Los Dichos del Unicornio:

 

Róger E. Antón-Fabián por Róger E. Antón-Fabián

 

 

 

 

Por Róger E. Antón-Fabián

rogerantonfabian@hotmail.com

El Universalismo, Julio de 2007

 

Su nacimiento e infancia, Chimbote y su vida en Lima, los libros y la escritura, las mujeres y la libertad, la pintura y la música bajo la lupa del autor de El Paraíso recuperado.

 

 

 NACIMIENTO Y SIGNO ZODIACAL.

Mi nacimiento fue resulta de la desazón de un terremoto en mi ciudad natal y el enamoramiento: Mi madre llena de terror por los remezones del sismo que hasta ahora de un salto la incorporan de su asiento viajó alejándose de las pestes y la hambruna de aquellos días hacia la antigua ciudad de Trujillo; mi padre, que tenía en su haber ya tres hijos y era un secreto tan celosamente guardado que ni él mismo lo sabía acabó por comprometerse con mi madre y entre mi hermana inmediatamente mayor y yo tan solo median días de diferencia en la fecha de nacimiento. Nací pues algún tiempo después de amores y penas ese siete de mayo de 1975 y mi signo astrológico es Tauro, del cual he sacado todo menos el carácter; por consiguiente, no suelo ser impetuoso e inesperado, aunque quizá por separado sea cada cosa a la vez. Mis tendencias intelectuales son estrictamente todas de orden literario. Mi planeta no sé cual es; y, a pesar que me he vuelto supersticioso ya por experiencia no me interesa. Mi color es más bien una tonalidad del amarillo con la cual más me identifico porque es el símbolo del amor y la amistad (aunque en realidad me gusta el azul).

INFANCIA.

Tenía casi cuatro años desde cuando guardo el primer recuerdo de mi infancia y de lo que fue mi familia verdadera de la cual provengo, después como todo en la vida se fue desintegrando y tuve que construir otra entre tantos intentos frustrados: mi tío materno Eleuterio Fabián llamándome afectuosamente “cholito” y paseándome en una carretilla que usaba como herramienta de trabajo. Era constructor y aficionado a las revistas de historietas, por lo cual terminó sus días como en una de las historietas que leía: se suicidó. Miraba esas figuras y sus textos con una curiosidad y afición de la cual me quedó la manera de concentrarme por lo escrito y de la que nunca he podido safarme.

 CHIMBOTE.  SU BARRIO.

Nací en Chimbote, un pueblito que es un puerto a cinco horas en ómnibus interprovincial desde Lima, la capital de mi país. Fue un día miércoles y casi un día de miércoles, pleno de sol, cuando el mundo giraba tal cual; no ocurrió absolutamente nada, salvo que esa fecha a saber llovió todo el santo día en París, ciudad tan querida por algunos escribas, y donde murió uno de mis compatriotas más conocido literariamente en el mundo: César Vallejo con aguacero y todo. Crecí en Miraflores, un barrio popular suburbano de Chimbote, cercado de prostitutas y ladrones que no tenían el menor escrúpulo para ejercer sus fechorías a vista de todo el mundo: el disimulo era cobardía. La casa de mi madre, que era señero reducto de honestidad en el barrio y donde me crié tuvo siempre un gran jardín y una huerta lleno de gallinas, patos, perros y palomas, que para mí fueron como mi pequeño Paraíso donde recreaba las series de televisión que veíamos los niños del suburbio en un televisor en blanco y negro que la abuela Victoria, una vecina, alquilaba por unos cuantos centavos para ver la función de la tarde. Pero en ese Paraíso yo estaba la mayor parte de las veces solo, en ese sentido no guardo un recuerdo grato de mi infancia. Mi padre pocas veces estuvo conmigo; y el trato con los animales hubo de despertar una sensibilidad excesiva o una tristeza frecuente: hablaba con los peces que traía del río, las gallinas, conejos o cuyes que hacían nidos por entre los enseres de la casa y darles de comer era una tarea que desde niño aprendí.

 ESTUDIOS PRIMARIOS Y SECUNDARIOS. EL COLEGIO.

Hice mis estudios primarios en una escuela donde había niños de una clase social más influyente y rica que la mía. A los siete años, cursaba el primer año de educación primaria en el Augusto Salazar Bondy de Nuevo Chimbote que en aquel entonces era uno de los colegios nacionales de cierto renombre en la ciudad, pues había ganado casi todos los gallardetes en las marchas de Fiestas Patrias y para lo cual año tras año contrataba los servicios de estólidos ex soldados para orientarnos en instrucción pre-militar, quienes hacían la vida imposible a los alumnos bajo un severo entrenamiento en un descampado. Los estudios secundarios también los hice ahí. Tuve todo el tiempo un maestro normal de literatura, salvo que era un  periodista connotado lo cual me llamaba la atención. Solía verlo en la redacción de La Industria de Chimbote por una de las ventanas del diario. Una vez escribí una crónica sobre el terrorismo en el país, y cuando la leí en plena clase, aquel la desmintió y me dijo ser un plagiario ante el asombro de la clase entera y de un compañero que me había visto redactarla a salto de mata y reclamó a gritos mi autoría. Del colegio recuerdo a su director, era un ser monstruoso: un gordo desalmado con un nombre tan horrible como él: Grocio, éste no vacilaba en propinar una cachetada limpia a quien se le ocurriera cuando no supiera una estrofa o estribillo del himno nacional.

