Poesía chimbotana de los noventa: Modelo a

escala para un proyecto descentralizador


Ricardo Ayllón *


Quizá una de las mejores formas de buscarle utilidad al cambio de milenio, dentro del ámbito de la poesía peruana, sea recordando una vez más que las visiones críticas y académicas que surgen de ésta insisten en sostenerse únicamente en la obra de los creadores limeños, y lo que sigue haciendo falta es un saludable y definitivo criterio de imparcialidad, un serio plan descentralizador donde la fisonomía de nuestra literatura sea fertilizada por un verdadero afán de plasmar la identidad nacional, a partir de un amplio y meticuloso proceso que se revierta hacia nuestras regiones y busque no sólo sumar sino también conjugar expresiones, en la iniciativa de entablar una auténtica conciencia literaria. 

Esta intención se fundamenta básicamente en la revisión de los estudios y antologías que hasta el momento se han publicado sobre la poesía peruana de los noventa, los cuales, si bien aún son escasos, nos brindan la oportunidad de enterarnos que las orientaciones centralistas están lejos de desaparecer y continúan rigiendo sobre los enfoques críticos y seleccionadores[1]. En lo personal, nos gustaría bosquejar ahora una panorámica nacional, completamente descentralizada, sin embargo es justo reconocer que nuestra visión también resultaría corta si tomamos en cuenta que ésta debería constituirse en una verdadera posición integracionista, donde nadie sea pasado por alto y cuya obra reciba una concienzuda valoración.

Así las cosas, quizá sea necesario abocarnos únicamente a lo que conocemos mejor, a los fueros de nuestra competencia, y lograr, con ello, ofrecer un modelo a escala de las características que sustentan las poéticas regionales y a las que, según se comprobará, no se le puede negar el derecho de ser valoradas si se considera que muchas de ellas constituyen ya un corpus, materializado éste gracias a tres elementos que siempre deben actuar simultánea y eficazmente; nos referimos a la presencia y permanencia creativa, la valoración crítica y la divulgación que debe tener y con las que debe contar la poesía en un referido campo de acción. El campo de acción que nos ocupa en este caso no trasciende los límites de nuestra localidad de origen, Chimbote.

 1. Presencia creativa

En Chimbote, hacia inicios de la década del noventa, el panorama de la poesía se encuentra todavía signada por el trabajo de los vates de anteriores décadas. Su trabajo poético ha alcanzado un alto nivel y su difusión se sujeta principalmente a una escala de orden regional. En ese marco, y obviamente con el precedente del trabajo desarrollado por el Grupo Literario Isla Blanca, institución que ha logrado ubicarse en el panorama chimbotano como uno de los mejores ejemplos de lo que representa la indeclinable apuesta por el trabajo colectivo, aparece en las canteras de la Universidad Nacional del Santa (UNS), concretamente en febrero de 1990, el primer número de la revista cultural Bellamar, publicación que constituirá la simiente para que un tiempo después se funde el Movimiento Cultural del mismo nombre, interesante producto que reúne básicamente a docentes y trabajadores de dicho centro de estudios, algunos de ellos con cierto trabajo poético desarrollado, difundido y valorado en la década anterior.

Esta última característica, junto a la falta de sangre verdaderamente joven en el referido grupo, nos lleva a la deducción de que Bellamar no consigue representar todavía la verdadera versión de una nueva poesía chimbotana. Ésta surge más bien, siempre desde experiencias colectivas, con la aparición del Frente Artístico Literario (F.A.L.) Trincheras, agrupación que también reconoce como lugar de origen a la UNS. Gestada gracias a la iniciativa de un grupo de estudiantes (Luis Villegas y Azagar, principalmente) y el asesoramiento de profesores de Letras y trabajadores universitarios, como Víctor Unyén Velezmoro y Marco Antonio Barbosa, entre otros, Trincheras desarrollará su rol protagónico bajo la dirección de Christian Flores Fernández, poeta, activista político y estudiante de Enfermería de la mencionada casa de estudios. Con él, integrarán principalmente el grupo estudiantes de Letras, y ya para el año 94, cuando la agrupación alcanza su nivel más alto, se habrán integrado algunos miembros “invitados”, como Sonia Paredes Soto, Ricardo Ayllón, Joaquín Alonso y Alan Prax. Pero actitudes ajenas al terreno netamente literario provocarían un franco declive en el grupo, y hacia inicios del año 97, Trincheras habrá dado lo mejor de sí.

