La crítica respecto al surrealismo en la poesía inicial de Westphalen

 

 

 

Ricardo Ayllón

 

 

 

 

Las ínsulas extrañas (1933) y Abolición de la muerte (1935), los dos primeros libros del poeta Emilio Adolfo Westphalen, concitaron opiniones de la crítica que los ubicaron en un evidente registro surrealista. Sin embargo, con la aparición del libro Otra imagen deleznable (1980), que marcó la reaparición del poeta en la escena literaria tras un largo silencio de 45 años, él mismo se encargó de minimizar su tendencia surrealista manifestando que había recibido otras influencias. Basados en esta delgada desavenencia entre lo que la mayoría de críticos afirmó acerca de su poesía y lo que el propio poeta reveló, esclareceremos aspectos puntuales referidos al comportamiento de la crítica peruana.

 

I

 

El surrealismo de Emilio Adolfo Westphalen (EAW) constituyó casi el producto de una acuerdo unánime en la crítica debido a, en primer lugar (y desde una óptica que escapa de la mera escritura de poesía), su conocida amistad con César Moro, situación que lo llevó a participar en tres actividades concretas: 1) suscribir el manifiesto Vicente Huidobro o El obispo embotellado, que Stefan Baciu, en su Antología de la poesía surrealista latinoamericana, calificó como “una de las polémicas más virulentas del surrealismo peruano” (1974: 114)], 2) tomar parte en la exposición surrealista de 1935 organizada por Moro y 3) participar en la revista El uso de la palabra que coeditó con este poeta en 1939.

      Pero desde el plano concreto de su poesía, podemos citar lo que expuso, en primer lugar, Estuardo Núñez en Panorama actual de la poesía peruana, quien ya en 1938, y haciendo un parangón entre la poesía de Xavier Abril y la de EAW, llegó a decir: “Ambos representan el rumbo sobrerrealista en la nueva poesía del Perú (…) Y así, mientras Abril se aproxima, por su sensibilidad y por su expresión, y asimila íntimamente el surrealisme francés de Bretón y Eluard, Westphalen parece reivindicar una posición más autónoma” (1994: 66). Nótese sin embargo cómo es que Núñez advirtió una independencia en su orientación expresiva, situación que puede descifrarse como una puerta abierta para pretender una renovación en la interpretación de la poesía de EAW. Es importante además lo expuesto por Luis Monguió dieciséis años después, en La poesía postmodernista peruana: “Emilio Adolfo Westphalen aparece como un escritor que, también inicialmente adherido teórica y prácticamente al automatismo superrealista, ha ‘organizado’ luego la técnica superrealista de exteriorización de las emociones pero sin llegar al retorno a formas preceptivas” (el subrayado es nuestro, 1954: 160), afirmación que fija una posición más abierta del surrealismo westphaliano.

Pero lo que constituyó uno de los hechos más determinantes para que la poesía de Westphalen sea definida como surrealista, fue la aparición de la ya citada Antología de la poesía surrealista latinoamericana suscrita por Stefan Baciu en 1974, quien además de transcribir poemas de EAW, no dudó en incluirlo en el estudio dedicado al surrealismo peruano: “En estas condiciones, es imposible hablar de un movimiento surrealista en el Perú, pero –paradójicamente– éste existió a través de la actividad poética y editorial de dos hombres: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen” (el subrayado es nuestro, 1974: 111). Tal mención es sustentada con fundamentos como: “El trabajo que estos dos han desarrollado (…) sólo puede ser explicado debido a la pasión y la constancia ideológica y artística de ambos, a través de quienes vivió y se manifestó el surrealismo en el Perú” (las cursivas son nuestras, 1974: 111), y principalmente, con la siguiente afirmación: “El primer sonido surrealista se hace oír en Lima en 1933. En dicho año, Emilio Adolfo (von) Westphalen publica su primer libro, Las ínsulas extrañas, en el cual se puede percibir un fervor surrealista que crecería en sus poemas ulteriores hasta hacerse más definido en su segundo y –hasta la fecha– último libro: Abolición de la muerte. Westphalen había sido discípulo de Martín Adán y conocía bastante bien a los místicos españoles y a los expresionistas alemanes. Su poesía, escasa pero fuerte, representa una mezcla de estos elementos, unidos en el cemento de la poesía de André Bretón” (el subrayado es nuestro, 1974: 112).

