ARTÍCULO

 

OSCAR COLCHADO

Y SUS GRANDES AMORES

 

 

Por EDGAR CHINCHAY CASTRO

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Si hay un escritor peruano cuya obra mantiene una línea clara, un estilo definido y, sobretodo, una original propuesta estética a través de sus poemas, cuentos y novelas, ese es Oscar Colchado. Ya desde su “Tarde de toros”, su primera gran obra, adivinamos al guía eficaz, trasladándonos imperceptible y cadenciosamente a una dimensión misteriosa, donde la realidad urbana parece mixturarse con los mitos andinos.

 

Es que Colchado ha sabido transmitirnos esa dualidad, suavizando esa tensión campo-ciudad, la mitificación simultánea del ande con la barriada, para terminar en un campo de inacabables combinaciones. El juicio colchadiano, es también un producto chimbotano, la urbe que es un recipiente insuperable de esta amalgama costa-sierra; porque carga con él, los recuerdos de toda una vida profundamente ligada al más desconcertante periodo de nuestra joven historia. Es inevitable pues, que Chimbote sea para él, un sentimiento inalterable, una pasión inagotable, un alboroto constante entre sus musas. Sin duda, uno de sus grandes amores.

 

 

Recuerdo a Oscar Colchado por los años 75 al 83. Yo era muy pequeño, el más pequeño en casa, y por lo mismo, el encargado de llevarle el almuerzo a papá al trabajo. Era una tarea que hacía con mucho placer, casi con obstinación, ya que esa misión me permitía pasar horas y horas de emocionantes andanzas entre las movilizaciones (muy comunes por aquellos años) de pescadores, profesores, siderúrgicos y estudiantes; lidiando con la policía y cabreando las bombas lacrimógenas y los perdigones; mientras mi padre soportaba una manifestación más feroz aún: la de sus tripas. Pero cuando me veía llegar, su furia se aplacaba al ver mis ojos llorosos por las bombas y hasta me ganaba algunas palmadas cariñosas por haberle hecho llegar siquiera 1/4 de sopa (desperdigada en mis correrías).

En muchas de esas ocasiones observé a Oscar Colchado (vivía a una cuadra de mi casa) desplazarse entre la masa como un manifestante más. En otras, lo divisaba caminando solo y meditabundo, con un aire, que aún para mi infantil dicernimiento, se me antojaba de lo más sombrío, como el de alguien que tiene una honda preocupación y está en trance de tomar una trágica resolución justo a la vera por donde pasaban raudos los trailers y automóviles. Tímidamente me acercaba y le jaloneaba de los pantalones, me miraba sin verme, sacaba lapicero y rápidamente garabateaba en una libreta; recién entonces me reconocía y me recriminaba el andar tan lejos del barrio y emprendíamos juntos el camino de regreso, sin saber quien llevaba a quien. Me acompañaba hasta mi casa y reprochaba a mi madre el que me dejara vagar por las calles como un pequeño delincuente; pero mi madre le ponía al tanto de mi misión y le contaba que mas bien yo era el que me preocupaba por él, de mis temores a que se vuelva loco, deambulando como un fantasma triste por las calles; mientras nos servía el lonche.

Todo esto me vino a la memoria cuando al fin pude contactarlo por teléfono para pedirle una entrevista. Pero, había pasado tanto tiempo, que quizá no recordara nuestra efímera conexión. Por un momento vacilé por el temor de no tener éxito en la misión que me había llevado hasta Lima, que solo atiné a decir que quería entrevistarlo y que era de Chimbote; sin saber que estaba dando con la palabra mágica capaz de abrir todas las puertas de su fortaleza de escritor introvertido y, por un momento, me sentí Alí Baba.

