El concepto de la identidad en la poesía de Boris Espezúa

 

Gustavo Tapia Reyes

 

 

Aunque la grosera tendencia en el Perú para clasificar a los autores ubica al poeta Boris Espezúa Salmón (Juli - Puno, 1960) dentro de la llamada Generación del 80, en realidad no es sino diez años más tarde cuando la obra de éste alcanza a desarrollarse con ribetes personales, siempre en la búsqueda de una voz auténticamente suya y lo ponga en su espacio individual, tornándolo parte de esa gama de poetas del altiplano que, sin abandonar su origen ni abjurar del mismo, se adentraron por los caminos de lo que se en su momento se puso de moda: la vanguardia y que hoy debe seguir siendo usada en su acepción de avanzada.

Porque si bien Espezúa Salmón publicó su primer libro, A través del ojo de un hueso, en 1988, tuvimos que esperar hasta el año 1990 para encontrar en Tránsito de amautas y otros poemas (1) a un poeta que mostrara mayor dominio del oficio, una superación de los temores patentes en el primer libro, llevando su poesía hacia una operatividad de menos inmediatista, trasladándola a un plano de lo trascendental, que no implicaba el abandono de sus cánones originales, que lo llevaron a ubicarse en la línea de otros vates puneños, como José Luis Ayala, Gamaniel Churata y Omar Aramayo.

En principio, sin embargo, el autor había renegado de la tradición, para declararse un iconoclasta que, como el Quijote, rompía la espada contra todos los molinos de viento. Por eso, aspirando a la originalidad con su primer libro, terminó internándose en territorios que desconocía, solo ingresando de improviso, mas no sabiendo cómo salir bien librado de afrontar los viejos temas del amor y la soledad, los tortuosos asuntos de la identidad y el desasosiego, culminó transformado en un poeta inseguro, repleto de falencias, porque sus afanes por ser él lo condujeron a ser nadie. Difícil tarea la que se propuso a los 28 años de edad (o poco antes, se supone) con ese volumen de A través del ojo de un hueso que, a pesar de todo, sirvió como anuncio de que el también ganador en 1980 del Primer Puesto en un concurso de poesía organizado por el ICPNA del Cuzco o en 1986 del Premio “Cantuta de Oro” organizado por la APJ. “28 de Junio”, daba para mucho más que sus inútiles luchas contra la tradición.

Así, con Tránsito de amautas y otros poemas dicha presunción se confirma al hallarlo con el mejor dominio de los versos en poemas que se vuelven densos y destruyen cualquier posibilidad de claridad para inclinarse por la duda bien sembrada, por la interrogante que deja abierta sin dar una respuesta, que es también una preciosa arista de la poesía. En este libro, Espezúa Salmón quiere ser él sin dejar de absorber las grandes lecciones aportadas por sus ilustres antecesores de tierra y de voz como Carlos Oquendo de Amat o César Vallejo, no para imitarlos si no para emergiendo desde los mismos, procurar alcanzar su propia forma de hacer poesía, su propio modo de encarar dicho arte.

De ahí que sus versos no brotan de su psiquis interna sino que, observando el estado de cosas en una década de violencia extrema como la que vivíamos, sintió “que lo sensato era decir algo”(2) para entonces ingresar en el estudio de su entorno, en la revisión de las contradicciones sociales, de la certeza entre lo hecho y lo pendiente, escribiendo esos versos que lo muestran sensible como un puneño viviendo en la capital, que, como casi siempre suele suceder, acabó por absorberlo un buen tiempo, mientras le permitía seguir estudios de Educación en la Universidad Nacional de La Cantuta y Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. No debió serle fácil. Sentirse extraño en una ciudad que lo recibió, pero en la que tampoco llegó a sentirse integrado, por lo que recurrió a la expresión poética, en tanto  el terrorismo ya amenazaba con su presencia en Lima (adjetivada como “la horrible” por César Moro) y todos los poetas e intelectuales deberían preocuparse por saber cómo harían para enfrentar los cuestionamientos de haberse labrado un espacio más allá del terruño.

Mas no se crea que el poeta, si bien acepta la tradición andina, solo se conforma con las voces de quienes llama sus “poetas guías”, si no que, por el contrario, va más allá, tomando otras tendencias aleccionadoras como del poeta inglés Thomas S. Eliot. Con la influencia de éste, Espezúa Salmón obtendrá sus mejores logros, se distanciará un poco de sus referentes que por espíritu, esencia y vida los sentía más suyos, optando por el camino de la universalidad, en la medida en que se decide por el empleo del denominado “fragmentarismo” (3), consistente en insertar donde se crea necesario versos o textos de otros autores que ayuden en la expresión de cuánto se quiere decir.

De esta manera, Espezúa Salmón empleó en Tránsito de amautas y otros poemas los versos de canciones populares, los sonidos de zampoñas y charangos, inclusive la manera de hablar propia de la calle, que si bien no están transcritos literalmente, al menos cumplen una función de darle unidad, coherencia al volumen, de otorgarle lógica a algo tan absurdo como la poesía, aunque esto más lo alcance viéndose todo desde fuera por los fragmentos interpolados del Dr. José Antonio Encinas y del poeta Gamaniel Churata, quienes fueron profesor y alumno del Centro Educativo Nro. 881 de Puno. 

