EL AIRE ANGUSTIADO EN LOS ALREDEDORES
DEL MERCADO MODELO
En una novela de
Saramago, Premio Nóbel de Literatura, un personaje conversa con el techo
de su habitación, convirtiéndose éste, a su vez, también en todo un
personaje; lo mismo me parece que es el aire alrededor del Mercado
Modelo, que tiene una personalidad propia, es de un carácter angustiado,
hiriente, crispado, erizado, funesto, pero al mismo tiempo confidencial
y amigable con todo tipo de seres que deambulan por allí y que le
cuentan sus penurias, como los vendedores ambulantes de ojos atravesados
por la desesperación de vender poco o no vender nada, los locos en
pelotas, los mendigos profesionalizados, las prostitutas desdentadas,
los desocupados timberos, los taxistas semi asaltantes, los pandilleros
terokaleros, los vigilantes que no vigilan nada, las vendedoras de
juguerías y las chicas que te jalan con su voz sensualona a que comas
ceviche, anticucho, mazamorra, pescado frito o chifa en el puesto que
las contrata por unos pocos soles diarios.
El aire angustiado y
angustiante también forma parte de los que se arremolinan en torno a los
desquiciantes kioscos de periódicos de la esquina a leer las novedades
macabras del infierno urbano y comparten los pasos de los drogadictos
que atraviesan la calle Manuel Ruiz presurosos para trepar el muro de la
cuesta de Chile y en ese pampón dar rienda suelta a su éxtasis y
tragedia. Es como el aire de la peste, que contagia a todo el mundo que
se acerca; en este caso el aire irradia su angustia, su nerviosismo, su
inestabilidad, su precariedad, su no saber qué va a pasar dentro de unos
minutos, unas horas o el día de mañana.
El que pasa por los
alrededores del Mercado Modelo y huele este aire tiene, sino la vida, al
menos el día destruido, lleno de quejas, ayes y lamentos. Cada vez que
cruzo esta parte del centro de Chimbote siento que la vida no vale nada,
quiero meterme un tiro de diazepanes azules o unas cuantas cervezas
heladas adentro como un río sedándome las venas. Siento que soy jalado
por manos esqueléticas que quieren convertirme en uno más de los
fantasmas que habitan este tugurio peruano de la esquizofrenia y el
comercio informal, con olor a basura y a chancho frito, a perfume barato
de hermosas chicas que pasan a veces contoneando el altar femenino de
sus cuerpos, oliendo a fondo el humo de las fábricas pesqueras del
barrio Miramar que hasta aquí llegan; humo que a su vez es un canto
quejumbroso de los explotados.
He visto en los
alrededores del Mercado Modelo, entre Ruiz, Espinar, Leoncio Prado y
Gálvez que son, en esas cuadras, pantanos o ríos negros en llamas
invisibles, a niños abandonados llorando desconsoladamente, que me han
llevado a sentarme un poco más allá a llorar interiormente como ellos. Y
cuando me he sentado a comer cualquier cosa en uno de los puestos, niños
y niñas, hombres y mujeres con los rostros aterrados por la dulzura de
la muerte que les ronda, pidiéndome que les deje un poco de sobras en el
plato para que lo coman ellos. Y todo con la música de fondo de la
chicha, el huayno, la salsa y el reggae que tocan furibundamente los
vendedores de CDs piratas, como himnos para el fin del mundo,
acompañados de las letanías de algunos evangélicos clamando contra los
pecadores y el payaso que hace piruetas por una propina, el político que
recolecta firmas para su candidatura y nuevamente una bella chica
pasando como un ángel al que todos estiramos los ojos como un cuerda
verde a la salvación efímera.
Año tras año, día tras
día, varias veces al día, varias veces cada hora, por motivos de
realizar trámites, dirigirme a mi trabajo, a las imprentas, a las
oficinas o simplemente caminando por caminar, hablando solo por estos
caminos urbanos que no conducen más que al desencanto y a la tristeza
sin fondo de la indiferencia y la ingratitud del ser humano hacia el ser
humano, tengo la cruz más pesada de la vida, que es volver una y otra
vez a cruzar los alrededores del Mercado Modelo y oler hasta desangrarme
la nariz con su aire de jardines pudriéndose en los antiguos pantanos
que están bajo sus cimientos, donde quizás nunca debió erigirse esta
ciudad hace 100 años.