 VIDA EN LIMA.

Viví por aquel entonces en Lima, y descubrí una ciudad que tenía dentro cientos, quizá miles de ciudades. En Lima por algún tiempo pude ser joven mientras en Chimbote había sido enteramente adulto. Rejuvenecía mientras otros decrepitaban, por ello quizá me casé temprano y me divorcié al tanto. Cuando digo que le debo gran parte de mi vida literaria a Lima, digo algo que es casi enteramente cierto, pues ahí encontré los libros, la música y las mujeres que nunca jamás hubiera imaginado tener; y, además, el tiempo de ocio necesario para poder leer y escribir. ¿Ocio en Lima, una ciudad agitadísima? Así es, se lo debí en gran parte a San Marcos, La Universidad, mi Universidad; y luego a una afición a conseguir trabajos que me permitieran seguir con esa costumbre. En Lima encontré el amor, el desamor, la vida y la desdicha, materiales de los cuales están hechas nuestras vidas.

 LIBROS.

En mi camino de vida fui recogiendo libros de toda índole a por doquier. Un día salí de mi casa de Chimbote a dar una vuelta por el mundo. Era un párvulo ordenado, metódico. Formulé mi plan de equipaje: poca ropa, un viejo reloj despertador y textos de cabecera que he llevado siempre conmigo. No faltó en aquélla colección alguna edición pirata de un clásico griego o latino: La Iliada de Homero y Las Odas de Horacio, por eso que otorgan rotundez a la prosa que había leído en un Tratado de técnica del aprendizaje de la escritura; con ellos iba algún libro que me regaló mi madre o una novia y que me permitieron seguir viviendo en los tiempos más duros; alguna vetusta e incompleta edición de las Mil y una noches; El Quijote y El Decamerón; sumados de las obras completas de un escritor peruano; y el complemento que habría de seguir recolectando en mis caminos sucesivos: una colección casi completa de las revistas de literatura que se adicionaba a una edición de los Premios Nobel. Después ya en el camino encontré muchos otros libros, mujeres inesperadas, mozas que me remitieron a compendios, nueva indumentaria, avenidas e inesperados senderos. ¡Ah, época en que al decidir caminar tres o cuatro kilómetros podía darme el lujo de comprar, o, robar varios libros con el solo y único propósito de leerlos! Hasta que me dije a sí mismo que no adquiriría un solo ejemplar más. Gran mentira y falsa promesa. Sigo adquiriéndolos, esperanzado de que en alguno –no importa su naturaleza– encontraré el secreto de aprender a escribir.

 LA ESCRITURA.

Es memoria y olvido. Si uno escribe de pronto un cuento o novela corta la olvida, de escribirla de nuevo no podría hacer lo mismo. La escritura es heraclitiana; pero la lectura también y asimismo la relectura. Escribir es doloroso, cansado, placentero. Embarcamiento o embaucamiento del tiempo, años en una línea al tesón. Una suerte de sadomasoquismo, una cosa de hombres bien puestos, una visión machista de la vida, en la que a pesar del sufrimiento se tiene que seguir adelante. Se aprende en el camino, es un vicio, un acto de terquedad y porfía. Nadie enseña a escribir sino la constancia y la perseverancia. No hay maestros, surge de la misma terquedad que puede llevar a la miseria o al suicidio. Es como enamorar a una mujer bonita, la más hermosa hasta que el hartazgo o el amor trae el cariño o la ceguera. En ese sentido siempre fui un escritor intuitivo más que cerebral, más nervioso que frío. Inseguro, temeroso pero audaz; sin duda suma y felizmente heraclitiano.

LAS MUJERES.

Una esperanza de vida. Dolor, amor y desapego. Búsqueda interminable. Literatura y realidad. Hermosura y desesperanza. Imposibilidad de retorno. Amor y odio entrañables. Años, soledad y recuerdo. Y sin duda felicidad afectuosa. Esa alma hermosa que se encuentra a veces en una y luego sale a otra y uno tiende a buscarla y deja el cadáver triste de la que la contuvo así haya odio ante tanto amor.

 LIBERTAD.