Para llegar hasta él, me dejé llevar por mi instinto serrano, porque yo también soy hijo de serranos, y en mi casa se respira el aire andino. De chiripa, hasta las combis que me trasladan tienen patronímicos ancashinos: “el casmeño”, “el pomabambino”. La urbanización, con nombre de santo de escoba y con una huaca al costado, es ordenada, limpia y está silenciosa a esa hora. Las casas de la calle tienen jardines con diversas plantas, pero una sola tiene una tuna y, hacia allá me dirijo, sin cotejar el número, toco; y aparece.

Sigue siendo él: el mismo mechón sobre la frente, los mismos lentes gruesos de miope, la misma forma ausente en el vestir, el mismo aire de bohemio de los '70. Para cuando abre el enrejado, ya me ha reconocido, y nos fundimos en un abrazo de espontánea alegría.

Mientras el espirituoso vino (“Para ocasiones especiales”) resbala como un bálsamo, nuestros recuerdos se despercuden y se embarullan: “No has terminado de delincuente, como me temía”, me dice. “Ni tú loco, como pensaba”, replico; y reímos de nuestros viejos temores.

Me pregunta de todo y por todos. Le pinto en detalle el sol, el mar, las calles, los conocidos y hasta la veda que asola a Chimbote. Es un tema que le apasiona y, no se como, resultamos en un estadio imaginario. “En la familia todos somos hinchas del José Gálvez, todos estuvimos alentándolo y gozando la noche que se coronó Campeón de la Copa Perú”, se emociona. Sirve más vino, y regresa la pelota por el tiempo, a cuando el Gálvez era un grande. Así me entero que no solo “El Poeta” César Cueto se cruzó la banda roja, sino también, Agüero, Sartor, Manzo y Company; pero pone especial énfasis cuando habla de los lugareños: Linares, Peralta, Ostolaza, Luces, Mantilla, Gutiérrez, Alva y Villavicencio; nombres completamente desconocidos en mi insulsa cultura futbolística. Dejo que se canse con la pelota, hasta que poco a poco, logro ponerlo al revés, que mire hacia él, hacia dentro. Después de todo, eso es lo que en verdad nos interesa.

 

Oscar Colchado Lucio, nació por mero accidente en Huallanca, famosa por la hidroeléctrica y por haber sido la última estación del ferrocarril, que poco después lo trasladaría a Chimbote, “be niño era bastante travieso y juguetón, pasaba horas soleándome por las playas de nuestra hermosa (por entonces) bahía y frecuentando “La Ramada” con mis amigos para sacar pescado de los botes”, empieza a recordar, mientras sus ojos chispean a través de sus espesas gafas. “Después del mar, lo que más me apasionaba, era la campiña. Recuerdo esos sembríos -hoy engullidos por urbanizaciones y asentamientos humanos- de árboles frutales alrededor de lagunas de agua dulce, de una especie de lianas que colgaban de enormes pacayes y que nos servían para ir de rama en rama, volando por los aires, hasta caer en las pozas de agua; era inevitable que no nos sintiéramos Tarzán luchando con cocodrilos invisibles”, rememora, mientras agita los brazos en un charco imaginario. “Como olvidar el cerro de arena de El Progreso (ahora tugurizado de ranchos de estera), donde volábamos las cometas o jugábamos a la “coboyada” entre pandillas, defendiendo nuestros dominios a ondillazos, en batallas tan francas, que teníamos que tomar todas las precauciones para no ser alcanzados por el enemigo, como me sucedió una vez en que casi pierdo un ojo”, y nos muestra una cicatriz en su ceja derecha “Pero eso era un juego de niños comparado con la realidad. Lo que sí era de verdad y muy emocionantes, eran las feroces peleas a cuchilladas en las chicherías, bares y cantinas como “El Huandoy”, “El Huascarán” y otros, con malevos como “Los Piuranos”, el famoso “Cojo Camalero”, el feroz pescador “El Combo”, los temibles hermanos “Gara Gara”; pendencieros que cundieron el pánico y dieron bárbara fama a mi barrio El Progreso, que hasta ahora perdura”, recuerda con emoción poco contenida. “Pero ya de adolescente, me volví tranquilo, pacifico y bastante introvertido; no me gustaban las fiestas y, hasta asistía al catesismo en la Parroquia Niño Dios; ahí, recuerdo que conocí a Hugo Acuña, que más tarde fundara “Los Pasteles Verdes”.

