In memoriam César Calvo

 

“Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos…”

C. C.

 

Augusto Rubio Acosta *

 

 

E

l otro día te contaba, ¿recuerdas?, que fue un fin de semana, sábado o domingo, no sé, pero el asunto es que era temprano y el día me sorprendió -como siempre- aturdido en esa mi vieja cama de tablas, con el walkman encendido, mirando las rajaduras en mi techo como si fuera un cuadro cubista, y escuchando a lo lejos el ruido de los pájaros en el parque de Casuarinas, donde se encuentra el silencio con el ruido, donde siempre me sentí un extraño y forastero con ganas de acercarme a la Panamericana y subir al primer camión de ruta que se digne en arrastrarme un poco más allá aunque sea, más acá de mis sueños y fantasmas, donde se pueda vivir tranquilo sin acercarse al resto de seres: ¿vecinos?..., y tolerar y tolerar.

Era temprano, las seis y treinta a lo sumo, y en Radioprogramas una voz grave y consternada anunciaba que César Calvo se había ido para siempre. Era un 18 de agosto como hoy, Calvo teñía 60 años, un terrible dolor de oído, pero quienes supimos siempre de su poesía y su manera de afrontar las cosas, quienes alguna vez lo vimos en algún recital o tertulia literaria, sabíamos que con el tío César no era posible contar la edad.

Las pocas, poquísimas veces que lo vi, estuvo mareado, movía exageradamente los brazos y estaba rodeado de jóvenes y viejos compañeros de la escena; jubiloso, gritón, con ese aire de criollo, jaranero y la mirada penetrante, muestra contundente del hombre libre que se acuesta donde lo sorprende la noche. Tenía siempre aspecto de haber dormido mucho después de una jarana, ¿ya? -cara de resaca le llaman- pero habría que decir que sólo era una aparente frivolidad, porque para muestra bastaba siempre revisar los muchos botones sobre el papel en blanco de sus libros, las ganas de cambiar las cosas con la guerrilla peruana y la revolución que por esos años remecía América y el mundo, las canciones inolvidables que compuso junto a Chabuca, la reivindicación de los que menos tienen, y esa la poesía en que consistía su forma de vida.

Con Calvo, la poesía ganó en la modernización del lenguaje poético, se cuestionó a partir de entonces la utilidad del lenguaje, el cauce de la poesía peruana cambió de rumbo junto al empuje de los muchachos de entonces, una generación (la del 60) que entendió que había que defender la libertad creativa del artista y dejarlo todo por un compromiso con la sociedad en que vivían. ¡Qué tiempo, qué envidia, lo que hubiéramos dado por vivir en esa época!, ¿no?..

Los poemas de Calvo también lindan sobremanera con el amor, la pasión, el vacío de no tener a alguien a quien querer o tenerlo y no poder decírselo a plenitud. Y la ausencia, la bendita ausencia, la imagen apocalíptica, pesimista, angustiante del ser que vive en la mitad de la soledad, el ser que vive del aire como dicen sus poemas, yendo y viniendo de lo que ha sido a lo que no será…

Calvo murió hace cinco años y lo recuerdo como si fuera ayer porque considero fue una noticia trágica e importante, fue coger ese lápiz sin dueño y afrontar la hoja en blanco, el papel y sus fantasmas. Mientras, en el trabajo, afuera, en la calle, la gente asistía indiferente a un partido más de fútbol, de los muchos que pueblan el calendario de nuestro triste descentralizado.

