Alfredo Alcalde: “Un artista verdadero

debe rebelarse contra la globalización”

 

 

He tenido la oportunidad de conversar con Alfredo Alcalde más de una vez. Lo conocí en 1997 y desde ese año inicié con él una conversación que jamás concluirá. Alcalde trabaja dentro de los dictados del realismo simbólico, corriente artística que le permite hacer una crítica social cargada de ironía.

 

 

Ricardo Ayllón

 

 

Alfredo, hemos hablado más de una vez sobre tu trayectoria artística iniciada en la Escuela de Bellas Artes de Lima, y sin embargo entiendo que hay una etapa anterior, cuando en Chimbote, antes de partir a Lima, te sometiste a la cátedra del pintor Salamandra. ¿Cómo recuerdas esa época?

 

Una de las primeras experiencias que vienen a mi memoria es haciendo pintura surrealista con Julio César de Castilla, el verdadero nombre del pintor Salamandra. Estudié con él en 1977 y 1978. Aún recuerdo la pequeña habitación que hacía las veces de taller de arte del INC de Chimbote; un recinto atiborrado de cosas inservibles, fuertes olores de óleos, ron, cigarrillo... y ver de pronto aparecer a Salamandra y escucharlo exclamar sin titubear: “¡El arte es creación, lo demás son cojudeces!”. Aquellos años todavía esperaba la llegada a mi imaginación de figuras surrealistas o fantásticas, imitando la actitud del profesor.

 

En 1981 ingresaste a la Escuela de Bellas Artes de Lima pero la abandonaste en 1983, fuertemente influenciado por el estímulo y pensamiento de Víctor Humareda. ¿Cómo se desarrolló tu trayectoria por esos años?

 

Mientras asistía a las clases de la Escuela, también concurrí a los talleres de Humareda y Ángel Chávez, a ellos y al maestro Francisco Izquierdo López les debo mucho porque fueron hombres entregados a la valoración y respeto de la existencia humana. Me enseñaron a amar nuestro entorno, me dieron cristales para ver mejor lo sencilla, horrenda y hermosa que es la vida; y el deber de develar, embellecer y juzgar actitudes, un maravilloso aunque terrible compromiso. Un punto crucial de esa etapa fue la exposición que realicé en 1985 en la Galería Expertisse, presentada por el propio Humareda, donde presenté imágenes de Barrios Altos, lugar en el que viví durante muchos años.

 

¿Crees que fue la exposición más importante de tu carrera?

 

No. Más importante fue la muestra individual “Expresiones humanas” del año 2000 en el Museo de la Nación, donde presenté más de sesenta obras de mediano y gran formato con temas diversos: madres y sus niños al borde del río en plena faena, paisajes de las zonas marginales de la capital, mimos expresando dramas y pasiones... todo concebido dentro del realismo simbólico, corriente que me permite revelar propuestas y esperanzas a las que ningún hombre debe ser ajeno.

 

Si empezaste haciendo surrealismo con Salamandra, ¿cómo se produjeron los cambios en tu sensibilidad para que llegaras a temas como los que acabas de señalar?

 

Inicialmente, con la escasa formación artística e intelectual que tuve, pensaba que el arte era creación por creación, partiendo de los sueños y la imaginación; luego comprendí que la fuente más rica es la realidad, de donde necesariamente tenemos que partir todos los artistas que creemos jugar un rol en la sociedad y queremos hacer un arte válido. Entonces, la realidad más rotunda e inmediata que tuve al principio fue la de Barrios Altos. Ese paisaje gris y violento a donde me vine a vivir y que hacía un gran contraste con el de mi origen provinciano, fue determinante. Eso, junto a la influencia de los pintores que ya te mencioné, me permitió descubrir que el arte figurativo, ya sea a través del expresionismo o el realismo, es una forma de mantener encendida la vela en el contacto con la realidad.

 

Y durante todo este proceso, ¿te has preguntado por qué la necesidad de expresarte a través de la pintura?, ¿o qué harías si no te expresaras a través de la pintura?