¡Ah, Libertad! No es más que soñar con Delmy-Milagros, mi mujer, que vivimos en campos de provincias donde podemos corretear con los niños, juguetear, deambular y ser felices. Quizá camino a un río o una laguna de infancia donde solía coger peces de colores y travesear con ellos. Recordar la albura perdida donde fui enteramente libre, desordenado y feliz. Como se debe ir en algunos caminos de la vida, no ir a la escuela sino ir a vagar, caminar por la ciudad, descubrir el mundo. En ese sentido tuve la libertad desde muy niño: mi madre me dejaba visitar de cuando en cuando los campos, la ciudad, la playa, practicar deportes y volver tarde casi ya entrada la noche; criar en albarcas cientos de peces, coleccionar piedritas, canicas, trompos y maderos. Después con los años me di cuenta que había luchado todos los días de mi existencia por un mínimo de aquel instante supremo de libertad y soledad en cada circunstancia de mi vida. Esa autonomía creativa y recreativa que nos hace nacer de nuevo a cada instante.

 EL PARAÍSO RECUPERADO.

Este no es un cuento ni un libro. Es un papelucho producto de una mañana de calma en la Residencia Universitaria de San Marcos, casi una falsedad, una difamación propia. No es un buen cuento en el sentido ordinario y estricto de la palabra. No, es más bien una suerte de injuria prolongada, un sopapo a la cara del gran arte que se reforzaba en la vieja Lima de San Marcos, de la Lima entera de hace unos años, una patada en el trasero a los artistas, al hombre en general, al machismo, a mi vida misma, a la historia y al destino literario de la historia peruana. Y agradezco ese premio por él; y a la vez me llega lo que digan los demás en el tiempo porque creo en el amor y la belleza, sino pregúntenle a mi última mujer. Seguiré escribiendo así medio mundo se oponga, así todo el mundo incluida mi madre y mi mujer se opongan, aún mi padre deje de hablarme de por vida. Desentonaré, pero seguiré escribiendo. Escribiré mientras viva; y escribiré sobre mi inmundo cadáver por la eternidad.

 LA PINTURA, LOS PINTORES.

Desde siempre me cautivó la pintura. No creo que algún día pueda pintar un solo cuadro, y por ello ante un aguafuerte de Goya caí desfallecido; y, aún no salgo de la impresión de A bar at the Folies-Bergere de Manet. Empecé a dibujar alrededor de los seis años, en Chimbote, casi por la misma época en que empezaba a soñar con escribir, lo que intenté sin mucho éxito años después. La pintura observada se convirtió en algo muy importante en mi vida, ya en la Universidad ese aprendizaje se lo debí más bien a un diletante, más pintor que escritor y más dibujante que prosista, Ricardo Flores Gago, mi compañero de filosofía que se deleitaba lo mismo con un desnudo de Paul Gauguin que con un poema de Tagore o un cuento de Twain o Poe. En la pintura sin duda encuentro una manera de expresión paralela a la escritura.

 ANTÓN-FABIÁN, MUSICAL.

Me hago amigo de los libreros de cada ciudad que visito. Siempre pago el precio que piden por los libros. Es una manera de tener los que uno quiere o busca luego. En Lima de entre todas las librerías de viejo al aire libre hice migas con uno de los más instruidos libreros que jamás conocí y que además era melómano: David Marcos. Se había quedado detenido en el Renacimiento y a él le debo la ilustración de todo lo que al inicio supe de música. No me inscribí en algún curso musical porque era demasiado perezoso. Más bien me dedicaba a escuchar cientos de grabaciones de los clásicos de la melodía. Conciertos, ritmos, tonadas y sones a por montones y de toda laya, cuando aún no existía en nuestros lares la Internet; pero sí una radio del género clásico que amenazaba casi siempre desaparecer lo que constituía gran inspiración musical, maravillosa además, para lo que yo escribía y para mi propia vida. Los mejores y peores momentos de mi existencia surgen al recuerdo al son de determinadas melodías de diferentes géneros.

 

HISTORIA DE SUS ÚLTIMOS LIBROS.

[Sus quince últimos libros leídos, hojeados, revisados o que está leyendo - incluye releídos].

 1.      Mesa redonda sobre Todas las Sangres, Arguedas, S. S. B, Escobar y otros

2.      El año que trafiqué con mujeres, Antonio Salas

3.      Historia secreta de una novela, Vargas Llosa, Mario,

4.      El verano - Bodas, Camus, Albert,

5.      Metaforismos, Roa Bastos, Augusto

6.      Monterroso por él mismo, Monterroso, Augusto

7.      Cien poemas, Constantino P. Kavafis

8.      Hemingway , Burgess, Anthony

9.      Autobiografía, Borges, Jorge Luis

10.  Pájaros de Hispanoamérica, Monterroso, Augusto

11.  Memorias, entendimientos, Cela, Camilo José.

12.  Escritos autobiográficos, Calvino, Italo

13.  Diarios, de Federico Amiel

14.  El jardín de las delicias, Ayala, Francisco

15.  Entre parentesis, Bolaño, Roberto

 

 

Lima, julio del 2007

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