Un peruano que se va
Correo, Domingo 10 de abril del 2005.
Por Beto Ortiz
(Selección de Róger
E. Antón Fabián)
Trabaja como lavaplatos por 300 dólares a la semana. Habla un pésimo
inglés. Come cebiche con pescado refrigerado. Llama todas las noches. Quiere
regresar.
Primera
fase: se quiere ir: Ya no
ve las horas de largarse nuestro peruano que se va. La cantaleta es la de toda
la vida: aquí no pasa nada, empanada. No pasa, ni tampoco pasará. Nunca. La
vida está en otra parte. Así que mejor somos fuga y nos vamos. Nos vamos
acostumbrando. Es por demás. ¿A quién le hemos empatado? Seguiremos fallando el
gol del triunfo en el minuto 91. Perder es cuestión de método. Nuestro único
talento. Lo que mejor nos sale. Lo llevamos en la sangre. Como la pendejadita criolla, tan alegre y jaranera Nunca iremos a
triunfar al mundial. Todo hubiera sido tan sencillo y divertido si hubiera
nacido argentino. O, aunque sea, colombiano. Pero no. Ha nacido en el país
equivocado nuestro peruano que se va.
¿Para qué se queda acá? ¿Para esperar las
elecciones y así poder esperanzarse en choro nuevo?, ¿uno que, mientras chorea, ponga en marcha nuevas campañas en pro de la ética
y los valores?, ¿uno que choree con cierta conciencia
social?, ¿uno que la sepa hacer?, ¿uno que choree,
pero haga obra? ¿O en uno viejo y conocido que, por lo menos, ya todos sabemos
por dónde nos va a chorear y no hay sorpresas? ¿Acaso
con él no estábamos mejor? ¿Acaso no habla lindo el desgraciado? Cómo padece.
Hay que ver cómo padece, nuestro llorón peruano que se va No encuentra chamba,
para lacio, en cero, aguja. Tiene seca a la tía del quiosco: se presta
periódico los domingos para ver los avisos clasificados. Lo alquila por
minutos: como si fuera cabina de Internet. Ha empapelado la ciudad de cono a
cono con fotocopias de su ridiculum, pero naranjas.
Naranjitas chinas en almíbar. A excepción de todas las centrales de crédito, de
todas las secciones de cobranzas y de Infocorp, no lo
llama nadie a su celular prepago. No timbra jamás esa basura. Está yendo a
gorrear almuerzo todos los días sin falta donde su vieja Y no le lleva ni una
manito de plátanos de seda Debería darle vergüenza, pero no le da.
Nada le da nada, últimamente. Todo le llega
al rechopin. Vago no es. Sabe que vago no es, pero
nadie le da ni un cachuelo y si, por algún milagro de
Segunda
fase: se va. Con semejantes
credenciales -no es para menos- ya le han negado la visa tres veces como Pedro
al nazareno, motivo por el cual se siente forzado a
hacer el camino más largo y peligroso. Si le cierran la puerta, tiene dos
opciones: se mete por la ventana o se queda afuera. Va a tirar muro, en
consecuencia. Se busca otro nómade amateur, otro
caminante sin camino, otro ilustre tirador de dedo. Encuentra otro
gitano que se va y se suben juntos al avión hasta
algún lugar de Centroamérica. Y de allí, al camión. Y de allí, a la mula. Y de
allí, a atravesar el desierto con su galonera de agua
y su frazada. Digamos que logran sortear a la patrulla de fronteras, a la
migra, a los brigadistas voluntarios, a los polleros y a sus machetes
sanguinarios.
Digamos que llegan, sanos y sagrados, hasta
el otro lado. Flacos, ojerosos, cansados y con ilusiones. ¿Cuál es el primer
sitio al que van a parar? Clásico. Se van a buscar a otro peruano más. Al que
llegó primero, al que les puso las pilas y los terminó de animar contándoles
que aquí por lavar? platos les van a pagar 300 cocos
por semana. A su mare. 300 cocazos. Lo que no les dijo es que la renta les va a
costar -mínimo- mil. No importa. Donde comen nueve, comen diez. Ya ahí vemos.
Ya ahí nos acomodamos, causita. Lo llaman desde el primer teléfono público que
encuentran.
Y para celebrar, entre todos los platos del
mundo, eligen uno que, más que premio, es consuelo. ¿No importa en qué lugar de
la galaxia te encuentres... cuál es la distancia más corta entre dos cholos
extraviados? Un cebichito. En Lima puedes pasarte meses sin uno y ¿nada te pasa, pero a los que estamos fuera -qué cosa tan
rara- se nos convierte en una necesidad biológica, médica, impostergable. Puedo
dar fe. Parece que la leche de tigre -de frente- se te fuera a la vena. Por no
quedar mal, los recién llegados fingen no darse cuenta que el pescado no es
igual, que el ají no es igual, que el limón no es igual. Que nada es igual y es
precisamente por eso que han venido. Les tengo noticias, compatriotas: a
Estados Unidos se viene a cualquier cosa menos a comer cebichito.
Dos badhuaiser
más, pe' cuñau. Pa' asentar
la jama. Oe, 'ta que, acá chela chica nomás venden, ¿no? ‘Ta que monse,
¿no hay margarito? El que hace las veces de anfitrión
dice que hace tiempo que no sabe absolutamente nada del Perú ni quiere saber.
¿Para qué? Para enterarse de cómo linchan al que cordelea
un jean mojado, mientras que al que se levanta el
país en peso lo dejan ir nomás. Primicia antigua. Lo mismo de toda la vida.
Paso. Thank you very much. No sabe quién va
primero en las encuestas de Apoyo…