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(Revista Gemación, edición nº4, Chimbote, diciembre,2003)

 



  

 

 

Como un níspero mordido por la peor de las ausencias

 

                                                                                                                                                                                                    Ricardo Ayllón

 

                                                   a Carlos Rengifo, este epílogo  la vida.

 

1

 

Óyeme, yo mantengo una familia

como se posee un níspero mordido

por la peor de las ausencias.

A veces la noche destila el goce

de asomarse a la ventana

tras los silbos oceánicos

mi familia se hace llama prescindible

desde su propia sangre devastada.

Dices tú que vivir así es confirmar

que los espejos no le cantan a esas cosas

que aquilatan la ebriedad de mis gestos verdaderos.

Mis gestos no tardan en mudar

si mi familia ofrece su divinidad mal disimulada,

si a sus pies se hincan las ciudades afligidas

por el fuego innecesario de su propia humanidad.

Un níspero es para esto el mejor ejemplo de mi casa,

de mi mujer, de mi pequeño hijo,

entretejidos como pulpa seca,

pésimamente conservados.

del mordisco rojo con que se sujeta mi bestialidad

y sus minutos desyerbados,

se consigue gozar del milagro

de un chorro mío en las paredes.

Aquello es el siniestro vuelo de un canto

que ha dejado de ser original por propios méritos.

(Mi familia no descansa en esta delicia

ni en el sabor dulce de su espiritualidad).

Escúchame, tú que crees en las libélulas

como un anuncio de aires nuevos,

mi familia es la fruta corrompida

que no debe soñar más

con cielos femeninos donde vírgenes y duendes crean

la fecundidad de los espejos.

Mi familia ya no es humedad.

Yo retorno a las palabras cada vez que

el viento lava la numeración de su impureza,

vuelvo a la ciencia de lo ajeno

para meterme en su orfandad y traficar con sus entrañas.

Vengo a la fosa donde no dejan de morir los nisperales,

donde se levanta la pobre visión de mi familia

y se prodiga esta voz a la deriva. 

 

 

2

 

 

¿Pero será sensata la posibilidad de un níspero

dueño de la divinidad de mi familia?

Ocurre que el tiempo aún guarda

la gravedad de lo vivido

y apaga el grito de mi casa en aguas

de profundidad incierta.

Y aunque diga que los sueños

pudieron levantarse de un soplo

y erigir la fecundidad,

y erigir mi casa con fuego en lugar de barro;

y aunque lo diga divisando

las aves grises que surcan la ruda piel de mi ventana;

y aunque diga esto,

el viento ya no soplará hacia aquí

despercudiéndome la vida.

Llevaba el alba como un río de agua pura,

pero el espanto supo cautivarme

y dejarme olvidado en el duro laberinto

de las tempestades, para siempre.

Y para siempre destejí la esperanza

en un peregrinaje recorrido

por la agitación de mis manos únicas.

En verdad los años transcurrieron

como recia certidumbre de huesos

mostrando la sequedad de mis sueños,

contemplando la sepultura de su fortaleza.

¿Mas cómo insistir en esta historia?

¿Cómo llenar de certidumbre a mi familia

ahora que la vida solo consigue empañar

el cristal de mis pobres nervios?

¿Buscar la semilla azul de la alborada,

la juventud del viento,

el destello de mis días,

la clara humedad de las altas convicciones?

Esta historia desdeña la épica

de quienes esperamos en el amor de lo sensato.

Cuán huérfana esta historia

que olvida el aborto de los vientos,

la pudrición de mi hijo,

el quebranto de las cicatrices

en el sitio mismo de las deshojaciones.

La casa, los nisperales,

el calor de la noche que no sabe modelarme

un pasado razonable,

languidecen ahora bajo el silbo inmenso

de todo lo vivido.


   

 

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