A María Rosa
Verano, ya
me voy. Y me dan pena
las manitas
sumisas de tus tardes.
Llegas
devotamente; llegas viejo;
y ya no
encontrarás en mi alma a nadie.
¡Verano! Y
pasarás por mis balcones
con gran rosario
de amatistas y oros,
como un obispo
triste que llegara
de lejos a
buscar y bendecir
los rotos aros
de unos muertos novios
¡Ya no llores,
Verano!
En aquel surco
muere una rosa que renace mucho