Elegía

(A Miguel Hernández)

 

  Oswaldo Roses

 

Me dicen que eres tierra,

que te moriste sin trabas

como los asesinados

aunque se excusen las balas;

sí, te moriste aquí,

es lo triste que no engaña

mientras te abrían la herida

mortal hasta que se mata.

 

Sí, Miguel, ¡cierto!, moriste

desde un luchar que se incauta

por desprecios indecentes,

por envidias que desgracian.

 

Y ¿no hay quien atrevido

lo diga esto del alma,

lo diga como mereces,

cómo el bien se te talaba?

 

Oh aquí los cuervos acechan

del hombre y no del ansia

de comprender lo de todos,

de enamorar la esperanza.

 

Mas ¿no hay ninguna boca

que de su miseria salga

de silencio...?, ¿no la boca

que dignifique las palabras?

 

Oh aquí el odio puja

por vencer antes que nada,

y vence contra más cielo,

contra el grito y su garganta.

 

No apruebo a la sangre, sangre,

que reduce y no desangra,

que inmoviliza adentro

lo que prefiere arrogancia.

 

Ternuras de raíz verde

con sus caricias avanzan,

reaparecerán siempre

pues todo esto no basta.

 

No apruebo trozos de fe,

pizcas de paz..., de batalla

del Amor, no, no más partes

ni retrasos que lo embaucan.

 

Ante lo amado ni miedo

ni ley que no lo adelanta,

es el Hambre, y se desnuda

más firme ante las garras.

 

¿Qué culpa tienen los ojos?,

¿qué culpa aún las palabras

que siempre dijeron alto

lo que los cobardes callan?

 

 

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