Quizá este cambio en su personalidad, se deba en que ya de adolescente se convirtió en un escolar sedentario (toda su secundaria lo hizo en el Politécnico Nacional del Santa), al contrario de su educación primaria, en que obligado por las circunstancias lo hizo en 6 colegios: “Comencé el grado de transición en el Lazarte que se encontraba ubicado por la garita de la línea del tren, y lo concluí en la escuela fiscal de Huayllabamba, la tierra de mis padres en el Callejón de Conchucos. Ese fue mi primer contacto verdadero con el Ande, y lo que más recuerdo, es que cuando llegue a Sihuas, vi aparecer a un brioso caballo con un pequeño jinete, era mi primo Darío Colchado que venía a mi encuentro para trasladarme a Huayllabamba”, me cuenta, y noto que sus ojos se entristecen y su voz se conmueve al recordar a Darío, pero se repone y continúa: “Aquel año murió mi padre, y mi madre me trajo a Lima; de tal manera que el 1º de primaria lo hice en el colegio Santa Eugenia del Rímac. Para el año siguiente retornamos a Chimbote y fui matriculado en el colegio Antenor Sánchez, que era el nombre de su fundador, profesor y director a la vez; tenía una plana docente de solo dos profesores que se abastecían para la enseñanza y disciplina, allí estudié hasta el 3er. grado, que era el máximo grado del colegio. El 4to. año lo hice en el Niño Dios, y mi profesor fue el padre de los Hermoza Ríos; con frecuencia llegaba el Juanito para fugar a la pelota. Y terminé mi primaria en La Prevocacional, donde tuve de profesor a Francisco Terán que también destacó como periodista”, termina el recuento de su azarosa vida escolar.

Oscar Colchado se trazó como meta, estudiar ingeniería química en la Universidad de Trujillo, y se preparó para ello desde el cuarto año; pero grande fue su sorpresa al verse rechazado al momento de inscribirse, por el simple hecho de proceder de un colegio técnico, (quizá los que amamos su literatura tengamos que agradecer esa contingencia, porque ¿conocen algún ingeniero químico escritor?) “Regresé desilucionado a Chimbote, donde se acababa de abrir La Indoamérica, ubicada en la plazuela 28 de Julio y, que ofertaba carrera para profesores. Yo elegí Lengua y Literatura”.

 

LA  LITERATURA

La fantasía siempre desborda los límites de la realidad en que se mueve el escritor. El abismo ineludible entre esa realidad y los sueños que lo impulsan, y que es incapaz de mitigar, no solo es el origen de su desventura, sino también, de su talento, de esa habilidad para enhebrar los hilos de la realidad con sus pesadillas, gracias al cual completa las insuficiencias de la vida, ensancha las fronteras opresivas de nuestra condición y, nos encamina a mundos más ricos o más míseros o más intensos, en todo caso, siempre diferentes a lo que nos ha deparado el destino. Gracias a los embustes del escritor, la vida se incrementa en posibilidades, la ficción nos hace ver lo que somos, lo que no somos y lo que nos gustaría ser; mutilando lo que nos sobra y añadiendo lo que nos falta, dando orden y lógica a lo que en nuestra experiencia es un caos o un absurdo. O por el contrario, impregnando de locura, de misterio, de riesgo a lo que es sensato, rutinario y seguro.