En julio de 1994, sin embargo, producto de una significativa desmembración en Trincheras, nacía el Movimiento Cultural Universitario El Universalismo, encabezado por Santiago Azabache García (AZAGAR), estudiante de Obstetricia de la Universidad Privada San Pedro, pero también (durante el tiempo que integró Trincheras) de la UNS. El Universalismo estará compuesto, además de Azagar, por Elena Carhuayano La Rosa, Madeleine Beltrán, Anderson Arquero, Ricardo Ayllón y Roger Antón Fabián, entre otros poetas. La tarea creativa, crítica y de divulgación en ambos grupos es casi similar; distinguiéndose básicamente en su trabajo la edición de plaquettes colectivas y su participación en tertulias y recitales locales.

            Transcurrida esta importante etapa, y siempre dentro de la actividad grupal, aparece el año 97 en la UNS una nueva cofradía, el Grupo Literario Brisas. Integrado básicamente por Ítalo Morales (narrador), Marco Antonio Honores y Juan Carlos Lucano, Brisas se aboca sobre todo a la edición de opúsculos colectivos y su actividad se prolonga hasta el año 99. Junto a este importante tráfago grupal que podríamos denominar “de aprendizaje”, aparecen tres poetas que inician su trabajo desde los grupos Isla Blanca y Bellamar, nos referimos a Rogger Tang Ríos y Gloria Díaz Azalde en el primero, y Víctor Hugo Alvítez en el segundo. Pero otros dos importantes conjuntos de poetas habrá comenzado a desplegar su obra de manera insular: primero, aquel que se desenvuelve a un nivel básicamente local, como Maribel Alonso y Fernando Cueto; y aquel otro integrado por vates de origen chimbotano pero que desarrolla su trabajo desde fuera, mostrando no obstante y en todo momento su acendrado espíritu de identidad con el puerto, nos referimos a Nelson Ramírez Vásquez-Caicedo, Antonio Sarmiento y Enrique Tamay, quienes residen en ciudades disímiles, como Berkeley (USA), Callao (Perú) y Santa Cruz (Bolivia), respectivamente.

Si bien es cierto que la mayoría de los poetas mencionados ha continuado restringiendo su campo de acción al ámbito local, ello no deslegitima el valor de su obra. Algunos han persistido en el trabajo personal alcanzando importantes logros estéticos. De otro lado, su presencia en concursos poéticos locales, regionales e incluso nacionales ha conseguido ser reconocida con los primeros lugares. Respecto a su producción (entre libros y plaquettes personales), ésta puede detallarse de la siguiente manera:

Libros: Nelson Ramírez: Azulejos de cerca (1990) y El polen de los helicópteros (1998); Antonio Sarmiento: Metamorfoseo Orgásmico” (1994), Cantos de Castor (1999) y Tontas canciones de amor (2002); Santiago Azabache - AZAGAR: Sueños a poesía (1994); Víctor Hugo Alvítez: Huesos musicales (1995) y Confesiones de un pelícano e inventario de palmeras (1998); Ricardo Ayllón: Almacén de invierno (1996), Des/nudos (1998) y A la sombra de todos los espejos (2003); Fernando Cueto: Labra palabra (1997) y Raro oficio (2001); Enrique Tamay: Cuaderno de interrogantes (1998).

Plaquettes: Elena Carhuayano La Rosa: ¿Cadenas…? (1995), Con arena y con sal (1997) y Sólo mi canto te entrego (1997); Antonio Sarmiento: Cantos de Castor (1998) y Ojo madre (2000); Ricardo Ayllón: Húmedo tacto del fuego (1999), Bestia escrita (2000), Voz que es de la lluvia (2000) y Nostalgia por Chimbote (2001); Gloria Díaz Azalde: Edición Nº 12 de Marea, publicación del Grupo Isla Blanca (1999); Juan Carlos Lucano: Deseres (2002); Víctor Hugo Alvítez: Torito de penca. Torerito de papel (2002).