Baciu llegó a establecer inclusive una pretendida prolongación del surrealismo en el Perú a través de la actividad editorial (revistas) de EAW; al respecto, los siguientes párrafos resultan ilustrativos: “…El uso de la palabra, cuyos editores fueron Moro y Westphalen. Se trata de una hoja típicamente surrealista”; “Westphalen, quien más adelante prolongaría este único número (de El uso de la palabra) en Las Moradas (1947-1949), revista parasurrealista”; o cuando se refiere a la edición de la revista Amaru: “Westphalen sigue siendo, aunque con medios diferentes a los difíciles comienzos de las publicaciones surrealistas, el defensor y el propagador de la ‘idea’” (1974: 114).

      A estas significativas referencias sobre la poesía westphaliana, podemos adherir textos en revistas que denotan también su filo surrealista; entre los más importantes, el de Carlos Cueto Fernandini, quien no dudó en relacionar al poeta con Breton y el surrealismo, y la de Vicente Azar, quien manifestó la “modalidad surrealista” del poeta; ambos, consignados en los números 72 y 73 de la revista Social, de febrero y marzo de 1934 respectivamente. Asimismo, breves estudios publicados en la edición número 20 (agosto de 1977) de la revista Creación & Crítica, donde, entre otros críticos y sin ambigüedades, Alonso Cueto tituló su texto referido a EAW: “El primer surrealista”.

      Cabe añadir, finalmente que, de acuerdo con la clasificación de las opiniones de los críticos hecha por Camilo Fernández Cozman en su estudio Las ínsulas extrañas de Emilio Adolfo Westphalen, encontramos interpretaciones que complementan nuestras indagaciones respecto al tema: Luis Alberto Sánchez, Carlos Germán Belli, Alonso Cueto y James Higgins consideran que EAW es un surrealista a ultranza u ortodoxo (lo que nos permite juntarlos con Baciu y Cueto Fernandini); Roberto Paoli y Leslie Bary piensan que Westphalen es un surrealista heterodoxo; mientras que Tamayo (al igual que Monguió, según lo visto) considera que este surrealismo viene balanceado con el orden de la inteligencia.

Por otro lado, se encuentran quienes (siempre desde la clasificación de Fernández Cozman) disienten de la pretendida vinculación de la poesía de EAW con el surrealismo: Sologuren considera que EAW, simplemente, no es surrealista; Ricardo Silva-Santisteban piensa que su poesía tiene un orden conceptual ajeno a la vanguardia; y Julio Ortega y José Miguel Oviedo opinan que a “Westphalen hay que vincularlo con la tradición de la lírica moderna y no tanto con el surrealismo” (1990a: 50).

Finalmente, se encuentra la propia opinión del poeta quien, como ya dijimos, a partir de su reaparición en la escena literaria peruana, luego de la publicación de su libro Otra imagen deleznable, relativiza la presencia del surrealismo en su poesía.

 

 

II

 

La manera en que el poeta hizo definitiva esta relativización fue a través de las entrevistas que en 1982 aparecieron de forma casi sistemática en publicaciones periodísticas como El Observador, El Comercio, Testimonio y El diario de Marka. De todas ellas, tomamos, por su precisión, lo declarado por Westphalen al periodista Mito Tumi en El diario de Marka (suplemento El caballo rojo), el 2 de mayo de 1982:

–(Mito Tumi) Esa alucinación se parece a un verso del libro que ya antes había publicado: “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”.