Pero, a pesar de lo que pudiera pensarse, la vocación poética del igualmente autor de Tiempo de Cernícalo se ha mantenido incólume e inalterable y ha sobrevivido a toda experiencia académica para estar en permanente desafío de cuanto viniese, mediante el empleo de un lenguaje que, siendo aparentemente sencillo, despojado de recursos literarios, no por eso deja de ser sugerente y, demostrando sus raíces étnicas, procura hablar a través de ellas, se inclina por darles un matiz personal, sin olvidar el aspecto colectivo, consciente de pertenecer a un  determinado espacio, convicto de saberse un hombre del ande trasplantado a la ciudad. En este sentido, su lenguaje se enriqueció haciéndose múltiple, variado, evidente en Tránsito de Amautas y otros poemas, donde nos remite a los referentes del altiplano, desde el lago Titicaca hasta sus calles, comidas, formas de vestir, empezando desde la portada que muestra algo que relacionado con las fiestas serranas.

Por eso no optó por los temas reclamados como “trascendentales” y más bien se inclinó por hablarnos de sus miedos y angustias, de sus horrores y nostalgias, siempre en relación con el terruño, del entorno en el cual nació y del que debió alejarse para no tener que pagar las consecuencias de quedarse en el anonimato de una vida condenada a lo gris, de una vida sin más opciones que la oscuridad de una provincia, donde quien escribe nunca debe explicarse por qué lo hace para evitar hundirse más en el desconcierto. Solo la vocación pudo hacer que Boris Espezúa evite ser uno más que amplía la lista de quienes por no haber salido de la tierra (salvo que sean los poetas Alberto Cáceres, Efraín Miranda, entre otros) fueron absorbidos brutalmente por el sistema imperante.   

Esto no le ha granjeado ningún conflicto ni ha hecho de él un poeta renegado o triste. Solo al evocar a través de sus poemas su propio origen, su identidad, su lugar, sus salidas y regresos, se vuelve un ser pensante que evidencia orgullo de poeta provinciano ávido de superar la injusticia de un establishment oficial que, lejos de valorarlo, suele ponerlo en el vacío, excluirlo de cualquier mención y cuando se habla de “literatura peruana” entonces entre los poetas puneños se menciona únicamente a Carlos Oquendo de Amat, casi como un accidente y apenas a Gamaniel Churata, cuyo libro El pez de oro continúa siendo marginado por una crítica centralista. Es el precio que debe pagar por su entrega literaria aun a costa de su formación profesional, para después culminar empantanado en versos caracterizados por su extensión, alcanzando a veces un claro tono apocalíptico respecto al destino del hombre en general y del hombre andino en particular, cada vez más invadido por una civilización que le exige la claudicación y abandono de todo lo que percibe como suyo.

Al respecto, es ilustrativo el poema titulado “Identidades”, que ilustra sobre lo que hablamos. Esa pugna interna con la cual ha tenido que aprender a vivir. Ser profesional con dos títulos bajo el brazo por un lado y ser poeta sin un centavo en los bolsillos por otro. Una dualidad que debe causarle más de un problema pues el vicio de escribir es una forma de vida y Espezúa Salmón lo sabe con creces. No podía equivocarme –anota– Porque quise ser un pozo para mis adentros y para dar de beber al errante. La voz interna agobiante y poderosa que a su vez se proyecta al exterior en medio de tantas dudas No solo él como individuo sino también formando parte de un grupo social. Luego dice: Carcomí la tierra, tracé altos molinos/ para desdichados caminantes, demostrando así que la actitud asumida es todo un programa en el que encuadra su poesía. Posteriormente, vuelve a reafirmar como para que nadie dude que lo dice en serio: No podía equivocarme. Porque mis ojos aprendieron a filtrearse hasta los resquicios de la humedad y las rendijas de la sequedad para definirme. Toda una lucha interior que oscila entre los extremos, no de manera traumática como en Arguedas, pero sí en un combate continuo en aras de alcanzar una propia identidad que lo contextualice a ser quién es y hacia dónde va, inclusive por sobre su condición de ejercer en paralelo la docencia y la ley.

Debía definirse en tanto a su vez no podía dejar de ser un poeta. Por eso señala: No podía equivocarme. Porque fui uno, pero el otro/ se fue desprendiendo errante dentro de mí/, para terminar aceptando su condición que lo hace tomar conciencia de ser una voz para una voz más grande o quizás para los que no tienen voz. Y me equivoqué./... asegura en medio de la locura que le ha facilitado vivir: Porque maté a aquel que fui/ apuñalando su universo/ que hinca más hondo/ que la soledad de este desierto. Después de todo, queda igualmente en el vacío sin haber resuelto el conflicto, demostrando nuestro poeta que no ha dejado de ser también profundamente humano, humano consciente y convicto.

 

Notas

(1)      Tránsito de Amautas y otros poemas, Editorial Integral, 1990.

(2)      Entrevista por Max Dextre al autor en: Unicornio Nro. 32, revista quincenal de política y cultura, Editorial Prensa Peruana, Lima, 28 de mayo de 1990,  p. 18.

(3)      Tendencia asumida por Eliot a partir de los aportes que le fueron dados por su maestro Ezra Pound, de quien se sabe corrigió y cortó gran parte de los poemas posteriormente publicados en La tierra baldía.

 

 

 

 

 

Regresar