Caramelo

 

                                                                                                                     Juan Benavente

 

   Durante mi nacimiento, escuché lo bondadosa que sería la vida para mí. Decían que éramos los seres más privilegiados del mundo. Entre los grandes aparatos de la fábrica, corría a una velocidad incomparable para llegar a ser finalmente cubierto por una hermosa envoltura de celofán.

 

   Casi cinco semanas pasé en el depósito, donde guardan las bolsas expeditas para el mercado. Así como venían, se iban; hasta que me llegó el turno. Con otras tantas bolsas pasamos a llenar el vacío de una gran caja de cartón. Luego llegó la oscuridad y sólo sentimos el movimiento del traslado con cierta pausa donde se permitía un leve descanso.

 

   Empecé a aburrirme, cansado de tanto descanso, de pronto, escuché algunos ruidos fuera de la caja, no sólo voces; sino como si arañaban y de un momento a otro se hizo la fabulosa claridad. Iluminó tanto que enceguecimos y como grandes tentáculos fueron sacando las bolsas para colocarla en el taquillero, pude notar el lugar donde estaba, una bodega, la gente entraba y salía. La tienda tenía buena clientela. Una gran cantidad de personas pasaban frente a la tienda, unos iban, otros venían. Me llamó mucho la atención el tránsito insomne de ellos, sin el mínimo gesto del saludo. Seguro no se conocían, debe ser eso porque entre nosotros sí había una asidua comunicación aún  no lo haya visto jamás y sólo por el privilegio de nuestra existencia con facilidad nos ubicábamos.

 

   Una mañana vi entrar a un señor con aspecto cadavérico, mal vestido y con una voz aflautada pidió una bolsa de caramelos de menta. Las manos de la vendedora fueron directamente a la bolsa donde me encontraba. Luego de hacer el pago, sólo sentí junto a mis compañeros bajar a un oscuros lugar. Era un bolsón, al fondo pude notar algunos desperdicios, bolitas de papel, de hilachas, pedacitos de pan, una pata de alguna desafortunada cucaracha, entre otras cosas más. Tapó el bolsón y nuevamente la oscuridad en movimiento, sentí algunos sobresaltos. Ya nos habíamos acostumbrado. Cuando con sorpresa de nuevo al claridad y la voz aflautada más elevada invadió el ambiente.

 

-         ¡Agradeciendo al señor chofer y al señor cobrador, deseo quitarles un momentito de su atención! ¡Acabo de salir del penal y me encuentro sin trabajo, con antecedentes y sin documentos no nos quieren recibir! ¡Señores, si para quienes poseen su documentación en regla y no tienen antecedentes, no hay trabajo; imagínense para nosotros ¡menos! ¡No he venido con las manos vacías! ¡tengo estos deliciosos y ricos caramelos de menta de primera calidad!

 

-         Que tal piropo, me ruboricé.

 

-         ¡Prefiero vender antes que robar! –Enfatizó- no voy a estar como esos que jalan carteras o asaltan a los “tíos”. Tres por cincuenta y uno a veinte céntimos: ¡tres por cincuenta y uno a veinte céntimos! NO me des la espalada ¡hágalo por mis hijitos!

 

   Percibí la atención de algunos pasajeros del ómnibus donde había subido. Otros estaban en otra onda, mirando fijamente a través de la ventana, otros curiosamente se habían quedado dormidos. Empezó a pasar y ofrecía de asiento en asiento. Algunos movilizaban su mano en dirección del bolsillo. Entregaba según la demanda.

 

Veía todo el panorama, algunos, alcanzaban sus respectivas manos. Fui abruptamente atropellado, me atrapó y junto a  otros me sacó de la bolsa.

 

-         Uno no más- Una voz delgada pidió y alcanzó el brazo.

-         Fui entregado a un joven, quien pagó los veinte céntimos por mí y viajaba junto a una guapa señorita. Entonces, seguramente por ganar su simpatía, me ofreció aún en mi cubierta, pude palpar la suave piel de loa joven, quien me rechazó empujando, con cierta descortesía.

 

-         No gracias.

 

-         Pensé, me iba a desnudar para consumirme y cumplir con mi objetivo de endulzar simpáticamente a los seres humanos que tanto necesitan; pero no fue así. Me guardó en el bolsillo derecho de su pantalón azul. Unos minutos más tarde escuché:

 

-         ¡Señores público! Voy a cantar mis cancioncitas de moda.

 

   Después de interpretar dos canciones se acercó a los pasajeros para pedirles un apoyo económico y al llegar donde  mi ocasional dueño, éste no tuvo mejor idea de deshacerse de mí y así me entregó a unas manos ciertamente pequeñas pero sucias, muy sucias y con granos por todas partes. Me encantó tanto porque se trataba de un niño, lo más lindo que hay; pero a la vez me dio asco, mi sensibilidad no resistió y perdí el conocimiento al encontrarme entre erupciones de heridas con pus.

 

   Al volver en sí, había transcurrido buenas horas, estaba aún intacto y en uno de los bolsillos de mi nuevo dueño. Cada brusco movimiento era inevitable chocar con sus canicas, una vieja tuerca, no sabía que cargaba. Lo que sí, casi todo el tiempo en actividad de idas y venidas; griteríos adornados de sendas groserías , ya la oscuridad... sin embargo, pude percibir la gran miseria adonde me llevó el destino.