–(EAW) Fíjese que nunca había pensado en eso. Eso pertenece al inconsciente y yo no sé nada del inconsciente.

–(MT) Es curioso que usted diga eso porque en su poesía está la huella surrealista.

–(EAW) Sí, no lo niego, pero hay también otras huellas.

–(MT) Hay muchos críticos que sostienen que su poesía es netamente surrealista. ¿Usted comparte esta apreciación?

–(EAW) Me han preguntado y exigido tantas veces esa definición que voy a escribir algo para fijar mi posición. Yo reconozco la influencia surrealista en mi obra pero nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en la escritura automática. Cuando escribí mis libros yo había leído el Segundo manifiesto del surrealismo, en la edición que tenía Eguren, y Nadja de Bretón. Un poco antes de publicar Abolición de la muerte conocí a Moro, que regresaba del extranjero, quien me puso en contacto con otros libros de esa corriente, pero los poemas de Abolición de la muerte ya estaban todos concluidos y escritos antes. En esa época no era fácil acceder a textos surrealistas (1982: 8, 9).

“Nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en la escritura automática”, estas dos expresiones ofrecen la pauta para pensar en la pretendida ruptura del poeta con todo lo que pueda circunscribir su poesía en lo netamente surrealista. Consideramos que tales declaraciones impulsaron nuevas maneras de valorar y dilucidar acerca de su poesía.

      Así, el crítico Américo Ferrari en su libro El sonido del silencio, de 1990 (es decir, posterior a las declaraciones del poeta), manifiesta: “Ponerle el rótulo de ‘surrealista’ es cómodo, pero tan arbitrario como todo intento de clasificar lo que por naturaleza no se presta a clasificaciones o encasillamientos; y es lo que sucede con la poesía de Westphalen (1990b: 73); y luego (¿apoyado en la posición del propio EAW?): “Falta en este poeta el principio de la escritura automática para que se le pueda llamar surrealista (no olvidemos que el ‘Manifeste surréaliste’ define la poesía surrealista por el automatismo) y el equilibrio del poema es demasiado riguroso entre razón y afectividad, entre la técnica del verso y la carga de sentido…” (1990b: 73). Asimismo, Camilo Fernández Cozman, en su libro ya citado (también de 1990), llega a la conclusión de que el de EAW “es un surrealismo heterodoxo cuyo lirismo en cierto sentido ‘clasista’ lo aleja de la ortodoxia de los poetas surrealistas europeos” (1990a: 57).

Los actuales métodos interpretativos, sin embargo, ponen sobre aviso que la última palabra la tiene el propio texto y que este hablará por sí solo. Abocarse a los libros iniciales de EAW para revisar un ciclo determinado respecto al surrealismo en su poesía, significa básicamente desgajar y observar con claridad el comportamiento de la crítica. Esto dará la pauta para conocer la forma cómo esta se desplegó y se ha dispersado hacia nuevas propuestas a partir de una particularidad (surrealismo en EAW) que hemos concretizado para llegar a ella de manera clara y directa.

 

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Bibliografía citada

 

Baciu, Stefan. Antología de la poesía surrealista latinoamericana. México. Joaquín Mortiz, 1974.

 

Fernández Cozman, Camilo. Las ínsulas extrañas. Lima. Naylamp Editores, 1990a.

 

Ferrari, Américo. El sonido del silencio. Poetas peruanos en el siglo XX. Lima. Mosca Azul Editores, 1990b.

 

Monguió, Luis. La poesía postmodernista peruana. México. Fondo de Cultura Económica, 1954.

 

Núñez, Estuardo. Panorama actual de la poesía peruana. Trujillo. Colección Homenaje al Centenario de César Vallejo (segunda edición), 1994.

 

Tumi, Mito. “Westphalen, habitante del silencio”. El caballo rojo N° 103, suplemento de El diario de Marka. Lima, 2 de mayo de 1982.

 

 

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