 

2. Valoración crítica                                                                     

La valoración del trabajo de algunos de estos poetas del noventa ha sido ampliamente plasmada en revistas culturales, medios periodísticos, estudios independientes, prólogos y monografías para sustentar grados académicos; siendo destacables la solidez de los juicios críticos desarrollados para algunos poemarios y el espíritu de apertura a través de consistentes y significativos enfoques panorámicos, tarea en la que han jugado un papel protagónico los propios escritores locales dentro de su necesaria labor de difusión y análisis, así como los docentes universitarios.

En lo personal, y según criterios capitales de calidad y persistencia, nuestra valoración crítica ha sido detallada ya en algunos medios del ámbito chimbotano y regional; pero consideramos necesario plasmar ahora ésta de forma resumida para brindar eficacia a nuestra propuesta descentralizadora. Siguiendo un orden progresivo, de acuerdo a su edad cronológica, detallamos brevemente las características principales del trabajo de aquellos vates que resultan para nosotros los más representativos:

a. Poetas nacidos durante la década del 50

La escasa pero cuidadosa producción de Gloria Díaz Azalde (Lima, 1951) nos permite celebrar su aparición en dos vertientes que definen muy bien su estro: lo místico y lo erótico. En el primer caso, Díaz Azalde participa de la congregación filosófica Magna Fraternitas Universales “Dr. Serge Raynaud de la Ferriere”, desde donde se sujeta a rasgos temáticos y estilísticos concretos, como el aliento glorificante, dentro del cual hallamos marcados tópicos de la filosofía oriental, entre ellos: el amor, la belleza, la eternidad, la sabiduría, la paz, la naturaleza y Dios. Sin embargo en el segundo caso –lo erótico–, la poeta maneja mejor su voz y nos entrega la sutileza de una poesía intimista y de gran calidad.

Por su parte, en Rogger Tang Ríos (Nepeña, 1954) hallamos la definición por lo cotidiano, tomando para ello elementos diversos de dicho ámbito; sus primeros ejercicios estilísticos lo han llevado, sin embargo, a una preocupación extrema por el ritmo, aun manejándose en la holgura de la versificación libre.

Dentro de la poesía de Víctor Hugo Alvítez (San Miguel – Cajamarca, 1957) ubicamos mayores méritos cuando lo que trata de hacer el poeta es enaltecer elementos andinos, aquellos en los que no cesa de reconocerse, regocijarse y enorgullecerse. Lo telúrico aquí cobra vida y se reproduce de tal forma que todo lo añorado, pensado y proyectado llega a empaparse por completo de una impronta indígena con que Alvítez se autodescubre y exterioriza ejemplarmente.

b. Poetas nacidos durante las décadas del 60 y 70

Fernando Cueto, gana en el esmero por la limpieza expresiva y las vibraciones de un tono que no descuida la armonía ni la acertada conjugación con las imágenes plasmadas. Cueto incursiona asimismo en la prosa poética, donde alcanza singulares méritos y redondea la idea de dominio expresivo a que aspira todo poeta.

Sonia Paredes Soto (Guadalupe – La Libertad, 1963), por su parte, ha elegido lo erótico casi como signo y estandarte. Dentro de este elemento temático se levanta y explaya con una voz que es unas veces candorosa, otras vigorosa, pero casi siempre sublevada ante los parámetros con que el ser humano se censura –por lo general– absurdamente. Su canto es personal, confidente, aunque público. La poeta se sostiene y se regocija en la evidencia de su feminidad, entiende que su condición de mujer es la base de una expresión que no puede ser otra que espontánea y despercudida de artificios estilísticos o académicos.

Es a través de su único poemario, Cuaderno de interrogantes, que Enrique Tamay (Chimbote, 1964) nos concede la pauta para ingresar a un universo intimista en el que converge la simbolización de un individualismo que sabe delinearse en un verdadero tono de autocuestionamiento. A través de esta preferencia, el poeta reporta estados del alma muy marcados, como la nostalgia, la ausencia y el sufrimiento por el ser amado, así como la entrega sacrificada y personal por la palabra. Desarrolla, asimismo, una acentuada brevedad en la versificación; mientras que, en la construcción visual, deja notar ciertas preferencias lúdicas.

