El navegante
Navego
en torno de la tierra que parece no extrañar para nada mi ausencia prolongada
en los días que se convirtieron en nocturnos. Navego por igual en mi barca, sin
brújula ni velas.
Pongo todas mis fuerzas para brotar
emergente en la exploración de los archipiélagos, cabos y bahías, donde nadie
conoce acerca de mi presencia ni tampoco puede sindicarme como que soy yo,
nadie más. Saco de entre mi ropa una fotografía que me lleva directo a la
evocación de lo ya vivido con su propia resaca de conjunto.
Dilucido
con la misma decisión entre las hojas de este cuaderno y las páginas de este
libro en cuya utilidad se entiende que nada es semejante a otra cosa, excepto
la nada misma donde los gusanos se guarecen y donde las ideas pierden su
brillo.
Procuro
entender que he de navegar hasta donde me sea tan posible y se me permita.
Tampoco
se supone que me pasaré los meridianos y los paralelos si no que llegará el
momento en que mi identidad ha de extraviarse en la maraña de los
acontecimientos afectados. En relación a esto es casi nulo cuánto hacerse pueda
para revertir la situación.
De
cualquier manera, quiérase o no, esto ha de darse inevitablemente un día.