Habla,
Ciriaco, ¿vas?
Tú no lo sabes, Ciriaco, pero hay cosas de
nuestra vida que no podemos explicar: “karma“ le
dicen, brother, y sea bueno o malo, la vaina es
que hay cosas que se repiten una y otra vez a lo
largo de nuestra existencia. Tampoco se trata de
casualidades, es el resultado de nuestras
acciones pasadas, y no sólo del pasado de
nuestra vida sino también de otras vidas, cosas
ajenas; es algo así como una ley, una vaina que
no es premio ni castigo, sino la señal de que
hay algo que no hemos aprendido... Pero yo no he
venido para hablarte en difícil, mano, he
llegado hasta aquí pa´ conversar, pa´ tomarnos
esta chelita helada con su cevichito, y para ese
loreo bravo que hace tiempo estaba esperando,
causa, tiempo…
El negro
Moncada echa el cuerpo hacia atrás en la silla
que ocupa y husmea en los créditos de la
etiqueta en la botella, la mirada desinhibida
que lo caracteriza no lo ha abandonado, separa
frenéticamente la cebolla del pescado y la
destina al último rincón del plato (porque no le
agrada su sonido al morderla, mucho menos su
sabor). Ciriaco habla desesperadamente del mar,
de jalar pescado, de los botes cortineros y de
la cruz que carga al hombro desde hace mucho; el
negro hace ininteligible por momentos su
discurso, reduplica sus frases, hace crujir la
cancha serrana del plato al centro de la mesa,
chequea a los nuevos clientes y colige que por
la manera en que lo observo está cada vez más
cerca de la verdad.
¿Tú
también te descolgaste, no?, ¿en qué año
llegaste, negro?, ¿de dónde michi zorro?, ¿de
arriba o de abajo?…
“Chocopano, torero, torerito de papel yo, yo
mismito… De Chocope zorro, de abajo como los
engendradaos víctimas de los Sogesas
chuchesusmares, torero de fábricas
pestilenciadas, yanquis go jóm uñas largas,
largotas, Cuerpos de Paz, me cago yo, te cagas
tú en los bancheros, en los alcaldes de Chimbote
de aquí a cuarenta años, politiquitos loco,
local, loquito Moncada, pobre, yo mismito… ¿Te
acuerdas campeón?, estas son mis manos, ¡esta es
tu gente, Dioooos…!, ¡Dioooos!, no te engañes,
no te pares negrito, ¡no!, cierra el círculo
pescador pecado, aquí tu pedazo e´ red, tu bolsa
negra, pescao salao, tiradito, tu brazo, tu
cruz, tu caleta remendadora, tu sol, también tu
mar…”.
El sol
del mediodía calienta las calles en este marzo
inextinguible. Ciriaco apura el sorbo, la del
estribo en La Línea y mientras se guarda un poco
de cancha en la talega que le cuelga del hombro
izquierdo, saca del bolsillo su trapo rojo que
lo acompaña siempre y se pone a torear al mozo
discapacitado que atiende las otras mesas, al
Cojudito que va y viene con los cebiches y
las cervezas heladas que apagan día a día el
incendio de las tardes. ¡Ole…!, ¡oleee…! Salimos
tarareando la tonadita bobalicona esa que sale
de la radiola y que no sé por qué rayos se le
acaba pegando a uno, a pesar que se intenta
siempre desmarcarse… “¡A Gálvez!, ¡vamos a la
Gálvez!, ¡una carrera a la barriada e´ Villa
María, a San Pedro, al Acero, vamo´a la baldosa,
al panteón de los pobres y de ahí a las fábricas
de harina, al muelle, al Modelo, y La Caleta.
Una carrera a La Rosada, también, por ley. Yo te
voa´ enseñar periodista el corazón de tu
ciudad!…”.
En la avenida Gálvez nos ha recibido una
congestión de triciclos viejos y carretillas
malolientes. Las cholas transpiran lo que no han
transpirado una vida en el ande; el sombrero
ennegrecido les oculta la mirada, los cabellos
-quizá piojosos- y cierto aire de complicidad
con quien se acerca a comprar sus plantas, los
panes, sus dulces serranos. El auto levanta una
nube de polvo sobre los burros atados a las
tranqueras del camino, el chofer gramputea y las
mujeres con sus llicllas e hijos en la espalda
estrenan una mirada irascible hacia el
irresponsable conductor. Mientras avanzamos
camino al sur de la ciudad, el negro Moncada
habla y calla cuando lo considera prudente…
“Tamare, tú habrás escuchado del José María, el
taita que se murió en noviembre.
Atormentao, pué, habrá querío morirse el profito...
Paraba en Santiago e´ Chile, donde una loquera
famosa dicen, como será, así ha salido en el
periódico; paraba hablando en quechua el profe,
tomándole fotos a los perros chuscos en la
baldosa, a las chinas potonas que venden chicha
en las barriadas, conversaba con
la Ojiverde
donde el puterío e´ Villa María, apuntaba
cojucedes en una libreta, se ponía a chupar con
los pescadores en el Gato Negro, en la peña del
Cabeza e´ pato, en La Rosada, y seguía, seguía
apuntando… Le habrán gustao las cojudeces, pué;
habrá querío caminar en las barriadas, no sé…
Conmigo habló varias veces en el Modelo, se
quedaba mirándome hecho un cojudo; un mal se
cura con otro mal, así me dijo el profito una
vez. Se murió en noviembre, pobre, ya se lo
habrán papeado los gusanos…”.