Antonio Sarmiento (Chimbote, 1966) se ha visto atraído por la manifiesta intención de definir y denunciar, en muchos de sus poemas, las variantes de nuestros símbolos sociales y estéticos a través del desparpajo y la ironización. Para ello es necesario acercarse al espíritu de su libro Cantos de Castor, el mismo que puede definirse como una importante pieza de audacia al pretender adentrarse en las complejidades de nuestra naturaleza humana para desgajar toda la irracionalidad de la denominada sociedad de consumo. Respecto a sus rasgos estilísticos, le hallamos el reguero de la poesía vanguardista peruana de comienzos del siglo XX.

En el caso de Santiago Azabache García (Trujillo, 1969), autor de Sueños a poesía, podemos reconocer una característica primordial a partir de sus referentes temáticos: privilegiar el amor y los meandros de la subjetividad; mientras que su voz, en el plano expresivo, es una delicada membrana por donde se vislumbra el manejo de un lenguaje que no pretende tropezar con las dificultades de la metáfora elaborada, sino más bien explayarse en el terreno traslúcido de la fidelidad a los sentimientos y a la animosa brisa de las emociones.

El signo de lo coloquial logra en la poesía de Maribel Alonso (Chimbote, 1970) uno de sus más altos resultados. Ella ha conseguido equilibrar muy bien las emotivas pretensiones de su temática con la fuerza temperamental de su acento enunciativo. Lo entregado hasta el momento por Alonso es escaso, sin embargo son distinguibles su agudeza y buenos reflejos a la hora de plasmar la intensidad requerida por sus objetivos estilísticos.

 3. Divulgación

Habíamos hecho mención acerca de órganos creados por los propios vates de la década del 90 para difundir su trabajo no sólo en el ámbito local sino también regional. Revistas y plaquetas, como Trincheras, El Universalismo, Gemación y Zorros de Arriba, entre otras, aseguran tal publicidad, sumándose a ellas las pertenecientes a grupos y promotores de anteriores generaciones, como Bellamar, Alborada, Marea o Altamar. Mientras tanto, en el plano nacional e internacional, aparecen en antologías generacionales o revistas de amplia distribución, como La tortuga ecuestre y La manzana mordida[2], o Francachela de Argentina, Balandros de Chile y aquellas que circulan por internet. Además de ello, es justo destacar la creación del curso de Literatura Regional en la Escuela de Lengua y Literatura de la UNS, oportunidad que sirve a los estudiantes chimbotanos para conocer de primera mano la aventura de sus escritores contemporáneos. Así, los estudiantes no sólo leen la obra de los poetas del noventa, sino además los entrevistan, los invitan a sus propias aulas para que éstos ofrezcan testimonio sobre su trabajo creativo, y adquirir a partir de ello un conocimiento palmario y una idea viable de la situación y realidad de la poesía contemporánea en Chimbote.

 4. Corolario

Como es comprobable, tan importante despliegue literario no puede remitirnos sino al convencimiento de que una nueva y verdadera hornada poética toma la posta en Chimbote durante la pasada década del noventa, lo que permite evidenciar, como resultado, su registro en el corpus de la literatura chimbotana y, en consecuencia, nacional. Este modelo a pequeña escala debe servir como patrón para incursionar en las literaturas de las diversas regiones y localidades del país; con ello, y tomando en cuenta la solidez de sus particularidades estéticas y sociales, se abrirá el camino a un serio interés por imprimir una visión descentralizadora que garantice una verdadera nacionalidad poética, definida por lineamientos equitativos que asomen reconocibles en cualquier estudio de la poesía peruana.

* © Copyright. Derechos reservados del autor


[1] Nos referimos principalmente a las antologías Literatura peruana del fin del mundo. 1990-siglo XXI, de José Beltrán Peña (1992) y La Generación del Noventa, de Santiago Risso (1996); así como a los estudios Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa, de Luis Fernando Chueca, aparecido en la Revista Lienzo Nº 22, Universidad de Lima, 2001; y Los años noventa y la poesía peruana. A propósito del libro Cansancio, de Paolo de Lima, y otros poemas inéditos, de César Ángeles L., publicado en la revista electrónica Ciberayllu. 

 [2] Una de las más sólidas y visibles apariciones colectivas a nivel nacional, es el volumen Nueva Poesía Chimbotana. El oficio de desnudarse publicada en la revista La manzana mordida Nº 48, de abril de 1997.


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