La pintura de
Héctor Chinchayán: desde lo precolombino hacia lo
universal
Gustavo Tapia Reyes
Decir que la pintura de Héctor Chinchayán Paredes (Chimbote, 1965) hunde sus raíces en
nuestro pasado precolombino para desde ahí partir hacia el ámbito universal,
constituye solamente en señalar un aspecto de la variedad temática que ostenta
con una cantidad de trabajos (que tranquilamente deben sobrepasar la centena),
en casi todas las técnicas conocidas, la mayoría de los cuales todavía no ha
presentado en ninguna exposición. Es que mientras a otros pintores este lado
les resulta de suma urgencia, sucede que para Chinchayán
tiene poca importancia.
Así el pintor le va dando paulatina
forma a sus obsesiones, a sus miedos, a sus angustias, a sus desahogos, los va
cargando de colores claros y oscuros en tanto siempre considera que cada uno de
esos productos pictóricos, que pueden parecer terminados, para el pintor
todavía están bajo el rubro de pendientes o sólo se trata de sendos estudios,
hechos para cuadros que algún día espera realizar. Al igual que su admirado
Pablo Picasso, su vocación es tan inmensa como
absorbente que no le da tiempo para detenerse a pensar en torno a su plasticismo y con frecuencia cae en pintar y pintar sin
descanso, día y noche, aguardando ver lo que pueda brotar de esas telas o
cartulinas que designó como soporte, siempre orientándose por la forma y el
color cual elementos esenciales de su pintura.
Definido como un “pintor que asume su
arte como debe de ser: con amor, pasión, mucho esfuerzo y sacrificio. Es un
artista en todo el sentido de la palabra” (1) y a diferencia de algunos de sus colegas porteños,
Chinchayán pertenece a una raza y por eso no quiere
darle forma a escenas que va captando su lánguida mirada en el mundo exterior
si no que se adentra en sí mismo, explora en sí mismo, sabiendo que es el heredero
de una rica tradición histórica que se remonta en los siglos y se pierde en
miles de años para encontrarse en lo suyo, darse con lo suyo, que después le
permita emerger hacia el afuera que llamamos mundo. Por cierto, contrariamente
a lo que pudiera pensarse, no suele renegar al nivel de un iconoclasta rabioso
que va en contra de la formación occidental con la que fue repletado hasta el
cansancio entre los años 1888-1991, durante su permanencia en la Escuela
Nacional de Bellas Artes (ENBA), más bien asimila dicho academicismo conforme a
su sensibilidad para subordinar ésta a las exploraciones que ejecuta, sea con
un lápiz o un pincel. “Al igual que los creadores de imágenes de las culturas
afincadas en el antiguo Perú, –anota José Donayre– Chichayán utiliza formas geométricas, colores tierra, rojos
indios, etc, pero también enfrenta sus conflictos con
la materia y la realidad” (2).
Siguiendo en parte la influencia de Sérvulo Gutiérrez con su imagen roja, Chinchayán
explora en ese tema ya manido de pintar a Cristo en colores pastosos, en
colores vivos, de nerviosos trazos que se entrecruzan, con una oscuridad que
sumerge en profundos abismos dejando observar esos rostros de honda tristeza y
melancolía o con una claridad que acaso quiere manifestar el otro lado de la
pasión, cuando la vida se superpone a la muerte, por medio de manchas (el
pintor se considera un “manchista”) que desperdiga en
los soportes sobre las cuales ejecuta los dibujos. Al parecer, ésta es su
obsesión más imperecedera, porque le ha dedicado toda una serie en pequeños
formatos, habiendo sólo presentado los dos Cristos, aquel grande de frente,
colores negros y azules, con roturas ajustadas con hilos, manos clavadas a
pulso sobre la superficie de la tela y el otro más pequeño, en el I Salón de
Arte Contemporáneo, que tuvo lugar en junio del 2005 en el auditorio de la
Universidad Privada San Pedro de Chimbote.