 

   Es una casona abandonada, un grupo de niños y niñas, casi todos están con una bolsa de plástico, aspiran como si fuera algún perfume o colonia. Algunos están echados, otros sentados y mi actual dueño, está caminando junto a otro de su edad, más o menos representan, doce años.

 

   Mucho más tarde era peor la situación. Se golpeaban entre ellos, las chicas se trenzaban como quitándose alguna presa. Otros cuatro llegaron causando gran alboroto. Con fuerza arrojaban lo que habían robado, dos carteras, tres relojes y un par de zapatillas. Para todo predominaba el golpe y la grosería. Era la “ley de la jungla”, porque el más grande imponía las condiciones y podía estar con la chica deseada del grupo. Estaban totalmente dopadas. Con seguridad los chicos no pasaban de los catorce años. Una de ellas presentaba una cicatriz en la mejilla izquierda, producto de una gresca, hacía ya dos años. Fue captada por una mafia de proxenetas que generalmente pululan en las discotecas a la caza de niñas pobres, ingenuas y por lo general con problemas en casa. Después de casi un año. Paola fue liberada por los pandilleros de su barrio, luego de haber sido reconocida por uno de ellos, así llegó y formó parte del grupo. Usaban armas blancas y algunas preparadas por ellos mismos, inclusive para “pepear” a sus víctimas.

 

   Cuando me aprestaba a descansar después de haber visto tremendas barbaridades, siento un mayor movimiento. decidieron salir como lo hacen todas las noches a partir de las doce de la noche. En medio de gritos y gestos, sobre todo los menos afectados por el terokal, salía n dándose valor entre ellos.

 

-         ¡Ojalá Diosito mío haya hartos “puntos” y no nos atrapen!

-         A buscar borrachos y “tíos” con plata.

 

   Ya en la inmensa avenida poco iluminada se apostaban para realizar el atraco. Sin vigilancia policial toda esa zona era el lugar favorito de ellos. Eran pacientes y cuando veían a uno en estado de ebriedad, apresurados y rodeándolo se acercaban y en menos que canta el gallo, mismos pirañas ya estaban encima de la víctima cuya reacción por lo general era tardía, sólo atinaba a gritar ya con una voz sin efecto.

 

-         Qué pasa... ¡hip! Hijos de la gran flauta... me están roban...do  ¡pucha! Ya me robaron... ya verán...¡hip!

 

   Al ponerse de pie, poco a poco la borrachera quedó suspendida para darse cuenta que no podía continuar así. Sin zapatos, con los bolsillos destrozados del pantalón y la mitad de lo que había sido una fina camisa, quedó por un momento dando vueltas en el mismo lugar, a la espera de un piadoso taxista. Aún ligeramente sentía los golpes recibidos en las manos, en el rostro, la espalda, parecía víctima de un huayco.

 

   El otro grupo con la complicidad de una de las chicas, asaltó a otro parroquiano elegantemente vestido, fue llevado con engaños por una de ellas, quien se ofrecía para unja noche de inmenso placer en un supuesto hostal. No sabía que estaba “pepeado”, caminó sintiendo los primeros síntomas. Aprovechando la oscuridad y el lugar desolado, apenas llegó, lo despojaron de su terno, todas sus pertenencias con excepción de su ropa interior y sus medias. Por el efecto de la pasti9lla se quedó profundamente dormido sobre la fría vereda, extrañamente en su rostro se dibujaba una irónica sonrisa.

 

   Durante el alba, se efectuaba el retorno de los muchachos, individualmente retornaban camuflando lo robado. Después de una fechoría era una táctica impuesta por ellos, correr en diferentes direcciones para despistar a la policía, porque de lo contrario, estarían obligados a compartir el botín, con sus captores, respuesta clave del porqué la delincuencia sigue y crece.

 

   El grupo crecía y con lujo de detalles relataba sus acciones. Algunos extenuados apenas llegaban y se tiraban en los improvisados y viejos colchones, quedándose inmediatamente dormidos.

 

Nadie estaba tranquilo por la permanente violencia desatada a cada instante y por razones, muchas de ellas, intrascendentes, parecía que gozaban con las heridas y moretones. “Carachita” ya se había levantado y para recuperarse más, iría a buscarlos para ofrecerles su canto mañanero, alguien le había dicho, tener un parecido a un integrante del grupo Guinda, ya se sentía artista. Con facilidad aprendía las canciones de moda.

 

   Esa desafortunada mañana, luego de echarse un poco d agua a la cara, sacó un trapo sucio para secarse y al hacerlo con rapidez y fuerza, quedó enganchado, al final, sólo me quedó saltar al vacío, caí estrepitosamente al piso.

 

   Carachita, volteó y sin darse cuenta me pisó, la suela dura de su zapato derecho me aplastó con todo su peso y me dejó casi pulverizado, parecía polvo de cristales. Ya en mi agonía pensé lo frágil que era y con la envoltura deteriorada con facilidad me alcanzó las aguas servidas y me fui diluyendo. Ahora estoy en la inevitable fuerza de la lógica, pobre de mí con esta experiencia; yo creído realmente me sentí privilegiado como siempre escuché desde mis inicios para cumplir el objetivo de endulzar la vida hasta al más desgraciado y así como ustedes, la mayoría de seres humanos, con bajísima voz y haciendo el último esfuerzo, tampoco me salvé del sabor amargo de la vida.

 

 

 

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