ellos algunas respetables matronas) cuyos
méritos son sobre todo históricos, apenas literarios. En ese
siglo de prodigiosas summas novelescas el siglo
de La comedia humana y de Dickens que
vio surgir en casi todo el mundo una novela nacional (Chile tuvo
su Balzac en Blest Gana y Brasil en Machado de Assis), el
narrador peruano más original fue un cuentista risueño y
anacrónico cuya obra es un rico, multicolor, aunque ligero
mosaico de estampas, anécdotas, crónicas y chismes. No tuvimos
un gran novelista romántico que resucitara en una ambiciosa
ficción los años arduos de la conquista o la vida letárgica de
la colonia o los trajines militares de la emancipación, ni un
gran realista que describiera con imaginación los años
tragicómicos del caudillismo y de la modorra republicana, ni un
gran naturalista que laboriosamente diseccionara el cuerpo
enfermo de la sociedad peruana y exhibiera sus tumores en una
novela perdurable. El libro que vino en cierta forma, a llenar
ese vacío, a proponer una imagen novelesca representativa del
Perú a la manera clásica (es decir con audacia, soltura e
inocencia) fue El mundo es ancho y ajeno. Pese
a su edad, relativamente corta, esta novela es por eso, de algún
modo, el punto de partida de la literatura narrativa moderna
peruana y su autor nuestro primer novelista clásico.
Sería injusto,
desde luego, disminuir la importancia de los otros libros de Ciro
Alegría. Incluso, desde puntos de vista muy concretos, algunos
críticos han preferido a El mundo es ancho y
ajeno, la construcción más ceñida, la prosa más
artísticamente trabajada de La serpiente de oro
o la intensidad emocional más concentrada de Los perros
hambrientos. Pero, aun cuando en ciertos aspectos estos
dos últimos libros ofrezcan aciertos más flagrantes, dentro de
una concepción general, la obra mayor de Alegría la de
más aliento, la más compleja y osada como tentativa
creadora fue, sin lugar a dudas, El mundo es ancho
y ajeno. Este libro es clásico no sólo porque
constituye el más ilustre antecedente de la novela peruana
contemporánea, sino también porque en su factura y en sus
propósitos puede asimilarse sin dificultad a la mejor tradición
de la novela romántica y naturalista, cuyas características
esenciales comparte. Se trata de una historia épica, contada con
un lenguaje impresionista y ambientada de manera estrictamente
realista: una síntesis americana de Víctor Hugo y de Zola.
Las vicisitudes de la comunidad indígena de Rumi, la heroica,
vana lucha de Rosendo Maqui por defender las tierras de su pueblo
contra el apetito feudal del hacendado Alvaro Amenábar a quien
amparan leyes injustas y la fuerza bruta de las armas,
constituyen nuestra representación literaria más difundida, el
gran fresco narrativo nacional, el equivalente peruano de Los
miserables o de los Episodios Nacionales
de Galdós.
Novela surgida
dentro de una corriente literaria en nuestros días ya difunta
el indigenismo, El mundo es ancho y
ajeno ha conservado, sin embargo, su plena vigencia
testimonial (porque en términos sociales los problemas que
describe aún existen) y, lo que es más importante, su poderosa
vitalidad literaria. A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo,
con libros como Raza de bronce o La
vorágine o Huasipungo, que han
envejecido terriblemente y aparecen, ante los ojos del lector
contemporáneo, como piezas de museo, interesantes
históricamente porque en ellos se fija un momento fundamental de
la literatura americana el momento en que los narradores
toman conciencia de sus propias sociedades e intentan fogosamente
proyectar en populosos murales los males que aquejan a las
desamparadas mayorías, describir los tipos humanos y el egregio
cuadro geográfico de la puna y la selva americana, pero
literariamente pobres, por la tosquedad rudimentaria de su forma
y la estrechez provinciana de su visión, El mundo es
ancho y ajeno ha resistido admirablemente el paso del
tiempo y sobrevive indemne al naufragio indigenista. Ello se debe,
sobre todo, a que en esta novela Ciro Alegría supo crear un
puñado de personajes que son algo más que la mecánica
emanación de una naturaleza o de un ambiente, un grupo de seres
que, a diferencia de lo que ocurre con tanta frecuencia en la