Soñar, escribir, leer, es una rebelión contra la mediocridad de nuestras vidas y una manera-temporal pero efectiva, de burlarla. El escritor “ nos hace prisioneros de su sortilegio, nos transmuta momentáneamente en buenos, malvados, santos, estúpidos, valientes o cobardes: nos incita a ser diferentes y luego nos regresa a nuestra condición o realidad, pero distintos, mejor informados sobre nuestras posibilidades, más ávidos de sueños más inconformes.

Oscar Colchado es uno de estos, que han elegido el “insensato” oficio de rectificar sistemática y sutilmente la vida. Ya desde que su única obsesión era prenderse con voracidad del mágico y esférico recipiente de la vida, su magín se fue llenando de los mitos y leyendas andinas, las que en su adolescencia y juventud se fue embarullando con sus andanzas porteñas, mientras se conmovía con “María” de Jorge Isaac y leía con fruición a José María Arguedas, a Ciro Alegría y a Eleodoro Vargas Vicuña; y descubría a Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias y Guimaraes Rosa.

 

No está claro en que momento decidió convertirse en otro hacedor de sueños, pero todos los atajos fueron conduciéndolo a ese camino. Hasta que un día, atrapado en esa incomparable atmósfera costeña-andina de Jimbe, como un reflejo de su propia identidad, descubrió que ese era su destino: ser escritor.

 

¿Por qué vivir en Lima, siendo Ancash el espacio geográfico para la mayoría de tus obras? ¿Por qué la costa con el asfalto y sus combis, y no la sierra con sus quebradas y muías, siendo un escritor preocupado por lo andino?

Porque es un medio en el que uno se desenvuelve mejor en el campo de la literatura, aquí uno se encuentra con escritores de todos los lugares, con los que se puede conversare intercambiar ideas y experiencias; en provincias uno se siente aislado. Pero estoy muy atento de lo que ocurre en los andes, estoy estudiando la cultura andina desde el colonialismo, estoy viajando por los andes tratando de hurgar en los pensamientos de sus pobladores, tratando de compenetrarme con sus problemas e investigando sus mitos y leyendas, que con el cúmulo de recuerdos que tengo de mi vivencia andina, me sirven para bosquejar los argumentos e historias de mis obras. Aquí mismo, frecuento mucho el Club Ancash, para informarme, alimentarme con los datos y experiencias de mis paisanos. Vivo muy pendiente de lo que ocurre en mi Ancash querido.

 

¿ Qué extrañas de Chimbote y con que frecuencia regresas?

Extraño el mar, la campiña, los cerros de arena, las largas caminatas desde Buenos Aires a la playa “El Dorado” a través del largo desierto que los separa. Lo visito dos veces al año.

 

Los mitos y los cuentos son una constante en tus obras...

Son mi cantera literaria, pues considero que es en los mitos y en los cuentos orales, donde podemos auscultar el espíritu profundo del hombre de las cordilleras.

 

¿Cuál ha sido tu intención con la obra “¡Viva Luis Pardo!” que acaba de salir?

La de rescatar a un personaje histórico, que se identificó con los problemas del campesino pobre del país y decidió enfrentarse él solo a los poderosos. Luis Pardo fue un montonero durante la gesta de Pierola y Durand, que se levantaron contra Cáceres y López de Romaña. Ese fue el aprendizaje en el manejo de armas que tuvo Pardo para enfrentarse a los poderosos de la región. Pardo murió muy joven, y al parecer, se truncó su más caro proyecto: levantar a los campesinos del ande para que recuperen sus tierras.

 

¿Con “Rosa Cuchillo” termina tu ciclo de narrativa andina?

De ninguna manera, pues el ande tiene tanto el área andina como el área amazónica y, si bien es cierto que acaso como espacio geográfico haga yo un paréntesis en la sierra, mis personajes aparecerán como migrantes no solo en la costa o en la selva, sino también, en otras latitudes; de repente el andino en Japón, EE.UU., Italia, España, Australia, etc.

