Año: X     N.º 5     abril del 2006

Artículo   21

  

  
  

Gemación, Revista Poética

Danilo Sánchez Lihón   


Y muerto el combatiente...

"Nada malo puede acontecer
a un hombre bueno".


Séneca.

CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Alfonso Alcántara Ferreyros ha muerto. ¡Qué dura, lacónica y brutal puede resultar una leve fracción de tiempo en donde ello haya ocurrido! Qué anonadados puede dejarnos el adiós de un hombre que le ponía nobleza, coraje y pundonor a los hechos de la vida. Qué burla atroz de espanto y fatalidad puede ser capaz de gesticular el destino. Sólo ayer compartíamos sueños, ideales y promesas. ¡Qué difícil resulta entonces no rebelarse, no reprochar, no culparse. ¡Qué difícil, Dios mío, no dudar!

¿Hay algo que sorprenda y duela más que la muerte de un ser valioso y necesario para aliviar los males del mundo? ¿Hay algo que subleve tanto como ver que alguien indispensable sea cercenado? ¿Aquel que debiera vivir para siempre? Porque, quien ha muerto es un hombre que sólo sabía hacer el bien, ser útil, favorecer a quien lo necesitaba. Acudía a todo llamado en donde hubiera algo que construir; se desvelaba porque la gente fuera feliz y hasta se divirtiera; amaba entrañablemente a su pueblo, tocando cada puerta para pedir colaboración a fin de culminar una obra de bien: sea una loza deportiva, el altar de la iglesia, llenar de libros a una biblioteca, organizar un festival de marinera andina, poner en marcha un servicio de cómputo, dirigir la mayordomía de la Fiesta del Patrón Santiago.

Heredó las manos laboriosas de su madre que tuvo que trabajar sacrificadamente para sostenerlo en la vida. Y él correspondió siendo desde niño un ser noble, pulcro y servicial, quien ganaba inmediatamente el cariño de la gente porque era honesto entre los honestos, puro entre los puros. De los eucaliptos, robles o alisos el más inhiesto, fragante y generoso; de cuya boca no escuché jamás una palabra de reproche o acusación zahiriendo a una persona, dejándonos para siempre una lección de respeto, de humildad y, en su ausencia, de dolorida ilusión.

Santiago de Chuco está de luto. Una pena inmensa vela sus calles. El cielo tachonado de estrellas viste de negro porque está de duelo. Se llamará a una y otra puerta y no habrá nadie quien conteste porque ha muerto el hijo bienamado. Lo extrañan los tejados, se han puesto lastimeros acordeones y guitarras; dan pena los muros cimbrados de las casas vetustas en las esquinas llenas de espanto por lo acontecido. ¡Cómo tiembla ahora la sombra en las madrugadas! Porque su muerte es más que una muerte: ¡Es una tragedia que nos acongoja hasta el fondo del alma! ¡Qué pobres y pequeños nos sentimos ahora por ser tan alto el valor de quien se ha ido, por ser tan necesaria su presencia, porque hay mucho que edificar, proteger e iluminar. Y él hará una falta inmensa en esta lucha.

¡Alfonso!: Qué desamparado queda sin ti tu pueblo. Y ahora dinos, ¿cómo hacer para que tu muerte no sea en vano? ¿Cómo hacer para que tu partida no sólo produzca llanto, pesar y quebranto? ¡Eso es! Haciendo que nunca desaparezcan las huellas que nos dejaste, tu virtud ni tu esencia; haciendo que tu semilla fructifique en tierra fértil. Diciendo en alta voz cómo eras para que siempre recordemos y sigamos en algo tu ejemplo.

Que nuestra consigna sea vincularte al sol que amanece radiante en lo alto de las montañas; que estés en el saludo de ventana a ventana, en los corredores donde se canta; porque tu salías a esperar al sol en los caminos. Que tu nombre a partir de ahora signifique esperanza, temple y bravura, y que esté unido como un clamor a las obras pendientes por hacer con ímpetu y arrojo.

En esta hora aciaga, juremos hacernos fuertes, solidarios e invencibles. Pronunciemos tu nombre en nuestras proclamas. Que estés presente cuando de dar ánimo se trate! Que nos inspires a seguir adelante y que en vez de luto mañana por ti se levante más iluminado el día, porque pasaste a ser alas, vendaval y espíritu.

Que le enseñemos tu nombre a los niños, diciéndoles que existió un joven que por sí solo se hizo gigante; que toda tu vida la consagraste a que tu pueblo fuera un lugar bello, en donde de cada balcón penda una maceta de lirios, se realicen acciones heroicas y en donde todos fuéramos dignos. Les diremos que invoquen tu nombre cuando les toque esforzarse en hacer algo trascendente. Enseñémosles a imaginarte y a encontrarte en el alba.

Y ¡a ustedes, niños, me dirijo! Para decirles: ponedle el nombre de Alfonso a las espigas, a las ramas de los árboles donde hay nidos, y a las aves que en ellas se cobijan. Llamadle con su nombre a todos los puentes y a las aguas de los ríos. Ponedle su nombre a todos los caminos, los arrollos y los bosques.

Que todos los niños se llamen Alfonso. Que todas las escuelas lleven un escudo invisible de honor y coraje en su nombre, porque si en el Evangelio de Cristo se habla de hombres «limpios de corazón», él fue uno de ellos. Y porque hoy Dios al verlo ingresar en su reino lo ha reconocido diciéndole: «Has sido legítimo en todo, hijo mío, has combatido bien y has sido fiel contigo, tu familia y tu pueblo». Y dirigiéndose a sus ángeles les ha ordenado: ¡Ungirle de esplendor y de gloria!


Lima, 20 de junio del 2005



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GEMACIÓN. Revista de poesía. Año X. Número 5. Abril 2006. Director: Christian Ahumada Heredia. Copyright © 2006 Danilo Sánchez Lihón. Reservados todos los derechos © 1994-2006 Movimiento Cultural El Universalismo. Chimbote, Ancash (Perú). Cualquier reproducción total o parcial debe contar con la autorización expresa del editor o de los autores.

  

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