El forastero

 

Ítalo Morales

 

 

Eran los tiempos en que las  mujeres  llegaban  desde lejos para deleitarse con la desnudez del forastero. Nadie pudo revelar alguna vez de dónde había salido o que relámpago lo había engendrado. Todos pensaron que se trataba de un demente cualquiera y que le gustaba  vegetar sobre un jergón abominable. Sentado como un monje meditaba todo el tiempo; rumiaba palabras incomprensibles; se hundía en su propia vastedad. Pocos intentaron hablarle, acercarse. Su cuerpo repelía: era un sahumerio tóxico. En verdad olía a estiércol, a orines. En poco tiempo el hombre ejerció una rutina que lo haría célebre en la comarca. Por las tardes se sentaba con las piernas cruzadas y  escrutaba los rostros con la curiosidad de un ave de rapiña. Durante las noches abría la boca como un lagarto y se quedaba petrificado durante largo rato. Ni las moscas lo doblegaban. Al contrario, cuando se posaban en su lengua se las devoraba, masticándolas sin prisa. Más allá de la medianoche, emitía un aullido y luego se acostaba satisfecho. Nadie osaba perturbarlo. El miedo  a que abriera la boca y los exterminara con algún chorro de fuego, los atemorizaba.

Cierta vez un niño lanzó la  hipótesis de que era un dios que había llegado de las nubes. Desde entonces, él y los demás niños se le acercaron y le regalaron frutas y comida. Por la tardes le hablaban como si fuera un amuleto. El hombrecito como nunca sonreía esta vez tampoco lo hizo. Simplemente aceptaba los regalos y se los llevaba a la boca. Tragaba con ansiedad, mordiendo con frenesí los huesos más duros de las aves. Con el tiempo la gente comenzó a adueñarse de esa teoría y le empezó a tener reverencia. Era conmovedor verlos con sus regalos y sus coronas apiladas sobre el jergón. Ya no les importó su desnudez ni  sus gritos de fiera. Ellos sabían que tarde o temprano el forastero abriría la boca y diría la Verdad Divina.

Transcurrieron muchos meses y  él forastero jamás logró evadir sus límites trazados. Pero llegó el día tantas veces imaginado. Una tarde lo vieron incorporarse como saurio y después de coger su jergón se dispuso a marcharse. Todos esperaron entonces que dijera la revelación memorable, pero ni siquiera les miró. Atravesó la multitud y se perdió en el estómago de la ciudad. Al regresar a sus casas, resignados y afligidos, la pregunta de qué habían hecho mal, revoloteaba la cabeza de los habitantes del pueblo.

 

Ítalo Morales (Chimbote, 1974), es licenciado en Educación. Ha obtenido diversas distinciones, como el Primer Puesto en el Concurso de Narrativa Regional Nuevo Chimbote (1998), una Mención Honrosa en el Concurso de Narrativa “Lundero” (1999) y otra en el Concurso de Cuento de la II Feria del Libro de Trujillo (2005). Es autor de El aullar de las hormigas (2003) y Camino a los extramuros (2005).

 

 

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