Si yo fuera usted

(Notas autobiográficas)

Por Róger E. Antón Fabián

 

 


Soy un espécimen raro. Un atormentado por la frase. Muchas veces he pensado ser no más que un instrumento del capricho hádico (aunque Cronos es realmente el dios más temible de la mitología). Si algo tengo claro es que soy un desastre, un ser precario, complejo, múltiple, contradictorio, habitado por toda clase de demonios, espoleado terriblemente por los apetitos sensuales y roído por el deseo libidinoso, un espectáculo escandaloso y triste, otras veces prodigioso pero la mayoría de las veces realmente lamentable. Poco menos que un homúnculo detestable;  y según algunos no soy un escritor de a de veras, (no importa).

Aunque yo creo que soy todos los hombres, sin embargo soy el hijo único de Paula. Soy ella y soy también mi abuela Juana Hurtado con pantalones bien puestos y una pluma enclavada en la mano. Una bestia moral. Un obstinado de la soledad creativa. Tengo la imprudencia de haber cumplido los veintiocho años y no parecerlo. A estas alturas desde hace mucho ya odio con ternura, y soy un apasionado por todo lo escrito, consignador de vivencias, apostador desvergonzado, portador de riquezas sin valor, coleccionista desesperado de pasiones, lector frustrado, suicida aplazado por las innumerables pruebas de la vida, enfermo convicto, achacoso mental, monógamo a mi modo, de juventud lluviosa, apasionado en mujeres, mirón empedernido, espía gratuito, constante enamorador, dadivoso de gratitud, imaginaria perpetuo, escritorzuelo que usufructúa horas al trabajo subordinado, pensador que imagina a las justas. Un humano y por ello detestable.

Aunque para ciertos ubérrimos escritores soy la oveja negra, el despatriado en mi autoexilio de silencio y bruma. Soy un lector hedonista y en mi caso la lectura y la creación son un privilegio, un goce solitario. Soy un perdedor y no me arrepiento. En el juego de la vida y en el tema del amor soy realmente un desahuciado, un luchador contra mí mismo, un hombre vencido; sino la suma de ciertos resquicios por donde apenas puedo ver qué soy.

Soy un fraude: el intento de lo que anhelo ser, y, así, hasta cierto modo no soy. Y me percato de ser un holgazán declarado, lerdo en el pensar, hedonista hasta el tuétano, maternal, amoroso a destiempo, presa de pesadillas recurrentes, la extensión de mi mujer ilusoria, un ser lúdico, nudista en mi alcoba. Humorista abandonado a media función.

Ahora que me lo planteo en serio: soy sumamente serio, ensimismado, un hombre que sólo existe para su mundo, un autista. Un ilusionado ya sin ilusiones. Un pesimista ufano. Un optimista triste. Un nostálgico porque la nostalgia engrandece. Desde niño, cantor de boleros del recuerdo sin tener qué recordar. Un grabador profesional de instantes olvidados desde la infancia.

La literatura es, dada la naturaleza mía, tan sólo un pretexto existencial, un apego ensimismado a una especie de ciega fe y voluntad enfermizas, una pasión, mi mejor manera de vivir. En fin soy un terrible necio, un aventurero muy desventurado. La maravilla no me alumbra sino en ocasiones remotas cuando leo o me encuentro con una buena historia o logro difícilmente esbozar algún escrito, por ello la soledad me beneficia enormemente. Soy un ser antisocial, un misántropo. Exigente hasta la nausea. Soy una suma de frustraciones y aunque algunos se hayan obstinado que sea otro soy quien soy: orgullosamente un don nadie, un amante frustrado de la literatura pero feliz, una caja de sorpresas, enfadado cuando menos se espera, apresado del machismo contra el cual lucho encarnizadamente. Un infiel reprimido, en esencia un traidor de pensamiento, un zángano, un imberbe que no sabe como remediar la situación y el llanto.

En fin de cuentas según Carlitos Bayona soy un personaje de Ribeyro, de seguro porque, para aquel, soy un hombre que siempre pierde, al que le ocurren todas las peripecias posibles; al que siempre le faltó precisamente ése ingrediente (que le indicaba la meta o el triunfo) que en el momento determinado parecía insignificante y que  se abandonó por desidia, dejadez o por suerte del destino; aquel que surgió del fracaso acaso para el fracaso por causa del azar desfavorable y que precisamente con la finalidad de evitarlo o coger fuerzas para arremeter una vez más, al final sólo se queda con la gloria frustrada de lo que podría haber alcanzado.

También soy un ser singular que me parezco al hombre de la esquina, al transeúnte habitual; pero soy único y muchos hombres a la vez. Soy el nos: el yo plural. La verdad es que, en tanto, no sé quien soy. Mas bien podría decir qué o quien no soy: por ello enfatizo no soy un político sin emociones, ni buen futbolista, ni buen amante -aunque intento- de sirenas encamadas, ni un buen poeta; pero si algún día soy un autor alegre, si he trabajado bien, si estoy conforme con lo que escribo, con mi trabajo, si dejo la pluma porque llega la noche y tengo que ceder ante los deseos y favores de mi mujer, si  sueño con un bello crepúsculo. Mi mujer y mis hijos juguetean bellamente en el jardín -mientras escribo obras maestras y best seller interminables sin ninguna dificultad en la sala-, plenos de vida, llenos de esperanzas. Tengo salud, éxito, bienes, muchísimo dinero y no necesito nada ¡Dios mío mándame la muerte o has de mí por siempre un desgraciado o que alguno de los lectores me pegue un tiro!

Pero sinceramente si yo fuera usted no me hubiera sometido a semejante calvario de llegar hasta esta línea para saber quien soy pues yo mismo no lo sé, y en lugar de leer este bodrio estaría buscando las claves secretas de la felicidad y la vida. Lo terrible de todo es que tanto usted como yo no podemos ser sino quien somos, aun siendo los mismos. Por eso el mundo está tal como está.

 


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