Eternidades

Azágar

 

 

El día que muera, en este rincón
van a penar mis latidos
y mi voz
que nunca ha de enterrarse.

 

El día que muera, en este rincón
echarán a cantar los grillos
y los aires
y mi amor
que nunca ha de callarse.

 

Las gaviotas y las golondrinas
elevarán mi verso claro
como una mala corona de espinas
que aún quiso quedarse en mi cuerpo.

 

El día que muera
voy a morir sonriendo la pluma
entre los labios
y mi último verso no querrá morir
pues mi alma no querrá marcharse.

 

Del viento, las azules ondas dirán
que aún es abril
y
que en primavera, todavía,
mil besos
de tus labios espero.

 

El día que muera,
voy a dar a cuidar
mi alma a tus brazos
y el nombre tuyo
que de mis labios
jamás quisieron marcharse.

 

El día que muera. El día que muera
(si aún en la dicha morir se pudiera)
voy a escribir mi último verso
con tu cuerpo atado en mis brazos.

 

Los árboles encorvados
querrán atarse a mi sepulcro.

 

Y las bancas y las gentes de la plaza
llorarán a Dios por la poesía
y por nuestro amor
que a pesar de los años
no querrá marcharse.

 

El día que muera
las campanas de todas las plazas
van a tildar mi nombre
sobre el tuyo.

 

Porque aún serás eterna, dulce amor,
como los días jóvenes
de cada primavera.

 

El día que muera
(si es que la guadaña es más fuerte
que la dicha)
voy a penar, Amor,
buscándote de puerta en puerta.

 

El día que muera. El día que muera.
Mi amor trascenderá a cada rincón
de la vida.

 

Así todos sabrán
que después de tanto amar
es difícil para un corazón marcharse.

 

Así será el final del camino:
Mi amor trascenderá de tu cuerpo
y el mío
y nos quedaremos solos, Amor,
sobre la naranja tapia de la tarde.

 

(Del Poemario “Eternidades”, 1994)

 

 

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