Del
joven aunque esplendoroso trajín
de
la plástica en Chimbote
Ricardo
Ayllón
Desde
hace un tiempo he visto la necesidad de plasmar un texto sobre lo
que representó y representa actualmente la actividad plástica
en Chimbote, mas casi siempre me quedo corto en el intento; por
eso considero que la presente glosa solo constituye una mirada
panorámica, la salpicadura apurada de los capítulos y
protagonistas más sobresalientes del joven aunque esplendoroso
trajín de la plástica porteña, en otras palabras el
accidentado repaso de una travesía que, en el tiempo, no
considero que deba remontarse más allá del pincel de Julio César
de Castilla, el mítico Salamandra, quien, desde su
rabiosa insularidad y el surrealismo que vivificó su temática,
impulsó durante la pasada década del setenta el taller de arte
de la Casa de la Cultura de Chimbote. Todo indica que la gran
imaginación de Salamandra estuvo siempre más allá de la simple
especulación, por eso sus seres fantásticos y actitudes
irreverentes aún dan que hablar entre quienes insisten en evocar
sus años de estada en el puerto. Casi en la misma época habitó
entre nosotros Luis Arias Vera, un liberteño que se enamoró de
nuestra costa y se quedó en Chimbote durante ochos años. Su
pintura y trayectoria son excelentes: antes de pisar estas playas
había exhibido su arte nada menos que en Buenos Aires, Río de
Janeiro y Nueva York. Una cosa de locos el venir luego a exponer
en la Cooperativa San Carlos Borromeo. Sin embargo, en la retina
del chimbotano de esos años quedaron los alegres colores de
aquellos seres marinos atrapados siempre en dos dimensiones por
la capacidad de su estro.
Pero una auténtica pintura chimbotana desplegada por sus propios
hijos, recién entra en acción con la presencia de Jaime Vásquez
Quiroz (Chimbote, 1955), quizá el más notable artista porteño
hasta el momento. Profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes
y con una pintura en gran formato que se ha paseado por todo el
planeta, Jaime Vásquez puede ser considerado con facilidad uno
de los pintores más importantes del Perú. Gran maestro del
dibujo, su tendencia surrealista insiste en presentar la figura
humana como un elemento que le permite expresarse desde
diferentes posibilidades temáticas. Junto con él, es valiosísimo
el aporte de Alfredo Alcalde García (Chimbote, 1961). Alumno de
Víctor Humareda y Francisco Izquierdo López, entre otros
destacados maestros, Alcalde ha pasado por el impresionismo y
expresionismo para quedarse en un realismo simbólico como
realización personal, pues le permite demandar la reflexión del
espectador desde la actitud irónica y la denuncia humana.
La creación de las Salas de Arte Municipal y hoy
lamentablemente desaparecidaIvansino Formas Contemporáneas,
a mediados de la década del 90, trajo la oportuna y floreciente
brisa de un arte con pretensiones realmente chimbotanas. Y para
ello existe quizá hasta una fecha concreta: el 24 de junio de
1995, cuando se inauguró en la Sala Ivansino la muestra El
retorno del caminante, impulsado por Amarildo Obeso Sánchez.
Esta muestra trajo de regreso a su lugar de nacimiento nada menos
que a una verdadera pléyade de artistas porteños, que, en su
momento, se convirtió en el punto de partida para lo que
constituye hoy la primera agrupación de auténticos artistas plásticos
chimbotanos, me refiero al grupo Trazo, cuya labor tallerística
y de producción, con más de un lustro de años (incluyendo los
conflictos al interior del grupo y la terrible indiferencia de
autoridades y público en general), puede ser interpretada como
el esfuerzo más destacado por desarrollar una pintura con
pretensiones colectivas y ofrecer para Chimbote el anhelado
rostro de la identidad artística local. Junto con Amarildo Obeso
(Chimbote, 1966), quizá uno de nuestros artistas que mejor ha
entendido el sueño de una plástica chimbotana con fisonomía
propia, y dueño de una excelente pintura que ha pasado por
diferentes y descollantes etapas estilísticas, destacan en
Trazo, Santiago Machado (Chimbote, 1969), quien
prefiere representar sus emociones con una pincelada fuerte, un
alto contraste entre lo claro y oscuro y, en sus primeras
exposiciones, la evidente preferencia por los temas marinos; Víctor
Barrionuevo (Chimbote, 1958), cuyo trabajo es de origen
expresionista pero con trazo agresivo y de colores llamativos,
sin olvidar su trayectoria en la escultura; Renato Sifuentes (Chimbote,
1972), que busca definir con esmero los detalles en su arte
figurativo, y que, en su momento, se definió muy bien en un
costumbrismo de temática porteña; Pedro Rodríguez Ortiz, cuya
obra siempre se posiciona mejor en la abstracción o cuando
invoca un existencialismo propio de su talante personal y actitud
frente al mundo; y Lincoln Bocanegra, cuyo surrealismo se ha
relacionado mejor con los mensajes sociales que desea expresar.
Con ellos, caminan en la misma ruta de Trazo: Jaime Zavaleta,
Marita Villanueva, Mayker Bocanegra y un artista que sin duda se
proyecta como un verdadero valor en nuestra plástica, Jack Silva
García (Chimbote, 1979).
Paralelo a la labor de Trazo, destaca sin duda el
trabajo de Walter Estrada Príncipe (Chimbote, 1963), quien empezó
a moverse en la escena de la pintura porteña desde la década
del 80 y encontró la veta para su trabajo en un surrealismo
abstracto que encuentra reconocibles méritos en formatos
amplios; asimismo, el trabajo de Santiago Salazar Mena (Chimbote,
1966), cuya trayectoria se ha conducido principalmente en la crítica
de arte, disciplina en la que se maneja con apropiada limpieza
expresiva; además, la obra escultórica de Eunófenes Colchado,
que destaca principalmente en el arte sacro.
Este valioso y palpitante marco, es sin duda la plataforma que
nos ofrece la seguridad de esperar para Chimbote un mejor
desenvolvimiento de las artes plásticas, trayectoria que ahora
debe esforzarse por buscar cada vez más apoyo y comprensión de
las autoridades académicas y administrativas. Pero existe ya una
manifestación que, con el antecedente de talleres artísticos
particulares y de algunos centros superiores de estudios, parece
consolidarse, el Taller de Arte Palamenco de la
Universidad Nacional del Santa, dirigido por Amarildo Obeso. Con
este valioso precedente, no es ilegítimo pensar en romper la
actual etapa de transición artística y soñar con una auténtica
tradición que represente los verdaderos designios de la vivencialidad
porteña. Los chimbotanos de raza y corazón deseamos
profundamente que así sea.