A propósito de los 99 años de Chimbote y su agitada escena literaria

Una ciudad de novela

 

“Las ciudades,

como las personas o las cosas,

tienen un olor particular,

muchas veces una pestilencia”

Crónica de San Gabriel / Julio Ramón Ribeyro

 

Por Augusto Rubio Acosta

 

 

Caminar de madrugada por las calles de Chimbote en el tiempo que nos toca, a puertas de la inminente celebración del centenario de nuestra urbe como distrito, es comprobar que no estamos solos a pesar de lo avanzado de la hora, del despoblamiento de las vías y de la apabullante soledad que por momentos pueda ensimismar a nuestra alma. Caminar de noche por el puerto es comprobar la compañía permanente y etérea en que consisten las voces, gritos, aullidos y susurros del pasado y el presente de la población de una urbe que ha crecido de cara al mar, con una migración espeluznante en las espaldas y con ese caos urbano mitad real-maravilloso y mitad real-espantoso en que consiste nuestra más pura idiosincrasia.

 

Y es que si hablamos de literatura peruana, el espacio urbano ha sido determinante a partir de los cincuentas, en que un puñado de narradores y poetas se echaron a escribir sobre sus padecimientos y felicidades sobre el cemento, mucho más allá de la simple nominación de calles, bares o la descripción de una pequeña geografía que no nos devela la ciudad en su real complejidad. Urbe y literatura se estrechan desde entonces en inefable vínculo afectivo-lúdico que permite un desborde imaginario que en el caso chimbotano, va más allá de la instrucción y la formación escritural.

 

Existen en la hora actual muchos personajes involucrados en el estudio y sistematización de la cultura peruana y de sus pueblos, que se preguntan debido al reciente y llamado boom de la literatura en Chimbote de los últimos años: ¿qué es lo que ha sucedido en el puerto?, ¿de dónde viene el hervor, de dónde tanta producción bibliográfica y la sangre caliente cuando se trata de la escritura, cuándo se trata de pintar, de manifestarse a través del arte y sus múltiples posibilidades?, ¿de dónde carajo, si somos una urbe joven, si nuestra primera universidad a las justas tiene dos décadas, si antes sólo éramos –y en gran medida seguimos siendo- una masa proletaria e inculta que en su mayoría se detiene a mirar el mar con la esperanza de saciar su hambre y su sed desmedidas en tiempos duros como el que nos toca?...

 

La respuesta está, como casi siempre sucede, en nosotros mismos los chimbotanos, que no terminamos de entendernos. La respuesta está en la manera que tenemos de vivir, en la forma que tiene de desenvolverse nuestra urbe, en las cosas que hemos heredado y en esas maneras auténticas y particulares de nuestra gente, que inconsciente, se expresa, trasmite y comunica a todas horas sin reparar en que hay alguien atento a lo que dicen, viven, sueñan y que adquiere vida propia: el narrador.

Chimbote es una urbe y la urbe se volvió de pronto un tema literario, la materia prima de las pesadillas y sueños de muchos creadores. Chimbote es un bosque, un arenal, un enorme pueblo joven donde las casas no tienen número ni los dueños cartón con que demostrar su propiedad. Tenemos una ciudad rica pero también podrida. El medio ambiente y la falta de memoria de la gente es prácticamente el monumento imponente que en mitad de la plaza de armas tanta falta nos hace. Es una caja de sorpresas viva y cambiante, industrial, multicolor y variopinta, caldo de cultivo para una literatura que de a pocos se ha desbordado. En Chimbote los escritores que han tomado conciencia de su inefable hábitat y las posibilidades infinitas que tiene para la escritura, se sienten entre dos mundos: el de su propio imaginario, psicología y emoción; y el de la dimensión de un microcosmos urbano como el nuestro que otorga a un creador dedicado a su oficio, la más dolorosa de las incertidumbres.

En Chimbote no hay trabajo, hay que sobrevivir, y además forjarse un estilo propio como escritor. En la ciudad no hay bibliotecas bien surtidas, tampoco premios literarios instaurados debidamente, ni siquiera un apoyo decidido de ningún ente “educativo” para quienes decidan dedicarse a la pasión escritural. No queda otra que ser “ratero”, escribir “a ratos”, recuperar el pasado y reflexionar a través de personajes de novelas y cuentos que nos ayudan a reconocernos a nosotros mismos, mientras se desempeña cualquiera de los más vanos oficios que pueda uno conseguirse por ahí. Así ha sido siempre, y esa extraña simbiosis entre ciudad y escritor ha dado a luz historias y libros que hablan de la transformación, de un cambio social y urbano históricos. En los libros de los escritores locales y en algunos casos foráneos, se evoca el espacio urbano en todas sus formas, se rememora la época dorada de una ciudad perdida, se siente nostalgia por los balnearios imponentes de antaño, se escribe sobre sus costumbres, mitos, tragedias y leyendas populares. Se denuncian también los problemas laborales y sociales de los pescadores y siderúrgicos, la industrialización con sus nefastas consecuencias, el hacinamiento, las invasiones en los barrios marginales, el desplazamiento del campo a la ciudad, la violencia política, el pandillaje, la desocupación, la prostitución y la miseria.

Vivimos en una ciudad de novela porque el giro que pueden dar las cosas de pronto en el puerto es imprevisible como la ficción en la cabeza de un escritor. En Chimbote viven los acaudalados en fastuosas mansiones del sur de la ciudad, justo al frente de barriadas donde las esteras campean. Esto produce ciertos desajustes en las normativas urbanas de la población para marcar y ordenar “sus territorios”, para preservar o resaltar hechos importantes en el tiempo, elementos “históricos” para ellos, el conservar un estilo, o crear su propia identidad sobre la urbe, y eso indudablemente es importantísimo para un observador eficaz dedicado a escribir.

La literatura en Chimbote está en permanente ebullición, nuestras letras están más vivas que nunca, y como en la póstuma novela de Arguedas “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, seguimos viviendo la misma crisis abierta e inexplorada en sus más hondas comisuras, continuamos viviendo la dolorosa adaptación de los del interior en este su nuevo suelo, la fusión cultural que transformó la urbe durante el boom pesquero ha derivado en múltiples enfrentamientos entre nosotros mismos. Somos una ciudad de novela qué duda cabe, demás está mencionar a quienes se han ocupado de Chimbote en su literatura. Y es que las ciudades como las personas y las cosas tienen siempre un olor particular, algo que las hace mágicas y que produce en quienes escriben como un acto de sobrevivencia, un gran impulso, un aliciente especial para sentarse ante el papel en blanco; en suma, la capitulación total ante la mayor de sus pasiones.