 

Una de las cosas determinantes en mi decisión de seguir en la pintura ha sido mi formación intelectual. Pienso que antes de formarse como pintor, escultor o escritor, el artista debe desarrollarse como persona, como ser humano, como intelectual. Si uno deja de pintar, esculpir o escribir quizá sea por razones ajenas a su vocación, pero el dejar de ser un intelectual produce otros efectos, como el ofrecer un arte vacío, sin ningún sentido. El ser un verdadero intelectual no solamente permite producir arte sino también participar de un proceso histórico. Víctor Humareda decía que el artista debía tener tres abrigos: primero, el abrigo del pintor, quien trabaja duro, como un obrero; luego, el del artista, quien verá qué hace con su oficio según lo que ha aprendido; y tercero, el del filósofo, que es lo fundamental, porque solo de esa manera el artista llega a entender la razón de su existencia en este mundo.

 

Pero el ser filósofo o intelectual en este caso no debe estar ligado al ámbito académico pues llegado el momento decidiste abandonar la Escuela de Bellas Artes.          

 

Así es. La formación tiene que ver con el compromiso, con la toma de conciencia del rol que tengo como persona en la sociedad y en cómo la voy a desarrollar. Los rasgos de mi inquietud se reflejan cuando abordo el realismo simbólico; a través de esa corriente puedo hablar en voz alta, hacer crítica social o aprobar un hecho.

 

¿Y cómo plasmas la crítica en un cuadro?

 

Bueno, aquí tendríamos que referirnos a tendencias artísticas. En el caso del realismo, lo contundente es la imagen. Si quiero pintar un personaje citadino tengo que hacer notar que vive en una urbe y la crítica la expresaría quizá por las malas condiciones en las que vive.

¿Pintar la realidad significa pintar la realidad del hombre peruano?

 

No precisamente, mi preocupación es hacer un trabajo sobre el hombre en general, no creo que a mis personajes tenga que conferirles forzosamente rasgos de hombre peruano; lo que me preocupa es la expresividad que logre en ellos. Prefiero rescatar al hombre de manera universal, porque el dolor y la alegría se producen igual en Cayara, La Paz o Bagdad.

 

Muchos artistas confunden universalidad con globalización.

 

La globalización no es otra cosa que una serie de imposiciones de un sector poderoso y minoritario; una de estas imposiciones es el querer hacernos pensar a todos de la misma manera. Un artista verdadero que se da cuenta de que la globalización no representa mejora para todos, sino únicamente para un sector minoritario, sabrá rebelarse contra este tipo de agresión.

 

Otros confunden globalización con modernidad. Si la globalización es dañina, ¿cómo crees que debemos plantear nuestra modernidad desde este lado del mundo?

 

Lo que ocurre es que los países hegemónicos nos quieren hacer pensar a toda costa que la globalización es una forma de modernidad, pero no es así porque la globalización tiene un costo social muy alto. Al pensar en modernidad debemos pensar en humanizar a la humanidad, pero no como una idea romántica sino pensando en politizar al pueblo. Y cuando hablo de politizar lo digo de la mejor manera; ahora han ensuciado tanto la palabra política que se cree que política es aquello que practican los llamados “padres de la patria”, eso no es política, política es una hermosa manera de aprender a vivir. Se cree que un pueblo gana cuando se le despolitiza, pero un pueblo despolitizado no se puede defender; es como querer enfrentar a alguien que tiene una honda contra otro armado de un cañón; un pueblo despolitizado es un pueblo desprotegido que será agredido a cada instante intentando despojársele de su historia y de su capacidad de indignarse... y no solo eso, sino también imponerle una cultura alienante, degradante, cargada de oscurantismo.

 

Y esas mismas agresiones son aplicadas a los artistas.

 

Así es. Con la globalización intentan convertir a nuestros artistas en sentimentalistas, fachistas, individualistas, vouyeristas o intelectualoides; buscan el enfrentamiento entre nosotros y dejarnos menos tiempo para desarrollarnos, investigar y enseñar. Muchos artistas e intelectuales creen que la contemporaneidad está dada por los últimos avances de la cibernética, que esta es una manera de pertrecharse, de verse especiales. No olvidemos que si tenemos la facultad de escudriñar, develar y pensar positivamente es gracias al desarrollo de la historia, debemos volver la mirada sobre ella, juez incorruptible donde muchas veces han tapiado al verdadero hombre y seguirán tapiando sus carnes o agrediéndolo con punzantes líneas verticales.

 

 

 

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