Juan de la Rosa y la representación popular en las

gestas independentistas bolivianas del siglo XIX

 

Ricardo Ayllón

 

 

La novela histórica Juan de la Rosa, del boliviano Nataniel Aguirre, vista por algunos tratadistas como una de las obras que reforzaron la idea de nación para reorganizar las vidas política y social de Bolivia luego de la Guerra del Pacífico (1), relata en forma de memorias y en primera persona las luchas de la independencia boliviana (previas al crucial accionar de Bolívar) a través de los avatares de un niño cuyo nombre da título al libro.

A través de sus capítulos el lector asiste a eventos culminantes de esta gesta, como las batallas de Aroma y de Amiraya, y se apoya principalmente en la conducta patriótica de los cochambambinos, siendo (dentro de esta característica) un momento importante la descripción del sacrificio de las mujeres de Cochabamba.

            La presencia, justamente, de personajes y multitudes de procedencia popular, permiten plantear la importancia de este elemento como un aporte de la representación andina en la novela; con esto, se consigue elucidar la eficacia del relato mediante su necesario cotejo con elementos identificables en el discurso decimonónico del momento histórico de la  publicación de la novela.

La representación popular consigue distinguirse desde la condición social del propio protagonista, Juancito, quien es hijo de una mestiza y de un criollo, pero cuyo ámbito en el que se desplaza es el más humilde. Hallamos al protagonista, en un primer momento, conviviendo en un hogar modesto con su madre y bajo la protección de su tío, el mestizo Alejo Calatayud, además de la tutela de un sacerdote.

Sobre esta base, no se debe perder de vista el origen social del narrador-protagonista para, como una primera premisa, anotar que la historia se escribe desde el contexto, enfoque personal y visión del mundo de éste, es decir desde la versión de un auténtico representante del pueblo, condición que no se modifica aun cuando cambian sus circunstancias de vida, o sea, cuando éste tiene que irse a vivir a un hogar de criollos. No obstante, su caso resulta particular, pues, pese a su procedencia humilde, cuenta con una instrucción especial (Juancito, a diferencia de sus congéneres y no obstante su temprana edad –10 años–, sabe leer muy bien, está perfectamente enterado de las vicisitudes de la lucha independentista, tiene referencias del fundamento ideológico que la sustenta y ha aprendido el latín), lo cual, en el escenario social previsto para la novela, lo convierte en un individuo de excepción (2).

En el plano de la concepción de la novela, la técnica de narrador-protagonista servirá de ayuda para, haciendo una prolongación hasta el autor-narrador (estrategia quizá ilegítima en circunstancias estrictas del análisis ficcional, pero justificable para objetivos de dilucidar las influencias del autor sobre la representación social e ideológica del personaje principal), recurrir a la propia personalidad de éste y hacernos una mejor imagen de la identidad de Juancito. Como Nataniel Aguirre, personaje distintivo de la sociedad cochabambina, diputado y prefecto de esta ciudad, y organizador de un regimiento cuando Bolivia se encontraba en guerra con Chile, Juancito, además de apasionarse con el desarrollo de los enfrentamientos militares, se personifica también como parte activa, viva, y representativa del bando al que pertenece.

En este sentido, teniendo como contendiente a Chile en la vida real y al ejército realista en la ficción, autor y protagonista se unifican en una causa que valoran como justa y patriótica, y que necesariamente –en el entorno social– se vivifica y se hace inmarcesible con el calor popular. De ese modo, Juancito, como consecuencia de las estrategias extraliterarias (políticas) del autor, tiene obligadamente que pertenecer al pueblo, mas, no obstante, distinguirse de éste a través de rasgos exclusivos que –dentro de su situación histórica– lo conviertan en “ciudadano prototípico” para la consecución de una de las más nobles aspiraciones colectivas: la libertad.

No se debe olvidar que la capacidad intelectual también estaba sustentada por categorías étnicas: los indios conforman la mayoría poblacional pero, casi en un cien por ciento, se dedican a labor de labranza y de minas o componen la servidumbre de los hogares criollos y españoles, siendo iletrados y generalmente quechuahablantes; los mestizos conforman otra masa significativa (a esta pertenece Juancito) y su educación es generalmente elemental (sólo saben leer y escribir y muy pocos reciben educación académica), mientras que los criollos cuentan con las facultades y facilidades para convertirse en “ciudadanos de prestigio” gracias a la instrucción a la que pueden acceder. Esta configuración étnica resulta necesaria para distinguir las conductas individual y colectiva de los actores sociales.

 

(1) IRUROZQUI, Marta. La ley es orden. Refundación nacional y democracia en Bolivia, 1880-1900. p. 1

 

(2) “…diferente al resto de sus iguales por casta, es decir, como uno de los pocos mestizos que podía trascender su origen y convertirse en élite”, advierte Marta Irurozqui. Op.cit. p. 4.

 

 

 

 

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