 

¿No te parece que ha llegado la hora de hacer una gran obra con esa descomunal migración a la Bahía de Chimbote durante el boom de la pesca, que produjo una fiebre incontrolable por hacer riqueza y, que a la larga, parece encaminarlo al colapso total?

Parece que tu leyeras mis pensamientos,(ríe). Sí, yo estoy haciendo una novela de migrantes andinos que llegaron al puerto de Chimbote durante la década de los 60 y 70 y proyecto sus vidas a los '90. En esta novela trato de destacar, sobre todo, las luchas sindicales que conmocionaron al puerto por los '70. Y dentro de este mismo marco, tengo otra novela sobre las luchas estudiantiles en el puerto.

 

¿Se puede decir que Oscar Colchado vive de su pasión por la literatura?

Aunque ajustadamente, puedo decir que estoy viviendo de lo que escribo, a pesar de la piratería, pero la Cámara Peruana del Libro está haciendo una campaña para contrarrestar este flagelo; INDECOPI, que es otro ente que vela por los derechos de autor, también está haciendo lo suyo.

 

¿Hacia donde apunta Oscar Colchado?

Empecé ganando un espacio regional y luego nacional. Mi objetivo ahora apunta hacía un público universal. Mis temas y el tratamiento técnico de mí narrativa, desde ahora van a ser menos regionalislas.

 

LA FAMILIA

Además de su pasión por la literatura, Oscar Colchado tiene un motivo más para sentirse especialmente afortunado de la vida: su familia. Y cuando Oscar habla de ella, el entusiasmo y el orgullo hacen un festín de sus sentimientos. Y no es para menos, su esposa y sus hijas, no solo son el combustible principal para sus anhelos personales, sino también, que todas comparten su afición por la literatura.

Empezando por Doña Irene Mejía (su esposa); una mujer sencilla, cariñosa y disciplinada. Orgullosa de su esposo y de sus hijas, es el complemento ideal de Oscar en la educación y los proyectos para ellas, es el soporte del hogar, con todas las dificultades que significa ser la esposa de un escritor. Ella además, es profesora y directora del CE “Santa Rosa” del distrito de Puente Piedra; y en 1978 publicó una plaqueta de poesías.

La mayor, Marlene (18); que aún juega con muñecas y comparte con sus hermanas el hobby de coleccionarlas, trabaja en la Telefónica y acaba de ingresar a la Universidad Nacional del Callao. Sumamente reservada, es una apasionada del dibujo, pero floja para los deportes. Le encanta la televisión y el cine, y está pendiente de lo que acontece en ese mundo. Recién está empezando a salir a fiestas.

Patricia (15); que se prepara para postulara fa universidad, es una apasionada del ballet, la literatura y las artes plásticas. De carácter hermético (especialmente con extraños), a veces se le da por escribir sin parar y, ella misma, hace las ilustraciones para sus textos. Escritora precoz, a los 10 años ya tenía en su haber dos obras: “La niña y otros cuentos” y “Luna de azúcar”. Ha publicado además: “La pequeña bailarina y otros cuentos para niños” (1996) y “Versos juveniles populares” (1997). Desde los 6 años practica y estudia ballet, disciplina que enseña en casa, en una academia y en el colegio donde estudió.

La menor, Jessica (11); es más tranquila y obediente que sus hermanas, que están un poco celosas por que la consideran muy engreída por sus padres. Acostumbra hacer sus tareas escolares pasada las 11 de la noche, cuando hay una calma total en casa. Le gusta el dibujo y la pintura, e incluso ha ilustrado un libro de la escritora ayacuchana Nori Rojas Morote. Le encanta escribir cuentecitos y, recientemente ha quedado finalista en un concurso organizado por el INLEC, con su obra “Te regalo un sueño”.

