Deshojada

Aqualuz


La postrera, la que se aferraba intransigente, cayó,
suponer podría, quien no lo supiera, que al fin desistió.
Más no, en esta historia, no fue la fatiga, lo causó el dolor
que en corrosivo atajo, devoró sin plazos y la destruyó.

Dulce flor de pena, de color de avena, de aroma de sol,
que todos sus pétalos aterciopelados al cielo ofrendó,
cuando imagen joven, tallo erguido y fuerte su cáliz cargó,
y encontró en su suerte un irreverente que la deshojó.

Se acercó hacia ella, con voces de océano, con furor de halcón,
y tomó en sus manos, quemantes arcanos, su cuerpo de flor,
devorando a besos, carnívoros lazos, los trémulos pétalos
que no eran otra cosa, cosa más hermosa, que su corazón.

Después de saciado su hambriento descaro, herida de muerte,
la dejó postrada sin agua de amor, y aún en ese estado
bendijo a la vida por haberle dado la dicha de amarlo tal como lo amó,
y expiró en silencio... y hasta el mismo viento por ella lloró.

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