¿Te has puesto a pensar en el apabullante peso que a  veces nos cae del cielo cuando sentimos que todo es al revés, que estamos pensando en algo gaseoso a decir de muchos y que nadie se preocupa por lo que importa de veras?... La voz de Calvo, sin embargo, se abría paso y esa mañana que supe por la radio de su muerte yo tomaba nota de lo que decía el locutor, reestructuraba mi futuro artículo porque algo tenía que hacer, que decir, no podía quedarme callado ante tanta indiferencia, tanto dolor y tanta pérdida. Lo único malo que hice fue que jamás envié nada a diario alguno, tampoco llegué a colaborar con la revista que me solicitaba algunas líneas al respecto. Fue como dejar todo para el día, para la vez en que la cosa estuviese más cuajada, el día en que sintiera que habían muchos más que me escucharan, que me leyeran, el día en que el espacio se haya ampliado y empecemos a hablar de una tierra fértil por trabajar. Y ese día no es uno cualquiera, ese día –anoche lo pensé, lo medité, le di vueltas a la idea- es hoy. Porque hoy es 18 de agosto en mi ciudad y en mi vida, han pasado cinco años de que Calvo se ha ido, la escena cultural de Chimbote ha crecido, se ha desarrollado -es innegable-, y porque hoy cumple años la más especial de las mujeres de mi pequeño mundo. ¿Qué, no me crees?... En serio, es una mezcla de alegría, de nostalgia y de orfandad. Es una mezcla muy particular pero también muy propia. Es como si mirase hacia atrás y releyera lo escrito hace mucho, el día que corría en una pampa y tras una cometa, pensando en los años que vendrían, las bibliotecas que tendría que visitar, los barrios pobres por donde debía andar, las fotografías pendientes, las caras de sueño, nuestra silueta ante el vaivén de las olas frente al mar de Chimbote y las cosas que había que cambiar. A Calvo le debo –él lo sabe- parte de todo eso y le agradezco su mensaje y su trabajo. Nosotros también caminamos por la barriada, también sentimos desde provincia lo que es la indiferencia de la gente y el centralismo, también sabemos del quehacer cultural y de su hermosa como contundente y cruda realidad.

“Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos / en todo cuerpo que mis manos conduzcan / a la hoguera, / en todo cuerpo que mis manos alejen de la orilla, / tú seas el reverso de esa inútil victoria, / la única copa que no desdeñe después del vino… ”

Con Calvo nos acordamos siempre que la vida también está hecha de lo que él llama esos “ínfimos, heroicos acontecimientos que se cumplen a tientas entre un cuerpo desnudo y otro cuerpo desnudo, entre el cauce del río y el vaso de la boca”, nos acordamos del amor intenso por la mujer que nos ha marcado, de la revolución y sus angustias, de la canción ejecutada en las plazas y las esquinas populares, de esa niñez en orfandad que quienes la han vivido la interpretan como el fantasma que los perseguirá de por vida. Los poemas de Calvo dejan la impresión de ser casi siempre una despedida de quien se preocupa por los desposeídos, la injusticia social que nos ahorca, y por la vida esa que tiene  mucho de simple y verdadero.

Hoy volví a reenviar por el correo electrónico un par de poemas que hace unos días tomé de un par de libros de Calvo, te deben haber llegado. Mis amistades piensan que es un poema más, uno de los muchos que ya les he enviado antes tomados de aquí, de allá, de la voz propia a veces, de la inmensa biblioteca virtual en que consiste la vida. Muchos de ellos, seguro, han procedido a borrarlos… “Venid a ver el cuarto del poeta / desde la calle hasta mi corazón / hay cincuenta peldaños de pobrezas (…) sino me halláis / entonces preguntadme / dónde estoy encendiendo las hogueras…”. El segundo poema que eché a circular en la red habla del almuerzo y la memoria. Hoy hemos almorzado de memoria. / De nuevo / de memoria.  / Contando alguna tarde de provincia, / mi madre se ha quedado / dormida en una alondra. / En una alondra antigua y silenciosa. / ¿Quién va a venir / ahora, con la voz de esa alondra, / a hablarnos de la dicha y de las rosas? / Con la luz de esa sombra ¿quién va a venir mañana / a hablarnos del perfume radiante de la dicha, / dichoso / de las rosas? / Ya nadie vendrá ahora. / Nos hemos devorado la voz de las alondras. / Ya nadie vendrá nunca. / Contando alguna tarde de provincia, / hoy nos hemos comido para siempre las rosas.”.

Hoy me he vuelto a acordar de los abismos, ¿sabes?, de lo insondable que a veces resulta la vida y su destellar, hoy me he vuelto a acordar de ti y de los que han recibido mis e-mails, he reflexionado sobre las ocasiones donde la vida o la muerte ya nada importan, de cómo los poemas se preparan -Calvo dixit- con minuciosa alegría, como un regalo de cumpleaños que nadie espera y se moldean con urgencia y violencia, con irremediable e irrepetible ternura. Hoy te digo que hay cosas que nunca cambian, que el tiempo es perfecto para descubrirlas, que las esperas desesperan a veces –like the Calvo poems- pero que la literatura es literatura no por gusto, que las bibliotecas existen porque tienen un objetivo: acercar a la gente común y corriente a lo que más quieren, a una nueva forma de vida, a aquello que los acompañará de por vida…

gucholakra@hotmail.com

 

 

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