El teléfono, ha sido porfiadamente impertinente durante la entrevista y, mientras Oscar atiende una vez más, aprovecho para fisgonear alrededor: sus libros, sus premios, sus. huacos, sus plantas, sus alfombras con motivos andinos y otros detalles que le dan un toque especial a los ambientes. Y me pregunto: ¿Qué clase de musas revolotearán en la mente de ese hombre sencillo, apasible y de voz suave, para tener esa fijación por lo andino, a pesar de haber pasado prácticamente toda su vida en la costa? Mientras pienso en ello, mis afanes exploratorios me han llevado hasta la primera planta, cuya decoración sencilla y con buen gusto, se me antoja bastante costeña. Vuelvo a subir las escaleras y, de pronto, tengo la impresión de estar escalando esos angostos, abruptos y empinados caminos ser Vanos surcando los cerros para cuando llego a la segunda planta, la sensación que tengo es, que mi polón se ha convertido en un poncho, mi gorro en un sombrero de paño, mis NIKE en llanques y, hasta creo sentir un ligero soroche al atisbar por la ventana la huaca cerca a la casa, convertido ahora para mis ojos, en un nevado de donde baja un riachuelo espumoso y lechoso que se pierde entre unas casitas blancas de tejas rojas murmullo cantarino del arroyo se embarulla con el canto de los pájaros, con el gemido del viento en los maizales, con el balido de las ovejas; en una sinfonía mórbida que estremece la grávida tierra, bajo un cielo azul de gigantescos copos de algodón;. arrullándome, transportándome al pueblito de mis padres: Cutamayo. Estoy por hender con mis manos las cristalinas y frescas aguas del riacho, cuando Oscar de un plumazo, rompe el hechizo en mil pedazos. Su cara es una alegoría al entusiasmo, acaban de llamar del Grupo de Teatro de la Universidad Católica, invitándolo al estreno de su obra “Cholito en los Andes Mágicos”. Su alegría es contagiosa, y yo me alegro con él, me infiltro a su fiesta. Porque, como lo sospechaba y esperaba: corre a traer más vino.

 

SUS OBRAS

Los libros de Oscar Colchado no solo gustan a los provincianos y a los inmigrantes andinos de las grandes ciudades; poco a poco está ganando terreno en las zonas residenciales de Lima: Miraflores, San Isidro, Monterrico, La Molina, San Borja; reductos de Bryce, Bayly, Ampuero, Cueto, Cisneros, Thays, Dante.

Además, sus obras han sido puestas en escena por grupos teatrales tan importantes como el TUC (Teatro de la Universidad Católica), con el montaje de su “Cholito en los Andes Mágicos”, la misma que ha sido llevado también a la televisión por el INTE, para los países del Grupo Andino, y existe además, un gran interés por llevar su “¡Viva Luis Pardo!” al cine.

Pero lo más importante, es qué sus obras están siendo utilizadas en la educación escolar: inicial, primaria y secundaria.

Acostumbrado ya a tos laureles, Oscar Colchado tiene una profusa producción literaria:

“Tarde de toros” (Novela, 1974) “Aurora Tenaz” (Poemas, 1976) “Tras las huellas de Lucero” (Novela. I980) “Del mar a la ciudad” (Cuentos, 1981) “Cordillera Negra” (Cuentos, 1985) “Cholito en los Andes Mágicos” (Novela, 1986) “Camino de zorro” (Cuentos andinos, 1987) “Arpade Wamani”(Poemas, 1988) “Hacia el Hanaq Pacha” (Cuentos, 1989) “Devolverte mi canción” (Poemas, 1989) “Cholito en la ciudad del Río Hablador” (Cuentos, 1995) “¡Viva Luis Pardo!” (Novela. 1996) “Rosa Cuchillo” (Novela, en prensa) Sus creaciones son requeridas por importantes editoras como. Bruño, Prisma, Escuela Nueva, Editorial San Marcos. Editorial de la Universidad Federico Villarreal. En Chimbote, tiene la exclusividad, Río Santa Editores.

 

(Selección de Róger E. Antón Fabián)

rogerantonfabian@hotmail.com