Otro tema recurrente en Chinchayán son los autorretratos, no precisamente por un
afán narcisista sino porque considera que no hay mejor forma más conocida para
darle una válvula de escape a los estados de ánimo que como ser humano que es,
también suele pasar. En este tema encontramos igualmente una variada gama que
va desde los colores oscuros hasta los colores vivos, desde los trazos a pincel
hasta los hechos a carboncillo, en líneas contundentes que expresan a su vez
una búsqueda constante como ese autorretrato donde se presenta alucinante, con
los cabellos recortados, mirada precisa y nostálgica con una superposición de
verdes, azules, negros, rojos, amarillos o ese otro más calmado, en colores
tierra, con la mirada que se extravía en dirección contraria, enfrente de una
tela que se supone está trabajando.
También posee pinturas donde aparecen
esas figuras de dioses precolombinos (Mochica y Chavín especialmente) con su presencia constante en nuestra
cultura. Ahí las figuras son más personalistas por cuanto quieren e intentan
expresar ese mundo vasto, infinito, desacralizado del cual brotan y caminan con
la naturalidad más sorprendente esas formas de rostros enmascarados, orejas
alargadas, de narices aguileñas, de posiciones ambiguas, de afanes que parecen
la afirmación continua de una presencia que desde siempre ha querido negarse. Chinchayán se sumerge en las mismas con una singularidad de
rescate para asirse a un origen que le faciliten explicar el por qué de su
presente con miras hacia el mañana. “La base de mi pintura radica en el arte
precolombino. –dijo el propio artista– Esto me ha permitido definir un estilo
que puede parecer paradójico: una lectura del presente (mi formación) formulada
desde mi pasado (mis raíces)”(3). Por su parte, con
ocasión de su exposición en el Real Club de Lima,
Jessica Herrada confirmándolo desde fuera, escribió: “Figuras, símbolos,
colores. Todo pasa por el filtro creativo del pintor, lo recicla, lo transporta
en el tiempo y el resultado final es un encuentro de fuerzas internas.
Precisamente, sus cuadros amalgaman la búsqueda y el encuentro de esos dioses y
guerreros que todos llevamos dentro” (4). Aun así, excepto una que otra
pintura, Chinchayán considera que todavía está en un
largo proceso de exploraciones, cuyo horizonte no ha conseguido plasmar según
anhela, dejándonos en el vacío con más interrogantes que al principio, aunque
sin obviar que “ha encontrado en nuestra mitología precolombina una fuente de
la que todavía queda mucho por sacar” (5).
Un poco separándose de lo anterior o
quizás complementando su pintura se encuentra su faceta de ilustrador, aquel
extremo tan burlado y rechazado duramente por los académicos, pero que en Chinchayán se vuelve un lado más que absorbe a su afán
creativo. Es tal su decisión que de continuo realiza figuras donde su libertad
bordea el libertinaje para darle forma a esos personajes extraños, raros,
extravagantes que se contraponen y se alinean en una historieta, cuyo objetivo
es ponerla en circulación con alguna
editorial del extranjero, según dice, objetivo que tal vez pueda sonar utópico,
pero que Chinchayán, acaso como el poeta chileno
Enrique Lihn, no ve dicha situación como un problema
a superar sino con la fascinación propia de un ilustrador invencible.
“Cualquiera sea el elemento para expresar lo que quiero... eso me basta”
declaró (6),
Sin embargo, una tarea pendiente son los
formatos grandes, enormes, descomunales, que algún día espera acometer dentro
de la tarea final que se ha planteado como pintor. Quiere así emprender aquello
que lo deje para la posteridad en la misma línea de Gerardo Chávez u Oswaldo
Guayasamín, quizás espiritualmente su más cercano congénere. Afirma que para
eso se viene preparando desde que empezó a estudiar artes plásticas y descubrió
su atracción por espacios grandes que le permitieran plasmar lo que realmente
ansía para beneplácito de su alma de auténtico artista y de la pintura contemporánea
producida en nuestro país.
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(1) En: Sí No. 618, revista de análisis, año XII, enero del 2000, p.
56.
(2) DONAYRE, José Secreto centro. Chinchayán:
convergencia de dos tradiciones en: Boletín Conasp,
No. 18, año 5, Lima, julio de 1999, p. 16.
(3) DONAYRE, José, Ibidem.
(4) HERRADA, Jessica Entre dioses y guerreros. Los misterios de Chinchayán en: Escenas No. 6, revista cultural de
Lima, año I, diciembre de 1999, p. 15.
(5) HERRADA, Jessica, ibidem.
(6) DONAYRE, José, ibidem (sección: en
pocas palabras).