Morada
nuestra
Juan Benavente
¡Oh! Tierra
amada, en el universo
eres una frágil
gota de rocío
desafiando
escarpadas peñas y colinas
todo un susurro,
música del aire
donde el hombre
aún ensaya la vida
muchas veces con
palabras divinas
y otras rasgando
acciones dantescas
sin el futuro de
siempre que añoran
las manos
tiernas de los niños,
ellos, nuevos y
prestos visitantes.
Eres tú, un
himno de bondad, nos acoges,
una bienvenida
de suaves pétalos abiertos
ataviados de
perfumes entre verdes praderas;
sin embargo,
estoicamente recibes
los golpes y
puñales que erosionan
salvajemente tu
vientre y
lozana capa de
ozono.
Demás barbarie
de ácida lluvia
de vanidad
insoslayable, magnánima
propia del
hombre, éste quien oscila
entre la fuerza
del fuego ardiente y
el fulgor de las
aguas cristalinas
sin respetar el
beso omnipotente
das al espacio
sideral de tu inspiración.
¡Oh! Tierra
amada, mundo nuestro
víctima de
sinsabores, regalos...
regalos
escogidos de la civilización
agua,
luz,
aire
rutinas de
frescas madrugadas
y cargados
anocheceres,
espejo diario de
la vida
intento de
crepúsculos cotidianos
a veces lloras
absorta la soledad sentida
un laberinto de
muerte inútil, la indiferencia
cuyo crisol
describe sus fronteras
donde el hombre
se sabe superior,
un animal en su
propia jaula de cristal
atrapado en su
inevitable enfermedad
de guerra,
miseria, agónico dolor endémico
como si la
escasez se matara con cenizas.
Buscar mucho en
ti y conocerte
para eliminar el
humo y la muerte
tal vez en la
esquina maltratada de espanto
o en la aurora
de un clásico silvestre canto
que pinta la
esperanza con su propio color y
envuelve esa paz
abordada etéreamente
como un símbolo
de vital pajarillo, un cantor,
su vuelo,
entreteje vislumbrante una sensación
de aire, agua,
tierra, animal, planta, tú...
y tú también
plena de algarabía
enlaza, la fauna
su fuerza y
la flora su
belleza y noble armonía.
Y por fin...
ya no Tierra
erosionada
ya no Tierra
abandonada
solitaria
amenazada
ya no...
la trágica
oscuridad sin retorno.
¿Acaso esperamos seguir nadando...
o ahogarnos en
nuestras propias lágrimas?