literatura costumbrista, perduran en la memoria del lector por su
psicología particular, su físico y sus conductas y no como
meras entelequias folklóricas. El fiero Vásquez, el insurrecto
Benito Castro, el venerable Rosendo Maqui, el pérfido Amenábar
y tantos otros personajes de la trágica odisea de Rumi son
héroes diferenciados a la manera romántica: cada
cual encarna una virtud, un vicio, una manera de ser única, y a
lo largo de la epopeya piensa y actúa en perfecta consecuencia
con el rol que representa, sin traicionarlo jamás. Ni el paisaje
ni los usos y costumbres que Alegría describe con morosa
grandilocuencia devoran estas naturalezas humanas
llamativas y sólidas que luchan, sufren, aman y mueren en
consonancia con el imponente decorado que las rodea:
soberbiamente. Es verdad que todo es excesivo en el drama de la
comunidad de Rumi: el medio, las situaciones, las conductas. No
basta decir que la realidad peruana es excesiva lo que,
naturalmente, es cierto y que sus males son desmesurados
para justificar el tremendismo como corriente literaria. Alegría,
sin embargo, sorteó los peligros del verismo gracias a un
sentido notable de la coherencia interna, que es la condición
primordial para que una novela sea además de un documento
social una obra de arte. En El mundo es ancho y
ajeno todo desde su hermoso título que proclama
las intenciones críticas que animan al autor, hasta el estampido
de los máuseres con que concluye la historia se
corresponde: la enormidad de las injusticias que denuncia, la
plasticidad metafórica del lenguaje, el suntuoso panorama
geográfico, la rica variedad de tipos humanos, el ritmo solemne
en el que se desarrolla la acción de la novela. Esa perfecta
adecuación de sus elementos da a El mundo es ancho y
ajeno su eficacia y su justificación literaria, su
verosimilitud como creación.
Ciro Alegría
parecía haber aceptado su situación de (literaria, no
cronológicamente) fundador de la novela peruana; su largo
silencio, apenas alterado por la publicación de Duelo
de caballeros, revela sobre todo una adhesión
sentimental a un modo de concebir la novela que ya resulta
extemporáneo, una negativa discreta pero firme a renovar esa
concepción. Su obra, como resultado de una época literaria
liquidada, constituye una fuente muy valiosa, un punto de
referencia obligado, una tradición altamente estimable.
Empeñarse en nuestros días en perpetuar la visión romántico-naturalista
de la realidad que entraña una novela como El mundo es
ancho y ajeno hubiera resultado un anacronismo: el
color local, el pintoresquismo, la distribución maniquea del
bien y del mal en personajes antinómicos, el desdén de la
técnica narrativa, la falta de un punto de vista (o de varios)
que sirva de eje argumental y dé a la novela soberanía parecen
ya injustificables en la novela moderna. Ese silencio, que muchos
lamentaban en Ciro Alegría, fue tal vez una cabal renuncia a
insistir con una forma de literatura que comprendía ya superada
pero de la que, al mismo tiempo, seguía sintiéndose
irremediablemente solidario. Gracias a Alegría el movimiento
literario indigenista tuvo una especie de apogeo, gracias a él
alcanzó una difusión internacional muy amplia y decisiva.
Sería inútil negar que en nuestros días ya no se pueden
compartir las convicciones literarias que él tuvo, que los
métodos y procedimientos que él empleó para apresar la
realidad y proyectarla en ficciones resultan ahora limitados.
Ocultar esto
porque Alegría acaba de morir sería injuriarlo, ya que todo
escritor aspira a que sus obras sean juzgadas con prescindencia
de consideraciones personales. Además, disentir de una
concepción literaria, de ningún modo significa restar méritos
a las obras que originó y mucho menos en este caso ya que,
precisamente, tanto El mundo es ancho y ajeno
como La serpiente de oro valen más que las
tesis estéticas que las inspiran y demuestran, una vez más, que
la intuición y la ambición creadora de un escritor son
suficientes para producir libros originales y valiosos y para
romper las barreras que pudieran oponerle los prejuicios de una
escuela o las convenciones de una época.
Londres,
Marzo, 1967.
Revista
Caretas 22 - III al 15 - IV 1967, Lima - Perú.