PÁGINAS
DE ADRIANO
Carlos
Bayona Mejía
Tan solo pensé, no era una
mañana solitaria; más me parecen esas mañanas amarillas que entran por las
casas hechas de barro y pájaro bobo. He ahí don Santos
cogiendo sus hatos de alfalfa, sacudiéndoles el rocío que cae por las
madrugadas.
-¡Buenos días, Don Santos!, ¿cómo anda su
salud? ¿Y Adriano?
-Este jijuna se ha
ido a la capital, según dice que allá se gana bien y hay trabajo.
Adriano, sin lugar a dudas, ya
no camina por las calles del pueblo con su alforja al hombro ni hace fogata
para calentarse los huesos mirando el cielo plañido de estrellas. ¡Qué recordar
de Adriano en los tiempos de buenas nuevas! Pero ya no están ni su fogata ni la
casa con ese barandal donde posábanse cuantiosos
gallos llegados de otros corrales despertando la aurora; ni don Cipriano, el tendero
y doña Tomaza. Estos se levantaban a realizar sus quehaceres cotidianos.
Ahora está en la ciudad
grande, batallando con las piezas de una máquina offset,
cogiendo millares de papeles; midiendo a ojo de buen cubero su trabajo
recomendado por su jefe. Adriano Puescas, estás sólo
en la ciudad; atrás quedaron las pataditas que hacías en los arenales y los
amigos del trabajo campestre, el camino al pueblo y Pamela, la muchacha que te
había embrujado con su escote y su falda cortita. Toda una ella en realidad,
bonito nombre para trabajo fácil.
Ahora vives, según me cuentan
en un cuarto alquilado, cuatro paredes, en una de ellas tus cuadros que adornan
el ambiente melancólico como el corazón de tu madre. Cuadros que trajiste de tu
pueblo y nunca los vendiste. ¿Pero quién es este hombre de mediana estatura,
piel curtida por el sol y cabello hirsuto? Pues Adriano, con su mirada de
vendedor de autos, allá en Santo Domingo, solía ir al río para pescar bagres y mojarras en épocas de lluvias, cuyas corrientes arrasaban
también palizadas y anímales de corrales colindantes de otros caseríos.
Pues todo lo contrario, en
esta ciudad como en todas las ciudades capitalinas, hay putas en las esquinas,
enamorados lujuriosos, borrachos a más no poder tendidos en los bares, rateros
que corren tras un bolso, vendedores ambulantes que suben y bajan de un carro a
otro.
Así es este lugar, atiborrado de
provincianos; en este caso, una guerra de sobrevivientes. Adriano, en la capital
no comes camotes asados, ni pones tu espalda a solear para que tu hermana te
saque las espinillas, de lo contrario, te busquen para jugar un partido después
de llegar de la chacra. Porque en realidad tú jugabas a la pelota; te tirabas
unas volandas, corrías como un venado y nadie te
alcanzaba. Cómo sudabas las apuestas y cómo te sacabas el ancho para no perder
¡Tómala Adriano, tira ya, patea de una vez! Todos sabíamos que era un gol si tú
jugabas, o la pelota llegaba a tus pies. Así nos entusiasmábamos: ¡Gool, Gool! Corríamos a alzarte
en hombros. ¡Qué regocijo! Al final del partido, los dirigentes te llevaban a
tomar chicha donde la "Calzón con
hueco" y después a la "Paramazo"
todos perseguidos de la banda de músicos que sorteaba las calles del pueblo. ¡Qué
alegría para los niños cuando te veían jugar! Te imitaban en sus recreos, adoptaban
tu nombre. De lo contrario, querían ser el número diez ¿Dónde estás ahora, en
qué rincón de Lima te encuentras, pedazo de diablillo?; porque así te decía Don
Lorenzo Rumiche, cada vez que te veía pasar y te
invitaba caballas pasadas por agua caliente con zarza de cebolla y sus
zarandajas.
Así conservan tus amigos las
fotos que te tomaban cuando jugabas por "Sport Liberal", porque hasta ese equipo llegaste con tu
talento, dominando la pelota. Ahí te tenemos, en nuestras mentes, por si
llegaras a vestir nuevamente la camiseta de ese equipo. ¡Regresa! Todos te
extrañamos. ¿Qué haces en esa ciudad donde puedes perder tus dotes de buen
futbolista? Ojalá no pierdas ese talento muchacho. Tienes que meterte en un
equipo de Lima, intenta; que vean tu juego, sigue haciendo tus gambetas, tus
verónicas a lo torero, así como "El July";
tira esos taponazos de media cancha como lo hacías en las pampas de Yucún de Cristo Nosvalga, San Clemente
y el estadio Miguel Grau. Deja que los directivos vean tus dotes, a lo mejor te
jalan al equipo de Sport Boys, o a los grandes que se
les dice, como la "U" o "Cristal". Si te ven jugar, seguro
estarás acompañando a los maestros del fútbol. Sé que ahí está tu futuro,
Adriano, porque naciste para eso; un jugador de nuestra nación. A lo mejor te
ve Ternero y te jala a su equipo, él sí te puede valorar lo que haces. Iremos a
verte los amigos de barriada. Llevaremos una pancarta con tu nombre. ¡Anda,
muchacho! Tú eres un jugador a lo Solano o a lo Palacios o Cubillas o Hugo Sotil. No como esos chiquillos recomendados por tarjetas
que cuando juegan, se caen y se rompen la trompa. Vamos, Adriano, tú puedes;
demuéstrales tu juego.
Hazlo por la china Narcisa que
todavía es tu admiradora y anda diciendo que le vas a traer un par de zapatos
taco aguja; hazlo por tu hincha Don Ernesto que te regaló una gallina negra
para hacerte un buen caldo; por Doña Conga,