Hemos llegado a Villa María y las mujeres y los
niños se alborotan alrededor del camión de agua
que cobra media libra por cada lata. Esteras de
carrizo son lo único que puede verse a varios
cientos de metros a la redonda. Esteras,
banderitas rojas donde venden chicha de jora, la
humedad de los pantanos se filtra por debajo de
los pisos de tierra en este el espacio más
insalubre de la ciudad. “Al mercado, vamo´ al
mercado”, señala Ciriaco -motivado- mientras dos
niños sin pantalón y descalzos, merodean
alrededor del automóvil y de los panes serranos
que les hemos traído.
“¡Yo no
soy patrón de lancha, señores, tampoco ladrón de
aguas de mar y mucho menos Belaúnde, Haya e´ la
Torre, mamá de Kennedy, ni autoridad pestilente.
Yo, yo mismito, he salido de las aguas de La
Florida para fundar con cuatro palos y tres
carrizos una nueva pampa. Una chacra más soledad
que el billete que sale de a sol pa´ comprar el
agua el camión en las barriadas...!, ¡Yo no soy
patrón de lancha, porsiacasito, señores, ni
ladrón de municipio en terno oscuro. Si me ves
por la calle encorbatao es porque me visto así
pa´ joderlos a los chuchesusmares: un día e´
comerciante turco, al otro de alcalde o de
ministro. Pero hoy, así les joda, yo mismito les
voa decir su puta a vida a ustedes respetables
que me han venido a escuchar, porque ya no me
aguanto de llamarlos cojudos en su puta cara,
C-O-J-U-D-O-S, huevas, zonzonazos, eso es lo que
eres pecador pescado. No ve que el Belaúnde va a
venir en su caballo y con manguera pa´ ponerte
el agua, la luz, tu pista, tus jermas… cojudo ni
que juera el Belaúnde, no, así que si no lo
jodes al gobierno nada te lloverá del cielo,
cielito!…Que quede claro, yo mismito lo he
jodido al yanqui ladrón de todo menos de mi mar,
de mi cerro colorado, mi sol, mi pachamama, mi
cascada de agua y mis montañas… Hasta a mi hija
le enseñao a joder, a predicar, torerita ya es.
Gringos cojudos, go jóm, tamare, pásame el limón
para sobarme la mitra que me quema el sol e´
miera que hace en Villa María…”.
Habla, Ciriaco, di la
verdad, ¿por qué te computas una especie de
iluminado, causa, una huevada así medio
moralizadora, una vaina que linda con una
especie de Cristo humanizado que predica en el
desierto, en la barriada, en este Chimbote que
te manya y que nos frustra?… Normal, brother,
habla no más, qué va a pasar; así eres pues, así
te manyan todos, total: estamos entre patas. Tu
trabajas a la locura a la gente, al florencio,
pero bien también te manejas un rollo interior
que habla por ti, por ese karma y ese street
spirit que de a leguas se percibe cuando se
te ve latear. Yo no sé pero desde que te veo con
ese telefonazo blanco y sarnoso que te
encontraste en el basural y que utilizas para
hablar y darle consejos en materia económica al
presidente, como que te percibimos más cuerdo y
no menos humano. Habla, causa, un parcito más;
hace calor, hermano, jala tu silla, mañana ya
vamos a La Rosada… Habla, Ciriaco, ¿vas?…
La tarde cae en este recodo del camino y el Loco
Moncada ha empezado a lagrimear. Se habrá
acordado de su hija que no ve hace mucho, habrá
lagrimeado por el tiempo en que la cabeza le dio
vueltas y ya no le podía enseñar a deletrear;
quizá recordó la jirafita y la cabeza de payaso
que le dejó pegada en la pared de su pequeña
habitación el día soleado en que la mitra le
estalló de un canto y se vio de pronto vestido
de pescador y más negro que nunca en la playa de
La Caleta, soleadazo, bronze, listecito para
armar hamacas donde mecer su tormentosa
existencia. Habrá reparado quizá en la forma en
que vomitan las fábricas de La Florida, habrá
querido encontrárselo en la calle al italiano
ese que jodió Chimbote, al tacneñito heroico ese
–chuchesu- pa´ meterle su combo, su cabe, su par
de patadas donde se sienta y que se acomode bien
el lompa, pero lejos, bien lejos del mar.
Ciriaco llora, llora largo y tendido como esa
lluvia que jamás cae sobre la ciudad, mientras
una letanía ininteligible se deja escuchar
cuando se acomoda la cruz en el hombro izquierdo
y se pone de pie, echándose a andar… “Me voy a
casa, periodista e´ periódico, al centro torero,
torerito guelvo, yo mismito de papel. Mañana me
encuentras en el mercao Modelo, habla, vas no
más, mañana me toca terno, pantalón oscuro,
florcita en el bolsillo y camisa, ¿camisa?… ah,
sí, camisa, una camisita que tengo… del color de
la libertad…”.
AUGUSTO RUBIO ACOSTA.-
Periodista, poeta,
narrador. Ha publicado su segundo poemario Mi
camisa de comando y otros poemas (2007) y
hace poco ganado un premio en el género de la
crónica.
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